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Plaza Pública

La construcción europea y la pandemia del coronavirus

José María Sánchez Ródenas

La angustiosa situación que se está viviendo en Italia y en España, y que probablemente se vivirá en un futuro inmediato en otros países europeos, nos obliga a hacer una reflexión sobre el porqué de la irrefrenable expansión del coronavirus en Europa.

Evidentemente la gestión de la crisis de la pandemia en Italia, con un gobierno progresista, refleja que su gobierno no estuvo a la altura de las circunstancias, aunque podría decirse en su descargo que fue el primer país europeo donde el problema se planteó con virulencia.

Después está el caso de España donde nuestro gobierno, también progresista, hizo el "tancredo", frente a los peligros de la pandemia, fiándolo todo a la fortaleza y las bondades de nuestro sistema sanitario, sin aprender de las eficaces respuestas adoptadas en China, ni de los errores cometidos en Italia, mostrando una manifiesta falta de previsión.

Igualmente en el caso de Francia, aunque la incidencia actual de la pandemia no llegue a los niveles de Italia y España, su gobierno, en este caso conservador, tampoco se ha destacado por tomar medidas preventivas y las que ha adoptado, lo ha hecho tarde y obligado por las circunstancias y la situación que se está viviendo en España e Italia.

En el caso británico, con un gobierno radical conservador, se ha pasado de mantener una actitud incrédula absolutamente irresponsable, curiosamente como en EEUU, a adoptar a regañadientes medidas insuficientes que están muy lejos de afrontar con realismo la expansión de la pandemia en su país.

También Alemania, paradigma de la defensa de la austeridad, está sometida a una creciente expansión de la pandemia y aunque su incidencia, sobre todo en el número de fallecidos, sea menor que en los países del sur, tampoco fue capaz de adoptar medidas preventivas eficaces, sin aprender nada de la experiencia de China.

La primera y más evidente de las conclusiones que pueden sacarse del análisis del proceso de expansión de la pandemia del corona virus en Europa, es que la cabeza del llamado primer mundo está siendo absolutamente vulnerable a un fenómeno epidemiológico, algo que podría parecer paradójico por cuanto se trata de la cuna de la civilización, donde se concentra una gran parte de la riqueza y el desarrollo tecnológico del mundo. Y la segunda de las conclusiones es que, en mayor o menor medida, el problema está afectando a la mayor parte de los países europeos con independencia del signo político de sus gobiernos.

Pero en realidad la incidencia de la crisis sanitaria en Europa no tiene nada de paradójica porque claramente responde a la lógica, o más bien es una consecuencia, del modelo político y económico de la Unión Europea. La constatación de la falta, negligente o intencionada, de adopción de medidas preventivas de contención de la pandemia, cuando a mediados de enero saltó las fronteras de China, pone de manifiesto la ineficacia social del modelo de construcción europea.

La inacción generalizada de todos los gobiernos europeos, incluido el español, cuando a mediados de enero se constató la magnitud del problema del coronavirus en China, no responde a una involuntaria o negligente falta de previsión, responde a una consciente voluntad de mantener a toda costa el modelo productivo y el desarrollo económico, salvaguardando así los intereses de quien realmente gobierna Europa, los lobbys empresariales y financieros. Ha sido la defensa a ultranza de los intereses económicos, por encima de los intereses de la ciudadanía, lo que ha propiciado la situación actual de la pandemia en Europa. La Europa del austericidio, representada por una clase política más sensibilizada con mantener el statu quo económico y los criterios de déficit que por salvaguardar la salud de sus ciudadanos es la única y verdadera responsable de la tragedia sanitaria que estamos viviendo y de sus dramáticas consecuencias sociales.

