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Tiempos de peste y cultura

Javier Pérez Bazo

Recientemente hemos visto cómo desde el mundo de la cultura no se tardó en afear la intervención del Ministro de Cultura y Deportes, José Manuel Rodríguez Uribes, en su comparecencia informativa sobre la actuación sectorial del Gobierno en estos tiempos de horror pandémico. Al parecer, disgustó sobremanera que expusiera lo obvio con irrebatible sensatez: lo que manda es la salud o, dicho de otro modo, lo prioritario es curar a los enfermos, contener este diluvio de muertos y, después, atendamos a las necesidades del espíritu, que también habrá que sanarlo.

Aducían los detractores que el responsable de la cultura nacional había desatendido a las pequeñas y medianas empresas de los diferentes sectores culturales y a sus innumerables trabajadores. Razones en abono para la crítica no les faltaban, pero comenzaron a perderlas cuando alguien levantó la voz hasta casi el grito, a lo Echanove, o más cortésmente a lo Lluis Pascual, aquejado por la ignorancia del ministro de las condiciones laborales de los artistas y, se supone, de los que no lo son. Tocar a rebato ante la situación que soporta la cultura durante esta peste parecía justificado, pero en absoluto la llamada a un "apagón cultural" en las redes sociales de dos días con sus correspondientes noches. Y mucho menos todavía que se pidiera la dimisión del ministro, exigencia no extensiva, por ejemplo, al responsable del Departamento vasco de Cultura, aun habiendo adoptado idéntica resolución que el ministro. Lo primero es la salud, y la de cuantos con altruismo y profesionalidad nos la cuidan, seguirá después todo aquello que la misma salud nos procura.

Cuando redacto estas líneas, la Unión de Actores y Actrices acaba de desconvocar la singular huelga virtual contra su propia casa institucional, luego de que la portavoz del gobierno anunciara la inmediatez de reuniones del ministro y ella misma con el "sector cultural" para convenir las medidas específicas que habrán de aplicarse. Los trabajadores de la cultura merecen el mismo arbitrio que el resto del mundo laboral, acomodando su particularidad allí donde el plan general del gobierno no logre soluciones satisfactorias. Sin excepciones ni restricciones, sin prevalencia ni prebendas, y tampoco olvidos. Que esta gravísima crisis de la salud pública pudiera llevarse por delante una pequeña compañía teatral y cualesquiera voluntades artísticas, o que cerrase una modesta editorial, serían vergonzosas amputaciones de la equidad democrática. Que alguien se quedase renqueante atrás, sin su trabajo y cuchara que llevarse a la boca, causaría un daño cultural difícilmente reversible...

Convendría que los intervinientes en las reuniones previstas desviasen la mirada hacia nuestro entorno europeo y vieran el empeño de proteger oficialmente la cultura en otros países, y resolvieran en consecuencia. En Francia, sin ir más lejos, ha sido declarada de interés prioritario la cultura, cuyo modelo y futuro correrían un serio peligro de no tomarse con urgencia las medidas necesarias para contrarrestar los estragos de la pandemia. El ministro del ramo, Franck Riester, anunció la repartición de veintidós millones de euros entre los distintos sectores y actores culturales, no sólo como ayuda a los llamados "intermittents" del espectáculo, asalariados y artistas en paro sobrevenido, sino también a la actividad musical, al negocio del libro en dificultad, a los teatros, a las galerías y centros de artes plásticas…, sin olvidar las indemnizaciones por gastos de los espectáculos suspendidos o programados. No creo que esta política del denostado presidente Macron se deba a mayor abundamiento de la "grandeur de la France", o a otro gesto del "heroïsme polítique", tópico desde De Gaulle e incluso antes, sino más bien, y llanamente, a una respuesta de la cordura.

La salvación de la cultura también está en otros frentes. En la gestión ministerial para acercar hasta nuestros confinamientos valiosas propuestas virtuales. Y también en la solidaridad y dadivosidad exquisitas de representantes de la cultura, de la ciencia y del deporte (que me exima el lector dar nombres que bien conoce). Nunca se agradecerán suficientemente las iniciativas de cantantes que cargados de improvisación y excelencia ponen su arte al servicio de la colectividad mediante conciertos desde sus casas a través de las redes sociales; o las innumerables manifestaciones de ingenio y humor, tan propias de nuestro carácter español; o las lecturas poéticas de autores reconocidos y noveles; o las lecciones magistrales de historia y cultura del catedrático Julián Casanova; o alguna tertulia artístico-literaria en directo como la de los atardeceres del martes en el madrileño Café Gijón animada por Justo Sotelo… Sin olvidar la fraternidad de gran amplitud, como la del Instituto Cervantes de Nueva Delhi que, ante la situación pandémica, alojó en su sede a ciudadanos españoles hasta que fuera posible su repatriación.

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La cultura y la instrucción pública son el inmejorable antídoto frente a la falta de decencia y de buen gusto, contra la mediocridad y otras malsanas pasiones humanas. Mortifica el paupérrimo nivel cultural de las televisiones, más notorio en los tiempos que corren. Aburren hasta la saciedad los programas monográficos repitiendo durante mañana y tarde la enumeración trágica de la peste, sesiones informativas que rinden culto al drama y utilizan como espectáculo la muerte en hospitales, casi en directo e ilustrada por una plaga de anónimos ataúdes y fosas comunes. Resulta insoportable, e incluso inadmisible, máxime cuando niños, jóvenes, discapacitados y mayores vulnerables están confinados en casa, sin duda ante el televisor. Y por si faltaba alguna guinda, ahí continúan las interminables tertulias televisivas, que acaban embotando la mente y anestesiando voluntades, con algunos gacetilleros a sueldo y al servicio de su señor, con bula para difundir bulos sin sonrojarse ni privarse, contumaces, de la grosería y el insulto: formando bloque con la derecha más montaraz y la ultraderecha, haciendo caudillaje. Tiempo habrá para volver sobre ello tras tanta peste.

Confinado en mi residencia francesa puedo atestiguar que tal desafuero no ocurre afortunadamente en el país galo; al contrario, a veces se impone de manera exasperante un comportamiento informativo difícil de entender en otras latitudes, pero con logrados efectos sociales. Menester sería que el ministro Rodríguez Uribes, persona prudente y de ecuanimidad dialogante, y los representantes del sector cultural acordasen, entre otras medidas, corregir tanta infracultura, adentrándose en su lado más oscuro, protegidos de mascarilla para evitar contagios de la epidemia acultural. Nadie comprenderá sus esfuerzos como propósito de menguar la libertad de expresión, sino más bien como compromiso ético y estético, por respeto al espectador, nunca como mordaza.

Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura española de la Universidad de Toulouse y socio de infoLibreJavier Pérez Bazo

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