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Verso Libre

Hasta aquí hemos llegado

Luis García Montero

Agradecí la intervención de Pablo Casado con motivo de la moción de censura presentada por Vox. He leído muchas opiniones escépticas, voces que recuerdan las comunidades autónomas o los ayuntamientos en los que el PP gobierna con la extrema derecha. Comprendo las razones que se esconden en frases como "flor de un día", "pan para hoy y hambre para mañana" o "todo es política".

Pero, en efecto, todo es política, y la política tiene sus consecuencias. Creo que uno de los principales problemas de la realidad mundial es la dinámica de malestar democrático malestar democráticoque se ha extendido en nuestras sociedades. La desconfianza en la política es el principal problema de las democracias. La desautorización sentimental de la gestión pública y el funcionamiento de las instituciones es el caldo de cultivo para todo tipo de mentiras y de sentimientos irracionales.

El malestar democrático se ha aprovechado del desamparo que el neoliberalismo impuso sobre las mayorías a través de unas reglas de juego pensadas en favor de las grandes fortunas. El desamparo provoca miedo y favorece las banderas del odio. Frente al sálvese quien pueda, surgen las tentaciones de unas consignas autoritarias, un nosotros engañoso que funda enemigos allí donde sólo hay una parte más del desamparo.

La democracia social se legitima en dos certezas:

  1. La autoridad del Estado debe respetar los derechos cívicos.
  2. Los vacíos del Estado acaban siendo ocupados por la avaricia y la barbarie.

 

Esta enfermedad política llegó también a Europa y se estaba haciendo especialmente grave en España por la dependencia que la derecha democrática había asumido respecto a la extrema derecha. La soberbia de Santiago Abascal expuso sin tapujos en el parlamento un programa basado en la desarticulación de Europa en favor de los nacionalismos autoritarios, el racismo, el machismo y una nostalgia histórica incapaz de comprender la verdadera realidad de la patria que dicen defender.

Todos estos discursos llevan meses haciendo mucho daño. Las mentiras impunes, los insultos como argumento político y los bloqueos conscientes de algunas instituciones generan día a día un clima de peligroso descrédito político. España tiene, además, el grave problema de una degradación periodística que ha dejado de informar para hacer ruido. La cuestión no es sólo que el ruido sea sectario, sino que todo ruido provoca el malestar democrático, la idea de que todos los políticos son iguales, de que no merece la pena respetar las instituciones, de que es mejor acabar con lo que sea y unificar el griterío en una voz de mando. El griterío del malestar democrático no quiere convertirse en conversación, sino en voz de mando.

Ya sé que no van a cambiar los Gobiernos autonómicos de Madrid y Andalucía. Pero creo que es importante el hecho de que los conservadores democráticos españoles acepten los votos extremistas sin perder el pudor y digan "hasta aquí hemos llegado" ante los discursos de unos fanáticos capaces de afirmar que en la dictadura había elecciones y que el Gobierno de hoy es peor que los gobiernos de Franco. Vuelvo a insistir: el problema no es sólo el falseamiento del pasado, sino la falta escrúpulos al anunciar el tipo de elecciones y de gobiernos que quieren imponernos. Del Tribunal de Orden Público de 1963 pasaríamos a los Consejos de Guerra y la quema de libros de 1936 y desde el tercio familiar de las Cortes franquistas alcanzaríamos los Tercios de Flandes como propuesta de futuro.

Negrín, mis hijos, la democracia y el presidente de EEUU

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En una situación de crisis pandémica, mientras la España progresista aprueba medidas para amparar a los necesitados y favorecer la igualdad, la derecha estaba entrando en una dinámica desoladora. No discutía de política, sembraba vientos y tempestades. Que se estén quitando recuerdos públicos a Largo Caballero, Indalecio Prieto, Miguel Hernández o Tierno Galván es para mí no ya un asunto de malestar, sino de angustia democrática.

Por eso celebro el "hasta aquí hemos llegado". Es verdad que el ruido vale para camuflar tremendas herencias de corrupción, pero el ruido y el malestar democrático como sistema de actuación sólo sirven para sacrificar poco a poco a la necesaria derecha democrática de un país en favor de la barbarie ultraderechista. Es un camino que acaba con cualquier democracia y cualquier economía.

Deseo vivamente que el nuevo Pablo Casado tenga suerte y astucia en su andadura. ¿Soy ingenuo? Quizá, pero he aprendido a comprender el suelo que piso. Sus ideas no son las mías, pero sí lo es su país: España.

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