Desde la tramoya

Decadencia americana

Nunca en la historia electoral de Estados Unidos el mundo había asistido a un espectáculo como el que dio Donald Trump la noche del martes, en el primer debate presidencial con Joe Biden. Interrumpiendo constantemente a su contrario y al propio moderador, desobedeciendo las más básicas reglas de la cortesía, mintiendo sin ningún pudor. Ni siquiera en los debates con Hillary Clinton el discurso fascista y el tono zafio de Trump se dejó ver como el martes. Incluso Joe Biden, un hombre por lo general tranquilo y ponderado, sucumbió en un momento ante la avalancha de basura lanzada por el presidente: fue cuando le llamó payaso sin despeinarse ni un pelo.

Pero el problema de Estados Unidos va mucho más allá y es mucho más grave que la idiotez de quien ahora le gobierna. El problema no es solo que Trump esté en la Casa Blanca. Lo alarmante es que semejante personaje podría resultar reelegido, y que de no conseguirlo, todo apunta a que cuestionará el resultado. No puede descartarse que las elecciones del segundo martes de noviembre den paso a revueltas y enfrentamientos entre las dos américas, la normal y la ultraconservadora. Solo una nítida victoria de cualquiera de los dos candidatos podría evitar ese conflicto, porque Trump está generando un nocivo clima de desconfianza con respecto del proceso.

En estos momentos el panorama no es demasiado preocupante. Trump ha ido acortando la distancia que le separaba de Biden, pero éste aún le supera en siete puntos. El primer debate parece haber consolidado esa ventaja de Biden por ahora. Ciertamente, las encuestas de hace cuatro años eran favorables a Hillary Clinton y ya sabemos lo que pasó, pero en esta ocasión, en buena parte por aquel fallo generalizado en las predicciones, los modelos afinan más. Y en la mayoría de los estados que finalmente resultan decisivos para darle la victoria a uno u otro, Biden supera con bastante margen al presidente, algo que no le sucedía a Clinton. Mucho se tendrían que torcer las cosas, en resumen, para que el próximo presidente no sea el veterano senador Biden.

En estas elecciones, por supuesto, hay una variable nueva y con consecuencias muy difíciles de anticipar: los efectos de la pandemia en el comportamiento del votante. Las cifras de voto por correo se han disparado y se sabe con certeza que son los demócratas más que los republicanos quienes recurren a él. El presidente lleva semanas poniendo en cuestión el sistema de voto postal y está siendo coreado por los medios conservadores cuando afirma que su candidatura está sufriendo un masivo intento de fraude electoral. En un mítin reciente, incluso ha pedido a los americanos que voten dos veces, por correo y presencialmente, algo que está naturalmente prohibido.

La actitud incendiaria de Trump es conocida. Sus declaraciones pretendiendo igualar las protestas antirracistas con las manifestaciones supremacistas, por ejemplo, han generado tensiones sociales a lo largo y ancho del país. Trump es un loco fascista que solo entiende la vida de manera bipolar: amigos-enemigos, ganadores-perdedores, buenos-malos. Ese discurso arraiga muy bien en la amplia América profunda y conservadora del centro.

Callar ante los fascistas

Callar ante los fascistas

En el debate del martes, el presidente más improbable y más gañán de la historia de Estados Unidos volvió a generar la desconfianza y la rebelión entre su público, alarmando con falsas acusaciones: “Este será un fraude como nunca se ha visto”. “(Las papeletas) se encontraron en los arroyos; las encontraron con el nombre de Trump en las papeleras. Las están comprando y tirándolas en ríos. Es algo horrible para el país”, dijo el presidente. Cuando se le pidió que diera confianza a sus seguidores, hizo más bien lo contrario: “Llamo a mis seguidores a que vayan a las urnas y miren con mucho cuidado. Si veo que hay decenas de miles de papeletas manipuladas, eso no puedo aceptarlo”.

Joe Biden hizo exactamente lo contrario, pidiendo a sus seguidores que estén calmados y esperen a que se cuenten todos los votos y a que las elecciones estén plenamente certificadas por la autoridad electoral.

Trump no es la causa de la decadencia de Estados Unidos. Es una consecuencia. Solo una rotunda, y por tanto incuestionable victoria de Joe Biden en noviembre puede frenar el lamentable camino de autodestrucción que los americanos iniciaron un día de la mano de un auténtico imbécil llamado Donald John Trump.

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