Y ante esto se ha constatado el fracaso de la reunión de jefes de gobierno de la Unión Europea que se celebró el pasado 26 de marzo por videoconferencia, y que fue incapaz de adoptar unas medidas económicas contundentes, solidarias y sobre todo unitarias, siendo los máximos representantes de la austeridad los gobiernos de Alemania y Holanda, insensibles a las peticiones de los gobiernos de España, Francia, Italia y Portugal, respecto a la necesidad de afrontar la crisis de la pandemia de forma conjunta, mediante la emisión bonos de deuda pública europea, negándose radical e insolidariamente a adoptar cualquier propuesta en este sentido.

Desgraciadamente, hace mucho tiempo que Europa renunció a la construcción de la Nación Europea o de los Estados Unidos de Europa, y a día de hoy no representa más que un espacio de libre circulación de capitales, diseñado en exclusiva para garantizar el libre comercio, y los intereses de las entidades bancarias y los grupos financieros multinacionales. Y evidentemente todos los gobiernos de los países miembros, sean conservadores o progresistas, responden fielmente al mantenimiento de este modelo económico porque, sean del signo que sean, deben responder unívocamente al cumplimiento de unos principios retroliberales, que representan lo que en Europa se considera políticamente correcto, si no quieren sufrir el acoso y derribo que sufrió en su momento el gobierno griego de Sýriza hasta que se doblegó.

(Neoliberalismo es el término acuñado positivamente por los defensores del modelo económico del llamado primer mundo, pero resulta más adecuado el termino Retroliberalismo por ser un término que refleja negativamente su carácter extremadamente reaccionario)

Si bien es cierto que no puede aventurarse en cuánto tiempo va a poder superarse la crisis de la pandemia en Europa, sí puede aventurarse que la profunda huella que va a dejar en la ciudadanía va a provocar que cuando todo acabe nada volverá a ser igual.

La percepción de la necesidad prioritaria de invertir lo necesario para mantener unos servicios públicos potentes y de calidad, sobre todo la Sanidad, es algo que está calando de forma generalizada en los ciudadanos europeos, demasiado acostumbrados a contemplar su liberalización y privatización. Probablemente, será difícil que después de la pandemia la ciudadanía renuncie a la sanidad pública, y no se rebele ante cualquier intento de recortar las inversiones.

Igualmente, crece la percepción de impotencia de los ciudadanos europeos ante las consecuencias sociales que está provocando la pandemia y el temor a que, cuando ésta se supere, sus gobiernos y la Unión Europea vayan a comprometerse a recuperar la economía con un criterio social, garantizando el empleo y unas condiciones de vida digna para todos. Probablemente la conflictividad social se generalice en toda Europa, obligando a sus domesticadas organizaciones sindicales a ser la vanguardia de la lucha contra la austeridad.

Y seguramente, también cambiará la percepción de los ciudadanos europeos respecto a la clase política, en general, y a los partidos de sus respectivos países, en particular. En este sentido, resulta evidente que la extrema derecha intentará capitalizar la situación postcrisis, exacerbando los sentimientos nacionalistas xenófobos y antieuropeos, pero radicalmente retroliberales; corresponde a la ciudadanía europea afrontar su futura participación política desde el aprendizaje de la mejor enseñanza del confinamiento, al que ya está siendo sometida o se verá sometida próximamente, la "solidaridad" entre la gente que lo está pasando mal, la solidaridad que hoy une al pueblo español y al pueblo italiano con el pueblo francés, el pueblo griego o el pueblo portugués. Si aprendemos la lección, la extrema derecha y la derecha, retroliberales, reaccionarias e insolidarias, poco futuro político deberían tener, cuando la situación se supere.

Incluso si, finalmente, los países ricos del norte de Europa, encabezados por Alemania y Holanda, asumieran la catastrófica situación a la que están abocados buena parte de los países europeos, incluidos los que representan la segunda, la tercera y la cuarta economía de la zona euros, - Francia, Italia y España -, y aceptaran la adopción de medidas keynesianas de guerra, aviniéndose a la emisión de deuda pública europea, tal y como recomienda el banco central europeo, y algo por cierto bastante improbable a día de hoy, la magnitud de la crisis socio económica que se avecina es de tal magnitud que, seguramente, no baste con la aplicación de las recetas keynesianas, y sea preciso afrontar la recuperación económica con criterios sociales, garantizando unos servicios públicos que den respuesta a los problemas de subsistencia que se ciernen sobre una buena parte de la población europea, afrontando la estatalización de determinados sectores estratégicos de la economía, como las empresas energéticas, las farmacéuticas, las biomédicas y las infraestructuras, de forma que en el futuro los gobiernos puedan contar con los medios adecuados para afrontar crisis de este tipo, sin depender de los intereses económicos de los lobbys empresariales.

