PORTADA MAÑANA
Ver
El fundador de una sociedad panameña del novio de Ayuso gestiona los chequeos médicos de la Comunidad

Mala hierba

Galería de personajes lamentables

Portada Daniel Bernabé

Es un tipo listo, nadie lo duda, sobre todo para haber hecho del talento en retirada, el chascarrillo de taberna y la palabra chulesca del que tiene miedo a la conversación razonable, una forma de vida. Antes de empezar la perorata matutina sobre el micrófono repasa los papeles ordenados en la mesa. Las noticias, aquello que sucede, que a veces cuenta con la luz de los focos, otras con su abandono, son una oportunidad para dar caña a lo que él ha definido como escoria. Hay ideología de por medio, mucha, esa con la que se edificó un país de sotanas, braseros y gasógeno. Hay ganas de agradar a los que tienen la pasta porque, al fin y al cabo, el velero atracado en Puerto Banús no se paga solo. Pero sobre todo lo que hay es ego para demostrar a todos que lo suyo no va de informar, que lo suyo es quitar y poner Gobiernos. Mientras que el pelo aceitoso, como el talento también en retirada, cubre las maldades que tiene preparadas para esa mañana, piensa en la broma que le gastará a la hora de comer a Alfredito, el camarero, un pobre hombre de Bormujos al que le saca dos cabezas y que sonríe a todo lo que le dice, a todas las humillaciones a las que le somete, con cara de imbécil docilidad. No pasa nada, luego le deja una buena propina.

Desde el despacho se divisa la ciudad, una que hasta hace no mucho contaba con límites y que ahora, pese a la altura de la torre, se extiende hasta el horizonte. Desde allí arriba no hay diferencia con las maquetas que utilizan para presentar sus proyectos, en esas grandes ocasiones con muchas cámaras, apretones de manos con el alcalde y un vino español. La ciudad es suya, piensa mientras que pasa la mano por el cuero del butacón que le sirve de trono y que mandó, aunque esto es secreto, colocar a más altura que los asientos de las visitas. Justo recibe en un rato al imbécil del consejero, al que podría cargarse mañana filtrando la historia aquella con las putas, pero en el que ya ha invertido lo suficiente como para conservarle una legislatura más: él dispone y el andoba firma. Justo quiere hablar de eso, de los siguientes cuatro años porque, aunque todo parece controlado, aunque los muñequitos de la maqueta que andan, comen y ríen no parecen nerviosos, con la gentuza nunca se sabe. Cuando él no era aún quien es y el viejo ocupaba el despacho que él ocupa ahora, ya tuvieron un susto. La gente votó mal y al final fueron los maletines los que corrieron raudos a arreglar el desaguisado. En aquella época estaba el de Valdemoro, que era un paleto pero por lo menos tenía cojones. Con estos de ahora no se acaba de fiar, porque ella no tiene pelos en la lengua pero, según le han dicho, se cree Juana de Arco; y esto tampoco. Para las cosas del dinero mejor engaño y desvergüenza que épica demente.

Pasea por Serrano todas las mañanas desde que era una cría y España era muy diferente a lo que es ahora. Hubo un momento en que en este país las cosas estaban en su sitio, en el que todo el mundo sabía lo que le tocaba, en el que la gente era cumplidora. Luego vino lo de la democracia. A pesar de todo hay costumbres que hay que mantener y una de ellas, piensa, a sus casi sesenta pero cuerpo envidiable de gimnasio y dietista, es la vida social. Ver y dejarse ver, saber con quién hay que hablar y saber a quién merece la pena responder. Su marido, con el que ya no se lleva, aunque siguen viviendo juntos porque el divorcio siempre les pareció una vulgaridad, le da, al fin al cabo, todo lo que ella necesita: dinero. La niña nunca tendrá esos problemas, directora de banco, como es, aguantará lo que quiera al suyo y cuando no puerta: quizá no todo lo que el mundo ha avanzado es tan malo, pero eso sólo lo piensa para ella y en voz baja. Llega a la tienda y mira los bolsos en el escaparate, minimalista y por supuesto sin el precio, aquí sería de mala educación anunciarlo, como si alguien no lo pudiera pagar. No sabe si entrar, simplemente, porque hace cosa de unos meses a una de las dependientas, que aunque no son de allí suelen estar bien educadas, se le ocurrió llevarle la contraria y todo porque no le funcionaba la tarjeta. Por suerte en esa calle, en ese barrio, las cosas aún funcionan como tienen que funcionar y bastó con su palabra para que aquella muchacha arrogante terminara en la calle. El episodio le causó una cierta impresión, pero a día de hoy, piensa mientras abre la puerta, ya no recuerda ni cómo era su cara.

