Plaza Pública

El machismo y Serena Williams

Miguel Lorente Acosta

La única posibilidad de que no sea machismo lo que le ha ocurrido a Serena Williams es no creer sus palabras; si creemos lo sucedido con el juez de silla, es machismo.

Al margen de las formas empleadas y de la influencia que haya podido tener el resultado del juego en su comportamiento, la clave y la razón dada por Serena para considerar la actuación del juez de silla como “machista” fue el trato desigual mostrado con ella ante las posibles instrucciones de su entrenador. Lo que Serena le dice al juez es que el criterio mantenido respecto a esa posible comunicación con su equipo no es el mismo que cuando el “coaching” se lleva a cabo sobre un jugador hombre, y mientras ellos lo hacen sin ser sancionados, a veces con todo el público como testigo, como hemos visto en más de una retransmisión, con las mujeres se es más exigente, como si se tratara de una especie de “urbanidad deportiva”, y se las sanciona. Es algo similar a lo que sucedió en el mismo torneo con la tenista Alizé Cornet al cambiarse la camiseta dejando a la vista el top que vestía y ser sancionada, algo que no ocurre cuando un jugador lo hace y muestra su tronco musculado y bicolor al público. Ya se sabe que la mujer del César ha de serlo y parecerlo”, mientras que el César siempre lo es, aunque no lo parezca o se esconda, criterio que parece seguirse también en las pistas de tenis.

La denuncia de Serena Williams ha sido ratificada por la propia Martina Navratilova, reconociendo la existencia de un “doble rasero” a la hora de sancionar durante el juego a hombres y mujeres.

Por lo tanto, si hay trato desigual y discriminatorio sobre las jugadoras, que ha sido lo que Serena Williams ha denunciado en este caso, hay una conducta elaborada sobre referencias extradeportivas que llevan a entender que el nivel de exigencia en cuanto al comportamiento de las jugadoras en las pistas debe ser más alto que con los hombres, lo cual forma parte de la construcción cultural del machismo que mantiene un criterio similar con las mujeres en cualquier ámbito: en el hogar, en las relaciones sociales y en el ejercicio profesional que desarrollan, donde han de hacer más para ser reconocidas igual y a pesar de ello cobran menos.

La solución dada por las propias referencias machistas es volver a cuestionar a las mujeres bajo la idea de que mienten, y que lo hacen para obtener beneficios particulares sobre situaciones generales. Lo hemos visto con Serena: primero no se le da credibilidad a sus palabras, después se dice que instrumentaliza la situación al utilizar una noble causa como el feminismo para beneficio personal. Curiosamente lo dicen desde sectores a los que nunca les ha importado el feminismo y al que incluso presentan como una especie de sinrazón. Pero en este caso, ¡oh casualidad! lo llenan de nobleza para cuestionar a una mujer que reivindica, precisamente, una injusticia del machismo. Salvando las distancias, es la misma estrategia que siguen para cuestionar la violencia de género. Por un lado presentan a cada mujer que denuncia como autora en potencia de una denuncia falsa, hasta el punto de afirmar que el 80% de todas las denuncias son falsas sin mas datos que sus palabras, y en contra de los datos de la FGE que las sitúan alrededor del 0’01%. Y, por otro, que con esas conductas le quitan los recursos a las “verdaderas víctimas”, que sólo ellos saben quienes son, presentándose como los grandes defensores de la lucha contra la violencia que sufren las mujeres.

Si creemos las palabras de Serena Williams, la decisión del juez de silla, Carlos Ramos, nace del machismo.

No debemos caer en una de las trampas habituales del machismo cuando intenta reducir toda su expresión e influencia a “hechos aislados”. Para evitar quedar atrapados en sus emboscadas argumentales, debemos tener en cuenta dos cosas importantes a la hora de analizar la realidad y los acontecimientos que la caracterizan: la primera es que el machismo es cultura, no conducta; y la segunda, que el machismo es una construcción de poder. Esta doble referencia nos indica que la capacidad del machismo a la hora de determinar la realidad no sólo se traduce en acciones y conductas concretas, sino en las consecuencias de aplicar los tres grandes instrumentos del poder: la capacidad de influir, de premiar y de castigar.

El machismo primero establece qué es lo que deben hacer hombres y mujeres y cómo han de comportarse a la hora de llevarlo a cabo, luego premia en forma de reconocimiento, admiración, consideración… a quien sigue las pautas, y castiga de múltiples formas a quien se sale de ellas. Es lo que le ha ocurrido a Serena Williams según ha denunciado: cuestiona una decisión que considera injusta porque muchos hombres hacen lo mismo sin reproche alguno, y la sancionan; después se enfada por la decisión, algo que tampoco se ve bien en una mujer y sí en los hombres, y la vuelven a sancionar en la pista. Al final, en lugar de analizar el significado de lo ocurrido, se la vuelve a cuestionar socialmente por todo lo ocurrido: decisiones, actitud y comportamiento.

Racismo, sí... y machismo

El argumento para justificar todo ello es simple: Serena miente, manipula y se enfada como consecuencia de su impotencia, no de una injusticia…

Como se puede ver, machismo total. ______________________

Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la violencia de género.

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