Derechos civiles

Activistas 'trans' catalanes dan un paso histórico en su lucha por los derechos humanos

Protesta 'trans' en Barcelona.

Beatriz Pérez | Barcelona

La pasada primavera, activistas de la plataforma Trans*forma la Salut (Barcelona) presentaron una queja ante los partidos políticos y el Defensor del Pueblo amparándose en la ley 11/2014 para garantizar los derechos LGTBI (Lesbianas, Gays, Transgénero, Bisexuales e Intersexuales). Recogían en su documento distintos testimonios de personas trans (quienes viven en un género distinto al que les ha sido asignado al nacer en base a su sexo, independientemente de si han modificado su cuerpo) que se quejaban del diagnóstico “patologizador” que se les hacía al tratarlos como pacientes con disforia de género en la unidad de identidad de género del Hospital Clínic de Barcelona. La disforia de género es un diagnóstico psiquiátrico que se asigna a quienes sienten una discordancia entre el sexo que se les estableció al nacer (con el que no se identifican) y el género que realmente sienten.

A finales de octubre, la sanidad pública catalana dio un paso pionero tanto a nivel estatal como europeo al anunciar la Conselleria de Salud un nuevo modelo de atención a las personas trans que elimina el diagnóstico psiquiátrico a la hora de acceder a los tratamientos hormonales o intervenciones quirúrgicas. Se llevará a cabo en la unidad Trànsit del Institut Català de la Salut (ICS), ubicada en el Centro de Atención Primaria Manso del barrio barcelonés de Sant Antoni. Consensuado con entidades del activismo trans, este nuevo modelo supone la “despatologización” del colectivo porque, eliminando la evaluación de disforia de género, deja de entender la transexualidad como una enfermedad.

El equipo de Trànsit está compuesto por una ginecóloga, un médico de familia, una enfermera, dos psicólogas y una trabajadora social. Salud lo reforzará con 258.000 euros más a partir del 2017.

Binarismo hombre-mujer

Dentro del amplio colectivo LGTBI, las personas trans son quienes más cuestionan el binarismo hombre-mujer. El término trans (los miembros del colectivo prefieren la denominación trans*, con asterisco)engloba a personas transexuales (quienes tienen una identidad de género opuesta a la que se les asignó al nacer), transgénero (quienes tienen una expresión de género distinta a lo que socialmente se espera de ellas) y travestis o crossdressers (quienes expresan, temporal o permanentemente, a través de su modo de vestir, un rol de género socialmente asignado al género opuesto).

“Hace 10 años que muchos activistas trans internacionales luchan por que se considere la transexualidad como una manera más de expresión de la diversidad humana y se elimine del listado de enfermedades mentales”, explica Rosa Almirall, la ginecóloga de Trànsit. Hoy por hoy, la transexualidad todavía aparece en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSMS), el manual de referencia de trastornos mentales. La homosexualidad dejó de estar en él en 1973.

Los cuestionarios de feminidad y masculinidad que deben pasar las personas trans para poder acceder a procesos hormonales o quirúrgicos son, según Almirall, de la época de los años 50. “Se basan en preguntas muy clásicas, como si te gustan las flores o las motos”, cuenta. ¿Qué significa esto? Que a las personas trans* se les exige ceñirse, de manera muy rígida, al estereotipo masculino o femenino, lo cual posee un “claro trasfondo sexista y heteropatriarcal”, en palabras de la ginecóloga.

“En Trànsit pensamos que la única persona que puede definir la identidad sexual es quien la siente. Y también que las identidades van mucho más allá de lo masculino y lo femenino. Por ejemplo, puede haber un chico trans [se definen siempre con la identidad sentida; en este caso, un hombre que nació con genitales femeninos pero que tiene identidad masculina] al que le moleste tener barba. Muchos trans se hormonan pero no quieren operarse”, matiza Rosa Almirall. Otro ejemplo: hay mujeres trans* que solo desean minimizar su masculinidad y, por ejemplo, no se operan para tener pechos porque consideran que los conseguidos con las hormonas son suficientes para expresar su identidad femenina.

“A mí, para ser considerado hombre, no se me exige que cumpla con todas las condiciones que sí debe cumplir un hombre trans –explica por su parte Jordi Reviriego, médico de familia de Trànsit–. A mí, como hombre CIS [Congruente con la Identidad Sentida; es decir, todas las personas que no son trans], me pueden gustar las flores y nadie cuestiona mi masculinidad”. Para Reviriego, “ningún médico tiene la autoridad de decirle a nadie si es o no lo suficientemente mujer u hombre”. “¿En qué punto de mi carrera se me ha capacitado para establecer si tal persona tiene derecho a sentir lo que siente o no?”, reflexiona.