La victoria de la antipolítica

La victoria de la antipolítica

Al él no le tose ni dios y menos una panchita de mierda. Por su puta culpa, la de los inmigrantes, a él le echaron de su trabajo. Tú estás un día en el polígono, en la fábrica de puertas y molduras donde te metió tu primo, el araña, que le llaman así porque es un fiera que se cuelga de cualquier cosa y llega la crisis esa y te joden la vida. La crisis esa lo que era, de verdad, es que España se había llenado de moros, negros, chinos y sudacas y se había jodido todo. Porque si no dime tú cómo lo de las casas, que no se paraban de hacer y de subir de precio, se iba a hundir como dijeron que se había hundido. Por eso hoy en el metro, cuando esa tía, que parecía peruana o filipina o de por ahí, le había dicho que por favor su subiera la mascarilla le ha puesto en su sitio. Además el resto de los pasajeros callados y mirando al suelo. Había uno especialmente, con pinta de maricona, al que si se le ocurre levantar la mirada del suelo le parte el alma. Las horas en el gimnasio si valen es para esto, para que nadie se equivoque contigo. Ahora, por suerte, vuelve a tener trabajo, de conserje en una urbanización de chalés que no veas las pájaras que viven ahí lo buenas que están. El Abascal ese tiene pinta de tenerlos bien puestos. Seguro que si estuviera en el Gobierno él también tendría un chalé, una tía así a su lado y no tendría que coger el metro.

Mira la agenda, esta tarde tiene la clase de body balance, luego visita al coacher y a última hora ha quedado con estos en el after work. Candela Bastarreche tiene 29 años y podría protagonizar un anuncio de barritas muesli, pero en vez de eso es una de los mayores talentos de España en comunicación corporativa. De hecho, después de ser una de las primeras de la promoción se fue a Estados Unidos a hacer un master exclusivo en el que te admiten sólo si destacas, si tienes esa energía especial que distingue a la gente innovadora de la que simplemente repite lo que han aprendido. Candela ha conseguido transformar la imagen de una cadena de cafeterías que se había quedado anticuada. Hizo una campaña con gente joven, influencers, que les costó cuatro duros y situó a la empresa otra vez como una brand de referencia. También consiguió que la marca de ropa, a base de diversity pasara su target de esos señores tan aburridos al nuevo mercado global. Sin duda la idea de que la imagen de la campaña fuera aquella modelo negra con vitíligo sólo se le podía haber ocurrido a ella. ¿Lo peor? Que por poco la buscan el lío cuando se descubrió que aquella empresa textil pagaba a sus empleados por debajo de convenio y los gilipollas de los sindicatos montaron una huelga utilizando sus imágenes sin permiso. Denunciados les tiene. La gente no sabe apreciar el valor de las ideas originales, del trabajo y el esfuerzo y pretenden apropiarse de todo.

Tiene un nombre común, una casa de tamaño medio, un sueldo que no le permite grandes lujos pero le alcanza para ir tirando. Tiene un utilitario que le lleva y le trae, un perrillo que adoptaron de la calle, una mujer funcionaria de Hacienda. Tiene un hijo que está acabando el bachillerato, después de repetir, y una hija que acabó la carrera pero no encuentra trabajo. Tiene a su madre en una residencia desde que su padre falleció y ella fue empeorando: ni había sitio en casa, ni ella se podía quedar sola. Suerte que las chicas de los servicios sociales le consiguieron una plaza en la pública, porque con ese sueldo que le da para ir tirando no se hubiera podido costear una privada. Tiene afición por el ciclismo, aunque desde que tuvo aquel problema de columna le cuesta cada vez más dar pedales. Tiene a otros vecinos que son como él, con sus grandezas, más bien pocas, y sus miserias, más bien evidentes. Le gusta lo que echan en la tele, pero tampoco demasiado. Le gusta el cine y la música. ¿Qué cine y qué música? Cualquiera que quede bien de fondo. Tiene miedo a que las cosas se líen, que España está últimamente muy crispada, muy escorada hacia los extremos, lo leyó en el periódico. Tuvo ganas, una vez, hace mucho, de que las cosas cambiaran, pero eso ya pasó. Tiene todavía diez años de hipoteca por delante. Tiene ganas de ir a votar. Sabe que, como casi siempre, se quedará en casa.

Más sobre este tema
stats