Resulta evidente que el futuro no está escrito, pero la ciudadanía europea cuenta hoy y ampliará mañana, cuando se supere la crisis, con los datos suficientes para poder evaluar a sus políticos y al proyecto de construcción europea, constatando la insolidaridad del modelo y la ausencia de principios sociales, que garanticen un modelo fiscal único, un salario mínimo europeo, unos servicios públicos de cobertura para toda la Unión Europea y una carta única de derechos y prestaciones sociales.

Por eso hoy más que nunca todos los que creemos en la construcción de una Nación Europea de ciudadanos libres e iguales, alcemos nuestras voces para decir "BASTA".

Ha llegado la hora de luchar por un modelo que construya la Europa de los Ciudadanos, que garantice gobiernos que prioricen el bienestar de los pueblos, y de rebelarse contra el modelo imperante de la Europa de los Capitales Financieros, desplazando a gobiernos que vienen demostrando su insensibilidad social y su servilismo con los poderes económicos. Es hora de abordar, con la redacción de un texto constitucional, la construcción de una nueva Europa, una Europa de los Pueblos al servicio de sus ciudadanos y no al servicio de los bancos y los fondos buitres.

Ha llegado la hora de plantarse y de poner en su sitio a los responsables políticos de los recortes, del desmantelamiento y la privatización de los servicios públicos, sean alemanes holandeses o españoles, cuya responsabilidad en la falta de medios humanos y materiales para abordar la pandemia es muy grave e innegable.

Ha llegado la hora de superar el bloqueo insolidario y mezquino de Alemania y Holanda, y de que la ciudadanía de Grecia, Italia, Francia, España y Portugal, obligue y apoye a sus respectivos gobiernos a hacer frente a las amenazas de los "austericidas del norte", estableciendo unilateralmente sus respectivos límites de déficit, en función de sus necesidades, y coordinando sus emisiones de deuda con un bono euromediterráneo.

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Ha llegado la hora de abordar e impulsar una alianza estratégica de los gobiernos de los países europeos del Mediterráneo, que con más de 195 millones de habitantes y representando el 42,70% del PIB europeo, le eche un pulso a los países ricos del norte para romper de una vez con la hegemonía económica impuesta por los gobiernos alemán y holandés, cuyos países representan algo menos de 90 millones de habitantes y el 30,80% del PIB europeo. Será mayoritariamente responsabilidad del gobierno alemán si el proyecto europeo corre el peligro de resquebrajarse, y haría bien en sopesar los riesgos que para su economía, altamente dependiente de las exportaciones industriales a la zona euro, podría suponer la ruptura con los países mediterráneos, después de lo que le va a suponer a su sector industrial la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea tras materializarse el Brexit. Incluso en el caso de que se impusieran sus tesis, sin resistencia por parte de los países del sur, debería sopesar las consecuencias para su economía en un escenario en el que unos países empobrecidos, abocados a una brutal caída de su capacidad de consumo, lastrarían igualmente su capacidad exportadora, y por ende, sus necesidades productivas.

Convirtamos el confinamiento en un instrumento para la reflexión y la rebeldía, aprovechémoslo para que en el futuro, después de que juntos superemos solidariamente la pandemia, afrontemos la nueva situación con la firme voluntad de que es posible otra Europa, más humana, más justa y más solidaria; depende de todas y todos nosotros.

José María Sánchez Ródenas (Anonimous Rebellis) es arquitecto urbanista.

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