Mala hierba

Una película de serie B

Portada Daniel Bernabé

Libros del Kultrum es una de esas pequeñas editoriales que nos hace muy felices a los que nos gusta escribir y leer, pero hemos pasado una gran parte de nuestra vida entre discos y noche. No esa noche de imbéciles que, entre cutrería y egoísmo, celebraron el fin del estado de alarma, sino esa otra donde adentrarse era descubrir nombres como el de Bobby Womack, Marlena Shaw o Gil Scott-Heron. Claro que el ocio nocturno está enfocado al consumo de alcohol y personas, claro que cuando la derecha ha hecho de las medidas sanitarias un ariete de desgaste contra el Gobierno pasan estas cosas, pero déjenme que por un segundo deje a un lado el análisis estructural y saque el sentimiento, uno concretamente de desprecio.

El caso es que Kultrum ha publicado Con las horas cantadas, que es el título de las memorias de Gil Scott-Heron, probablemente uno de los autores musicales y literarios más interesantes de los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX. Scott-Heron fue poeta, novelista, soulie y rapero antes de que existiera el rap, aunque, uniendo todas estas expresiones culturales, lo que realmente fue es un afilado cronista de un país que pretendía ser el faro de las libertades del mundo libre y, a menudo, era apartheid, cárcel y desigualdad. Scott-Heron era negro, pobre, listo y con conciencia de clase, por eso probablemente muchos de ustedes nunca hayan escuchado hablar de él: el talento es sinónimo de otracismo cuando se enfrenta con los que tienen el poder.

A raíz de comentar la salida del libro en mis redes sociales, el periodista musical, y sin embargo amigo, Iván López Navarro me recordó la canción de Scott-Heron B-Movie (película de serie B), escrita en 1981, año en el que Ronald Reagan llegó a la presidencia de Estados Unidos. Aquel momento no fue sólo el de la llegada de un nuevo presidente a la Casa Blanca, sino sobre todo el inicio definitivo en el bloque anglosajón, el dominante en la esfera occidental contra la URSS, de la restauración neoliberal, que había comenzado en 1979 con el ascenso de Margaret Thatcher como primera ministra del Reino Unido. Lo que parecía tan sólo un revés momentáneo al estado del bienestar acabó siendo una venganza radical de los ricos que se ha extendido hasta nuestros días.

Si tras la Gran Recesión de 2008 y la pandemia de 2020 el neoliberalismo ha quedado tocado de muerte no es tanto por una renovada ética redistributiva en la política occidental, sino porque China se está comiendo por los pies a los norteamericanos que saben que, o vuelven a darle un papel preponderante al Estado en la organización de la vida pública, incluyendo la económica, o no llegan a mitad de siglo como potencia hegemónica. No se confundan, sin la concurrencia de las capas populares en la política, sin un ejercicio activo de la ciudadanía, los fondos de recuperación de Biden y la Unión Europea valdrán para rescatar a las empresas, colgarles el cartel verde y digital y, en todo caso, poner coto a cierta acracia financiera que resulta ya insegura para las propias finanzas que, de momento, están dando por toda respuesta a esta crisis especular con monedas de chocolate y vender “memes” por unos cuantos miles de dólares. Yo porque estoy mayor, pero es como poco para enfadarse.

Mil novecientos ochenta y uno fue el inicio de algo que no se le escapó a Scott-Heron, que siempre andaba con voz de bisturí para poner en su sitio a interesados, colaboracionistas e incautos. El primero de ellos al propio Reagan, que declaró tener un mandato de la sociedad norteamericana para aplicar sus programas privatizadores. El cantante escribe en B-Movie que “parece como si estuviéramos convencidos de que el 26% de los votantes registrados, ni siquiera el 26% del pueblo estadounidense, sino el 26% de los votantes registrados, constituyen un mandato”. En aquellas elecciones presidenciales votó el 52% del electorado, es decir, que aquel 26% del electorado que dio la victoria a Reagan no fue más que el 14% de la población estadounidense. El resultado de la abstención en política, de una abstención patrocinada desde el propio Estado, para reducir el sufragio universal a uno censitario de facto, suele tener estos resultados, unos que en sus consecuencias acaban afectando a todos. En las presidenciales de 2020 la participación llegó al 62,4%, el quinto porcentaje más alto desde 1908.

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Quizá uno de los síntomas que más ha temido siempre el neoliberalismo es el interés por la política de la gente común porque, a menudo, eso suele llevar a la conclusión de que el mayor logro de esta restauración conservadora fue dejar a la economía al margen del control democrático: esfuerzo de todos, decisiones y beneficios para unos pocos. “Reagan actuó como un actor, como un progresista, como el general Franco cuando fue gobernador de California, actuó como un conservador, luego actuó como si alguien fuera a votar por él para presidente; todos somos actores en esto, supongo”, cantaba Scott-Heron, entendiendo que, además de la democracia limitada, el neoliberalismo iba sobre todo de una ficticia transversalidad, una donde los políticos dejaban paso a cowboys de película de serie B que pretendían pasar por una persona normal, fuera lo que fuera eso. Thatcher se definió como la “hija del tendero”, Aguirre iba de chulapa siendo condesa y Ayuso de chica que pasaba por allí. Lo que se pretende ser antes que lo que se va a hacer, representar todo y nada, los papeles antes que los programas.

Scott-Heron sigue en la canción hablando de la crisis del petróleo de la anterior década, de una confusión donde los norteamericanos ya no saben si quieren ser Matt Dillon o Bob Dylan, de la política militarista, del macartismo renacido, del miedo a un mundo en cambio que lleva a mucha gente a refugiarse en la nostalgia: “Quieren volver lo más lejos que puedan, incluso si es sólo hasta la semana pasada. No para enfrentar el ahora o el mañana, sino para mirar hacia atrás. Y ayer fue el día en que nuestros héroes del cine acudieron al rescate en el último momento posible. El día del hombre del sombrero blanco o del hombre del caballo blanco, o el hombre que siempre vino a salvar a Estados Unidos en el último momento. Alguien siempre vino a salvar a Estados Unidos en el último momento, especialmente en las películas de serie B. Y cuando Estados Unidos se encontró teniendo dificultades para enfrentar el futuro, buscaron a personas como John Wayne. Pero como John Wayne ya no estaba disponible se conformaron con Ronald Reagan y eso nos ha colocado en una situación que solo podemos mirar como una película de serie B”.

Si el inicio de la restauración neoliberal comenzó con una crisis, como una actuación e impulsada por un fuerte sentimiento de incertidumbre que se intentó apaciguar con la nostalgia, su fin sigue unas líneas muy parecidas: crisis, fantasmagoría y regresión, salvo que, esta vez, a falta de un cowboy sonriente a caballo que puede ser cualquiera de nosotros, en muchas partes del mundo, pero especialmente en Europa, los que se dicen héroes tienen una forma y un fondo mucho más oscuro, casi aquel de las olimpiadas rodadas por Riefenstahl. Tengan cuidado, esta vez no tenemos ya con nosotros a Scott-Heron para que nos advierta. Esta vez puede que acabemos, en vez de en una película de serie B, en una de serie Z.

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