Segunda vuelta

La denuncia era falsa, la homofobia real y el PP tiene un problema

Pilar Velasco

No se nos pasará fácilmente la conmoción de la denuncia falsa del joven de Malasaña. Ese "me lo he inventado todo” y la materialización del tremendo daño que hace una agresión falsa que daña al colectivo que las sufre y alimenta a quienes odian. Incluso en pleno shock, hay que reconocer que la mentira ha destapado un problema real. Y aprovechar el detonante para asumir que hay homofobia, las agresiones crecen, son más violentas, hay más miedo y todo un colectivo que está pidiendo ayuda y diciendo basta.

La denuncia falsa ha retratado a cada uno. Empezaré por los medios. Es difícil medir cuándo y con qué intensidad dar una información a la espera del resultado policial o judicial, más lento que la voracidad informativa y reflejo de una fracción de la verdad, pero no toda. Nuestro trabajo es darle un marco político, ético, social a los acontecimientos. Dar voz, contar los hechos e intentar traducir qué relevancia tienen, qué significan, en qué nos afectan. La conversación colectiva se da en todo su apogeo en estos casos, cuando ante una violencia brutal reaccionamos al unísono, salta un resorte, y se abre un debate que nos interpela. Dicho esto ¿Hemos reaccionado rápido? Sí ¿Mal? No lo creo. La denuncia del joven era creíble. Y si lo era, debía ser apertura y ocupar portadas.

La denuncia falsa ha surgido en medio de numerosos testimonios de jóvenes con la cara amoratada, la voz temblando, o de espaldas a la cámara para no ser reconocidos. El invento de uno ha sido la realidad de muchos. Y así, hemos podido escuchar con atención a Miguel Ángel, en Toledo: “Me dijeron 'Sabes que eres un puto maricón de mierda?'”. A su amigo Pedro: “No puede ser que nos estén pegando por esto”. A Javier: “Me tiraron a una fuente. Me orinaron encima. Ahora voy mirando para otros sitios, camino por calles donde haya gente”.

También ha destapado la rabia y el miedo acumulado del colectivo LGTBI desde el asesinato de Samuel Luiz la madrugada del 3 de julio en A Coruña. Aquel Maricón de qué. Paliza. Fundido a negro. Desde entonces, nada ha sido igual. Hay un temor que se ha fraguado estos meses y se ha contado ahora. Un miedo que se extiende en los detalles que cambian tu vida y no hay estadísticas que lo recojan. Ese cruzar de acera cuando se acerca un grupo, no besarte en público, soltar la mano de tu pareja, decirle a tu madre que estás bien. Por eso las movilizaciones, a pesar del jarro de agua fría, tienen todo el sentido.

Luego está el Gobierno. Desde que se conoció la supuesta agresión ha reaccionado activando los mecanismos con los que se investigan los delitos de odio. Convocó una reunión extraordinaria. El presidente se puso en primera línea, el ministro del Interior, presidentes autonómicos, y así uno detrás de otro. Esto es lo que se espera de la política, que aun a riesgo de que se intente capitalizar, lance un mensaje de apoyo sin fisuras. Las víctimas necesitan sentirse protegidas, acompañadas y escuchadas. Los ciudadanos también. Un gobierno ha de ser paraguas y parapeto de los abusos. Que aún pudiendo hacer más, al menos diga: “Aquí estamos”.

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Y ahora sabemos, sin ninguna sorpresa, de qué lado está Vox. Lo que no sabíamos es que el PP entraría en su armario. Como señalan los colectivos LGTBI, cuando la extrema derecha llega a las instituciones el PP sale del consenso. Y le ha sido más fácil atacar a la oposición en Madrid, o a Pedro Sanchez, que abordar la homofobia.

La respuesta del alcalde de Madrid, e incluso Ayuso, ha dado la espalda a la comunidad LGTBI. Y ha puesto en evidencia la deshumanización de unos dirigentes capaces de enzarzarse en lo político, de culpar a la izquierda de “ensuciar el nombre de Madrid” en su lucha contra la lgtbfobia. Se ha hecho la víctima en la cara de las víctimas. Porque no basta con condenar los ataques y los asesinatos. Faltaba más. Estar en contra es hacer algo. Servir para algo. En Madrid pasa por condenar el discurso de odio de la extrema derecha, el pin parental que deja fuera a los colectivos LGTBI de los colegios, no retirar el presupuesto de las asociaciones y tantas otras cosas.

En apenas tres días nos hemos dado cuenta de dónde estamos. El punto de partida desde que se conoció la denuncia falsa es el de llegada. El miedo es real. Las agresiones son reales. Y no puede volver a haber armarios. Ahora también sabemos quiénes están en primera línea y quiénes miran hacia otro lado. Sabemos que la libertad no es individual, no se parcela. Y en una sociedad compartida, los derechos se van dando la mano unos a otros. Que la violencia contra unos forma parte del todo. Nos cansamos de pedir al PP que vuelva a los consensos, al menos podría reconsiderar ser un poco más firme cuando hay vidas en juego.

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