360 personas en un año

La unidad Trànsit nació en octubre del 2012. Desde su creación, ha atendido a 720 personas. 360 de ellas han visitado esta unidad a lo largo del último año. El equipo de esta unidad asesora a los pacientes médica y psicológicamente. Lo más difícil es siempre decírselo a la familia.

“Quería hacer una consulta de atención ginecológica a personas con cuerpos diversos. Presenté mi proyecto al Institut Català de la Salut y no hubo problema. Comencé tratamientos hormonales a mis pacientes sin necesidad de ningún informe psiquiátrico porque no creía que la transexualidad fuera una enfermedad mental. Estuve y estoy totalmente convencida de que hice lo correcto”, cuenta Rosa Almirall. A día de hoy, en Cataluña conviven los dos modelos de atención a las personas trans: el de Trànsit y el que mantiene aún los diagnósticos psiquiátricos.

Aun así, la situación dista mucho de ser la ideal. Para poder modificar la referencia del nombre y del sexo en sus documentos de identidad, como el DNI (algo que es posible gracias a la Ley de Identidad de Género aprobada en el 2007 con Zapatero), las personas trans* deben entregar un informe de disforia de género emitido por un psiquiatra o psicólogo, además de otro informe médico que pruebe que llevan dos años hormonándose.

Menores de edad

En los últimos seis meses, Trànsit atendió unas 180 primeras visitas, de las cuales 47 eran menores de edad. Cada vez existe una mayor visibilidad de la transexualidad infantil, lo cual se debe por un lado a la emisión de los documentales El sexo sentido (TVE, 2014, dirigido por Manuel Armán) y Trànsit, menors transsexuals (TV3, 2016,dirigido por Roser Oliver y Lluís Montserrat) y, por otro, al suicidio el año pasado de Alan, un adolescente trans de Rubí (Barcelona). Tenía 17 años e, incapaz de sobrellevar el acoso escolar, decidió quitarse la vida el 26 de diciembre del 2015. Alan era miembro de Chrysallis, una asociación de familias de menores trans que nació en Cataluña el año pasado y que se constituyó en España hace dos años y medio.

A pecho descubierto

A pecho descubierto

“Un niño, por pequeño que sea, puede saber lo que es y lo que no”, opina Anna Maria Serra, portavoz de Chrysallis-Cataluña. Serra es madre de Estel, una niña trans de 11 años que hizo el tránsito con 8. “Por tránsito nos referimos al momento en que salió a la calle vestida de niña y llamándose Estel. Antes tenía nombre de niño”. La portavoz de Chrysallis hace una valoración muy positiva del nuevo modelo de atención a las personas trans. “Es un gran paso en Cataluña. El objetivo debe ser su despliegue por todo el territorio”, cuenta.

Opina lo mismo Ian Bermúdez, de 37 años y activista independiente de Trans*forma la Salut. “Yo comencé a transitar con 26 años y lo pasé muy mal en el Clínic”, recuerda Bermúdez. “Me hacían preguntas íntimas que no tenían nada que ver con lo que me ocurría, como si tenía pareja o cuál era la orientación sexual de la misma”, asegura. Teseo Cuadreny, de 34 años, asegura por su parte haberse sentido razonablemente bien tratado por el servicio del Clínic, aunque valora muy positivamente el nuevo modelo de atención a las personas trans* impulsado por Salud. Y hace la siguiente reflexión: “Ahora entiendo mejor la cantidad de trabas a las que no nos tenemos que enfrentar los hombres por el mero hecho de ser hombres”. Comenzó a transitar a los 26 años. “Al hacer el cambio me di cuenta de la cantidad de “privilegios” que tenemos los hombres. Entre ellos, algunos en apariencia tan básicos como ir tranquilos por la calle”, asegura.

Aun así, muchas voces dentro del colectivo trans piden cautela. “Queda muchísimo trabajo por delante”, señala Lina Mulero, integrante de la asociación Generem, dentro de Trans*forma la Salut. Señala, eso sí, como gran avance la eliminación del informe de disforia de género para poder acceder a los tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas de reasignación de sexo. Para Mulero, que pide que sea Trànsit quien haga las formaciones de médicos para tratar al colectivo, todo este debate es una cuestión de derechos humanos.

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