Consulta catalana 2014

Cataluña no es Escocia

"Tenemos un precedente muy claro". No es ningún secreto. Artur Mas, el pasado domingo en su cara a cara con Felipe González en Salvados, apuntaba al espejo en que los soberistas catalanes se miran: Escocia. Allí se podrá votar independencia sí o independencia no el próximo 18 de septiembre, en un referéndum pactado (e impulsado) por el primer ministro británico, el conservador David Cameron. Escocia podría segregarse del Reino Unido tras 300 años de vida en común

Escocia también es, obviamente, el espejo molesto para el Gobierno español, por ser un referente cercano, en el mismo espacio de la Unión Europea. Y el Ejecutivo, en unas palabras que sorprendieron a muchos, deslizó el pasado lunes que podría aceptar una Escocia separada de Londres. "Si se independiza siguiendo los procedimientos legales e institucionales, pedirá su adhesión a la UE. Y si ese proceso ha sido legal, se podrá considerar su solicitud. Si no, no", aseguró el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, en una entrevista en el Financial Times, en la que también remarcó que el proceso escocés es "fundamentalmente distinto" al catalán. ERC cargó contra el jefe de la diplomacia por su "mala fe" al distinguir ambos procesos, cuando son "casi idénticos e intercambiables". Convergència, mientras, consideró que lo que afirmó Margallo sobre Escocia es "aplicable" a Cataluña. 

¿Pero son casos equiparables? La respuesta, para los expertos consultados por infoLibre, es más compleja que un o un no. La comparación no puede ser exacta, partiendo de la base de que la cimentación legal de un país y otro es radicalmente distinta. El Reino Unido no tiene una Constitución escrita; España, sí, y esa característica fundamental hace que las respuestas no puedan ser calcadas. Aunque, al final, todo depende de una cuestión de voluntad política. Lo que sí es cierto es que el efecto arrastre de Escocia ha influido (e influye) en Cataluña. No tanto por el resultado que den las urnas, sino por el hecho mismo de que será posible votar. Y este referéndum ha posibilitado –aquí otra diferencia– un debate "serio y profundo", no tan "pasional" como en España, sobre los pros y contras de la eventual independencia de Escocia. 

01. diferencias y semejanzas

Si hay una diferencia nítida que los analistas marcan en rojo para explicar los procesos soberanistas escocés y catalán, es esta: Constitución. España la tiene, y el Reino Unido no. "Allí no hay un marco jurídico que impida la realización de un referéndum, y aquí sí, porque aquí la Carta Magna de 1978, en su artículo 2, consagra que la soberanía radica en el conjunto del pueblo español", destaca Rafael Cruz, profesor de Historia de los Movimientos Sociales de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Una opinión que comparten el resto de historiadores, politólogos y periodistas consultados. La Constitución es el muro insoslayable, como recuerda Andrés de Blas, catedrático de Teoría del Estado de la UNED: "En Reino Unido no hay Carta Magna, y por tanto el Parlamento de Westminster es soberano, y no tiene que someterse a un tribunal de garantías constitucionales. Aquí las Cortes sí deben sujetarse a la Constitución y por eso existe un Tribunal Constitucional. Esa diferencia fundamental hace que una decisión política que vulnere la Constitución no pueda ser puesta en práctica". 

Fue hace un año, el 15 de enero de 2013, cuando el Parlamento británico –la Cámara de los Comunes y la de los Lores– aprobó el mandato legislativo que permitió a Londres ceder al Parlamento de Edimburgo la potestad para celebrar el referéndum del 18 de septiembre. Meses más tarde, en noviembre pasado, el hemiciclo de Edimburgo sancionó la ley que regulará la celebración del plebiscito independentista. Cameron, por tanto, ha negociado el procedimiento con Alex Salmond, el ministro principal escocés, y su resultado será vinculante.

En España, para que los catalanes pudieran votar debería procederse a una reforma constitucional, un procedimiento mucho más largo y complejo que requeriría de disolución de las Cortes, aprobación de la modificación y referéndum en todo el Estado. Pero sería posible si hubiera acuerdo, porque la Carta Magna no es intocable y, de hecho, es el camino que propugna el PSOE para dibujar una España federal. Los partidos promotores de la consulta, sin embargo, consideran que bastaría una fórmula más simple: que Congreso y Senado trasvasaran a la Generalitat el poder de convocar plebiscitos. Eso es lo que ha tramitado el Parlament y lo que está escrito en la iniciativa, calcada, que han registrado CiU, ERC e ICV-EUiA en la Cámara baja. Pero ambos textos se estrellarán contra la mayoría de PP, PSOE y UPyD, que suman el 85% de los escaños. 

