La portada de mañana
Ver
El PSOE se lanza a convencer a Sánchez para que continúe y prepara una gran movilización en Ferraz

Desde la tramoya

Ser buena persona

Luis Arroyo

Las crisis son el caldo social de cultivo del liderazgo autoritario. Abrumado por la violencia, por la escasez, por la incertidumbre o por la enfermedad, el pueblo en crisis reclama a los salvadores de la patria. El efecto no es instantáneo. Entre la crisis bursátil del 29, la Gran Depresión y la consolidación de los fascismos pasó una década. El shock inicial y la falta de organizaciones articuladas no permite una respuesta inmediata. Pero mientras la incertidumbre da paso a la indignación, los líderes salvíficos van viendo venir la ola sobre la que alzar su promesa de redención.

Bien articulada, la propuesta autoritaria seduce a muchos. Es relativamente sencillo. Se trata de encontrar un chivo expiatorio –el extranjero, el débil de carácter, el ácrata, el sistema– una causa unificadora (la patria frente a sus destructores), unas cuantas consignas verosímiles aunque sean falaces y muy pocos escrúpulos en la comunicación. La ciudadanía, ávida de una respuesta certera, se refugiará en la solución fácil. El populismo autoritario es como las chucherías: no nutren, pero están ricas y quitan el hambre.

Pero las crisis son también el contexto adecuado para otro tipo de liderazgo mucho más funcional: colegiado, amable, con base en la ciencia y en los hechos, de acuerdos, humilde y conciliador. La crisis del 29 fue el contexto en el que nace el liderazgo de Hitler, pero también el de Roosevelt. La Transición española dio la oportunidad al liderazgo de Suárez, aunque solo fuera universalmente elogiado tras su muerte.

La historia moderna de los grandes líderes mundiales (hay una buena cuenta de ella en El mito del líder fuerte, del politólogo Archie Brown), da pautas recurrentes y muy didácticas para los políticos contemporáneos. No, no es cierto que para gobernar con éxito debas mostrarte siempre fuerte y determinado. La fuerza no está solo en la proyección de poder personal, ni en la confrontación con el enemigo, ni en la agresividad del comportamiento. Está también en la escucha, en la capacidad de negociación, en la modestia.

Los líderes que de manera sostenida son respetados por sus pueblos y que iluminan la historia de su nación son quienes trabajan en equipo, quienes buscan puntos de encuentro, quienes piden perdón. Los que son flexibles como el junco de la ancestral fábula. Que son, en fin, buenas personas.

Que lo son o que al menos parecen serlo. Yo no puedo describir ni discutir la bondad de Isabel Díaz Ayuso o de Santiago Abascal, por poner dos ejemplos de andar por casa. Pero es evidente que ambos han elegido una estrategia política frentista, agresiva y dura. Y que lo han decidido en tiempos de calamidad. Ha sido su decisión tratar de aguantar el ciclón como si fueran robles solitarios, duros e implacables.

Tienen su público, no hay duda. Es posible que lleguen más lejos de donde están, pero no entrarán en la historia sino en sus páginas más oscuras.

Más sobre este tema
stats