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Aquí me cierro otra puerta

Mi agua y la nieve

Quique Peinado nueva.

El jueves por la noche me quedé sin agua. Una avería había dejado sin suministro a toda mi calle, parecía ser, y no se sabía bien cuándo volvería. En un primer momento, nos dijeron que a las cuatro de la tarde del día siguiente. Cuando estás tú solo te da un poco igual todo, ya te apañarás, pero cuando tienes hijos puedes llegar a pensar que la falta de agua durante 20 horas va a dejarles un daño cerebral irreversible y sí, te agobias. Yo me agobié. 

A eso de las 10 de la noche, increíblemente, escuché un martillo de esos que taladran la calle sonando. No me lo podía creer. ¿Estaban arreglando la avería del agua a esas horas? Hacía un frío polar ya y era tardísimo. Me asomé al balcón y en la acera de enfrente, tres portales más abajo, había dos tíos rompiedo suelo para, imaginé, hacer que los vecinos tuviésemos agua. Iba a bajar a decirles si necesitaban algo, si querían siquiera que les llevara un café, pero con los niños en casa lo dejé pasar. Antes de irme a dormir, abrí el grifo: no había agua. Se seguía oyendo jaleo de obra por la calle.

A la mañana siguiente todo volvía a ser normal. Me duché, me hice un café, esas cosas que hacemos con agua. Seguí mi vida. Un día después estábamos en medio del Apocalipsis de la nieve (no sé si os habéis enterado, pero en Madrid nevó) y se anunciaba que los niños no tendrían colegio el lunes y el martes. Teniendo en cuenta que en ese momento pensaba que no podríamos bajar a la calle en tres días, que nada estaría abierto y que el cielo se abría ante la cabeza de los madrileños, me puse a pensar en aquellos dos tíos que arreglaron el agua. En el marronazo que es su trabajo, en la noche de mierda que tuvieron que pasar para que yo pudiera ducharme al día siguiente. En lo importantes que son. En lo que es importante. En que si yo un día no puedo ir a trabajar al mundo le da igual. Pero que si ellos no hubieran estado ahí, me hubiera comido un par de días bastante tenso con dos niños en casa explicándoles que bebieran leche, que agua no había.

Y una vez más hay que poner en valor el curro de la gente que se dedica a estas cosas, los denostados, los que damos por supuestos, los posiblemente mal pagados y peor considerados. Los que en la pandemia nos salvaron el culo y nos lo volverán a salvar. Los que si no están, nada funciona. Los que hacen que haya agua, los que fabrican el pan, los que nos curan cuando estamos enfermos, los que enseñan a nuestros hijos muchas veces mejor que nosotros. Todos esos trabajadores que llamamos esenciales porque lo son. Eso es algo que posiblemente no podamos decir los demás: a ellos los necesitamos. Y deberíamos agradecerles. Ya que dice el refrán que ni agradecido ni pagado, intentemos valorarlos de verdad y ayudarles cuando piden que les paguen mejor. Desde aquí, a los dos tíos que me salvaron con lo del aga, mil gracias. La próxima prometo bajaros un café.

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