Giles Tremlett, corresponsal en España del semanario británico The Economist, señala otra diferencia que él cree fundamental: en un caso, el de Escocia, la opción separatista es minoritaria –oscila entre el 30% y el 40%, según las encuestas–, y en Cataluña concita en teoría mayor apoyo. Según el último sondeo, de noviembre pasado, del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), el instituto oficial de la Generalitat, el respaldo a la independencia se halla estabilizado en el 54,7%. La convicción de que vencerá el no en Escocia es, para Tremlett, lo que ha hecho que Cameron se haya situado a la cabeza del proceso, como principal impulsor, porque así la polémica quedará "zanjada", al menos, para una generación. Es, de hecho, lo que ocurrió en Québec (Canadá) en dos ocasiones (1980 y 1995). Como sintetiza el estadounidense Stephen Jacobson, profesor agregado de Historia Contemporánea de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), se trata de una cuestión elemental de "cálculo político": si vence Londres, como espera Cameron, se desactiva la presión separatista. Claro que, como advierte Cruz, nada es seguro y cabría el riesgo de "perder el referéndum". 

Las diferencias también son históricas. Inglaterra y Escocia, unidas bajo la misma Corona desde 1603, se constituyen en un único Estado en 1707, gracias al Acta de Unión, para lo cual el Parlamento de Edimburgo "se hizo el harakiri y aceptó integrarse para beneficiarse de su pujante comercio colonial", como recuerda Luis de la Calle, profesor de Ciencia Política del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) de México y estudioso de los nacionalismos. Cataluña, identificada por los nacionalistas como una "nación milenaria", perdió sus instituciones tras la Guerra de Sucesión y los Decretos de Nueva Planta (1714), con los que Felipe V, el nuevo rey borbón, implantó en España el modelo absolutista y centralista francés, que "no tiene parangón con la trayectoria de Escocia", como matiza Pere Ysàs, profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). 

Sin embargo, también hay cuestiones que aproximan Escocia y Cataluña. "Son hermanos pequeños de monarquías compuestas en la Edad Moderna y que ven surgir los movimientos nacionalistas en la Edad Contemporánea. En Escocia, por cierto, mucho más tarde que en Cataluña, tras la posguerra mundial. Son nacionalismos europeos de antiguos pueblos que podríamos considerar independientes", especifica Jacobson. De la Calle profundiza en las similitudes "abrumadoras". Primero, son "regiones con una identidad bien reconocida, no sólo oficial sino también simbólicamente, dentro de sus propios Estados". Dos, cuentan con partidos nacionalistas fuertes. Tres, están presentes partidos socialistas de raíz estatal (PSC y laboristas) que reconocen la singularidad del territorio.

Cuatro, en las dos el nacionalismo "combina la dimensión identitaria con otra más económica que enfatiza la mejor capacidad de los nacionalistas para gestionar los recursos propios". Y cinco, ambas son comunidades que se enfrentan al mismo problema: "La democracia se fundamenta en el imperio de la ley, pero también sobre el principio de representación democrática". Es decir, la ley no permite la secesión pero sí permite que los partidos separatistas puedan ser mayoritarios en sus territorios. En Escocia, continúa De la Calle, se resuelve ahora vía plebiscito. En España, hasta ahora, con "negociaciones secretas interminables". 

Los expertos, sin embargo, entienden que es mejor no recurrir a argumentos historicistas, porque siempre se utilizan, por partidarios y detractores, "a conveniencia", en palabras de Ignacio Sánchez-Cuenca, director del Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales. Pero también por otra razón, que trae a colación Cruz: el concepto de nación política nace en el siglo XIX, a partir de las revoluciones liberales y, en España a partir de las Cortes de Cádiz (1812). Por lo tanto, las comparaciones con los reinos medievales o las entidades políticas de la Edad Moderna no deben hacerse. "Hablar de naciones en el pasado son visiones presentistas, del presente. Hay que acudir a la idea feliz de la que hablamos todos los que estudiamos el nacionalismo –prosigue Cruz–: la construcción de una comunidad imaginaria que se basa en la historia. Y esas comunidades imaginarias las han invocado todos los nacionalismos, también el español". 

En última instancia, junto a la ley (y la historia) está la "voluntad política", que refrenda Ysàs. La voluntad de proceder a los cambios legales necesarios para responder a las demandas de los ciudadanos, por mucho que el camino de reforma constitucional sea más tortuoso e incierto. "Ley y voluntad política están entrelazadas", conviene este historiador de la UAB. Cruz coincide y cree que "todo es negociable", aunque también tiene que ver "la oportunidad". "Mas y CiU han elegido el peor momento. En 1996, con un Gobierno de mayoría relativa, Jordi Pujol consiguió hasta hacer desaparecer a Alejo Vidal-Quadras del PP catalán. Pero ahora, con una mayoría absoluta como la que posee Mariano Rajoy... todo se complica".

Ysàs alerta de que el encastillamiento del PP "es una fábrica de creación de independentistas", como lo fueron las políticas recentralizadoras de Aznar. "Cameron ha actuado con inteligencia política, y ha tenido una respuesta sensata. La posición del Gobierno español, enrocándose en el no, no, nono, no, no, no beneficia", converge Tremlett. De Blas, en esta línea, cree que no hace falta reproducir mecánicamente que la consulta no se hará porque no lo permite la Carta Magna. "Eso ya lo saben. Hay que promover el debate con argumentos de fondo, no emocionales, arguyendo que en democracia caben las dobles lealtades, las lealtades compartidas. Que haya una nación catalana no contradice que haya una nación española en la que cabe la nación catalana". Sánchez-Cuenca lanza incluso esta hipótesis: si Rajoy hubiera permitido el referéndum hace poco más de un año, cuando dio el portazo al pacto fiscal que le pedía Mas, le habría pillado desprevenido y habría "desactivado" el independentismo. "Ahora, el riesgo sería mucho mayor", por la polarización creciente. 

02. EL 'EFECTO ESCOCIA' EN CATALUÑA

Es una obviedad: Cataluña se mira en Escocia. Con un argumento que los nacionalistas repiten siempre, y que Mas reprodujo en Salvados: allí se podrá votar; en Cataluña, el Gobierno dice que no. Es el argumento de la democracia, del "derecho a decidir", una expresión, como subraya Cruz, "más integrada y omnicomprensiva", patentada por los soberanistas con habilidad, que han aparcado de su léxico el derecho de autodeterminación. Edimburgo "ha dado alas a los nacionalistas", reconoce De Blas. 

Sánchez-Cuenca cree que ya hay que dar por "descontado", no obstante, el efecto Escocia. Porque ya está "interiorizado" en Cataluña, porque el deseo de ejercer el derecho a decidir "ya está en máximos", en los entornos del 70-80%. 

El resultado del plebiscito del 18 de septiembre tiene, pues, una importancia relativa, según analizan los expertos. Si sale no, calcula Ysàs, "se desinflará, se enfriará relativamente". Más que el no, tendría más impacto, según Sánchez-Cuenca, que Escocia saliera de la UE, porque eso "sí podría disuadir a los independentistas". "Mucha gente en Cataluña no acaba de creerse que podrían salir de la Unión si hubiera secesión –continúa–, mucha gente que cree que no se les puede despojar de derechos ciudadanos, que una cosa es lo que diga la Comisión Europea y otra lo que en su día puedan decir los tribunales". 

De cualquier modo, como ya decía el president de la Generalitat, "lo importante es que podrán votar", poniéndose la venda antes de la herida. Y si triunfa el sí, aumentará la "euforia" independentista. "Por el mero hecho de que se celebre, ya tiene efectos positivos para las posiciones nacionalistas. Hay que darse cuenta de que Escocia es el patio trasero de la UE, no es Quebec, que está en Canadá", señala Cruz. "Lo importante es sentar el precedente –abunda De la Calle–. Mi impresión es que Rajoy teme el referéndum precisamente por ese efecto precedente. El presidente espera que la derrota del nacionalismo escocés y la mejora económica en España rebajen los apoyos a favor de la independencia, y que con un nacionalismo más debilitado, CiU esté dispuesta a negociar un paquete fiscal a cambio de apoyos a una posible reinvestidura tras las elecciones generales de 2015".

Tremlett, conocedor de las realidades de ambos países, resalta que, pese a lo que pueda pensarse, Edimburgo y Salmond miran "con envidia" a los soberanistas catalanes, por su capacidad de movilización, igual que mira a Madrid, por si vetara su eventual entrada en la UE. Añade que el proceso está viviéndose en el Reino Unido "sin demasiada inquietud", sin "dramatismo". "Más bien me pregunto por qué provoca este tema tanta crispación en España". El propio corresponsal se responde: por la actitud del Gobierno y porque allí, en Inglaterra y Escocia, existe un "debate serio, en profundidad, "no una conversación de besugos". 

Los analistas, de hecho, echan en falta esa "campaña" capaz de contrapesar los argumentos de los soberanistas. Londres está editando distintos análisis sobre las consecuencias de una eventual emancipación de Escocia. Salmond, a su vez, ha publicado un libro blanco a favor de la separación. Sobran razones "simplistas y poco clarificadoras" (dice Cruz), como la aseveración (falsa) que Rajoy reitera siempre, que España "es la nación más antigua de Europa", sobra la "inoperancia" del presidente (dice Sánchez-Cuenca). Se necesitan, en consecuencia, razones y debates más "racionales" (dice De Blas), capaces de explicar sin pasión por qué a Cataluña no le convendría escindirse de España. O por qué sí, si se mira desde la óptica soberanista. Cierra Tremlett: argumentos que salgan de la cabeza, no "de las tripas"

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