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¿Cuántas naciones hay en España?: Respuestas al interrogante más repetido de la campaña

Varios manifestantes portan una gran estelada durante la movilización.

Ha sido la gran pregunta de la campaña: "¿Cuántas naciones hay en España?". La han dirigido candidatos conservadores, sobre todo del PP, a adversarios socialistas, al hilo del reconocimiento socialista de la "plurinacionalidad" del Estado. Es una pregunta fácil de hacer, pero difícil de responder. En primer lugar, porque la "nación" es, así lo afirmaba en 2004 el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero, un concepto "discutido y discutible". Y como dice el historiador Xosé Manuel Núñez Seixas: "Medir las naciones es la cosa más complicada que hay. Lo que puedes medir, más o menos, es la intensidad de los nacionalismos".

infoLibre busca anclajes para responder a esta pregunta, con la ayuda de historiadores, juristas, sociólogos y politólogos. Y podrían avanzarse algunas conclusiones, antes de entrar en pormenores. Jurídica y políticamente sólo hay una nación en España, la española, cuya soberanía está reconocida en la Constitución, un texto que al mismo tiempo admite la existencia de "nacionalidades" en su seno. Hasta ocho comunidades autónomas son "nacionalidades", según sus propios Estatutos de autonomía, lo cual convierte a España, al menos en apariencia, en un Estado "plurinacional". En una dimensión cultural, o social, en cambio, hay más de una nación en España. En los casos catalán, vasco y gallego, es obvia la existencia de hibridación nacional. En cuanto a Cataluña, hay en el nacionalismo una voluntad de convertir la nación cultural en nación política con Estado propio.

La izquierda y las naciones

La respuesta a la pregunta sobre el número de naciones es particularmente espinosa para la izquierda, que en España tiene una relación sinuosa con las naciones y los nacionalismos. ¿Por qué? En cuanto al nacionalismo español –que sí, también existe–, porque está teñido de elementos "autoritarios, nativistas y de uniformidad" más próximos al campo derechista, como han puesto de relieve Antonia María Ruiz, Luis Navarro y Manuel González, del grupo Demospain de la Universidad Pablo de Olavide, autores del proyecto Nacionalismo español: discursos y praxis desde la izquierda, que explora las claves históricas que han alejado a la izquierda del nacionalismo español. Ante la "apropiación" de la simbología por parte de la derecha, ha sido más frecuente que sectores progresistas se aproximen a los nacionalismos periféricos, en base a un efectivo relato de "nación oprimida", relato sublimado ahora por el procés. Pero esto tampoco significa que la relación de la izquierda con los nacionalismos periféricos sea sencilla.

Una significativa parte de la izquierda española mira con la ceja enarcada los nacionalismos e independentismos periféricos. Es una desconfianza instalada en el tuétano de la tradición marxista, por las sospechas que despierta una ideología que, sobre la base de invocaciones históricas o esencialistas, y utilizando un discurso sencillo y emotivo, orilla la lucha de clases en beneficio de la reafirmación identitaria. La respuesta al deseo innato del ser humano de formar parte de un destino común debería, según esta tradición de la izquierda, encontrarse en la religión y no en la política. Retomando a los investigadores de Demospain, "la izquierda se ha sentido incómoda con el nacionalismo al considerarlo una estrategia burguesa para dividir al proletariado".

Así que ahí tenemos al PSOE, incómodo ante la pregunta: "¿Cuántas naciones hay?". La "plurinacionalidad" aparece y desaparece de su discurso. Es difícil conservar la coherencia entre lo que el partido dice en Algeciras y en Gerona. Es complicado mantener una línea crítica con el nacionalismo, digamos, catalán o vasco, sin acabar haciéndolo a lomos del nacionalismo español. Porque –hay que reiterarlo– el nacionalismo español sí existe, por el simple hecho de que existe la nación española. Que tenga un Estado no hace evaporarse su nacionalismo, que de hecho tiene una importante versión épica y primordialista, que defiende la existencia de una nación española anterior a su Estado.

De Vox a Ciudadanos

Pero, ¿guarda la derecha contradicciones en cuanto a su visión nacional? Sí el PP, que es a la vez responsable de la España de las autonomías, del diseño de la España de las "nacionalidades y regiones", pero al mismo tiempo parece avergonzarse cuando compite con Ciudadanos y Vox. En cambio, no acumula contradicciones Vox, que ejercita un híper nacionalismo unívoco que, en la tradición nacionalcatólica española, reduce la identidad nacional a una sola, la del conservador católico castellano, y considera antiespañola cualquier otra visión del país y su configuración. Según Vox, no hay nación en España más allá de la española. Pero no sólo eso: no hay más que una manera de ser español. Así describe el sociólogo Imanol Zubero el corpus ideológico del partido de Santiago Abascal: "neoliberalismo" como característica más singular, con una "moral cívica con planteamientos clásicos religiosos, una perspectiva nativista de la identidad nacional y la defensa innegociable de lo propio en una situación de miedo".

Ciudadanos, que encara el nacionalismo con un enfoque más cívico y menos identitario –más de utilizar en su argumentación el ejemplo francés que el de los Reyes Católicos y Blas de Lezo–, también acumula no pocas contradicciones. No obstante, como la diversidad de conciencias nacionales en España sigue ahí guste o no guste a Cs, el partido de Albert Rivera paga caro electoralmente su planteamiento en plazas con identidades híbridas, como Galicia, País Vasco o Navarra, donde cala poco ese discurso según el cual igualdad debe aparejar uniformidad. El pragmatismo de la lucha por el poder ya ha llevado a Ciudadanos a aliarse con los foralistas de UPN en Navarra Suma, lo que implica aceptar en primera persona las asimetrías del diseño institucional español.

Nacionalidades y regiones

Y hemos llegado a un punto clave: las asimetrías. Un término denostado por las tres derechas. Políticamente incorrecto hasta el tuétano hoy en día, pero incrustado hasta el mismo tuétano de la Constitución, que prevé, por ejemplo, la posible unión en una sola comunidad del País Vasco y Navarra. La Constitución consagra expresamente una disimetría en la escala nacional. Establece el texto del 78: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas". La Constitución, el texto clave para definir la esencia institucional del Estado, dice que en España hay "nacionalidades". ¿No es eso un Estado plurinacional?

No es sólo la Constitución. El desarrollo de los Estatutos de autonomía también apunta a diferentes nacionalidades [ver aquí un repaso por las 17 comunidades autónomas]. Todo ello, Constitución y estatutos, forma parte de un cuerpo jurídico-político de cuya construcción el PP es protagonista fundamental. El PP –y su antecesora, Alianza Popular– está entre los padres de la pluralidad de nacionalidades españolas.

¿Qué dicen los estatutos?

Cinco territorios se definen como "nacionalidad histórica": Andalucía, Aragón, Comunidad Valenciana, Galicia y Baleares. La mera apelación al carácter "histórico" está en la base de la construcción nacional. En Andalucía, la reforma del Estatuto de 2007, apoyada por el PP de Javier Arenas, recuerda en el preámbulo que el Manifiesto Andalucista de Córdoba (1919) define a Andalucía como "realidad nacional".

Tres se definen como "nacionalidad": Cataluña, País Vasco y Canarias. En el preámbulo de su estatuto, Cataluña recuerda que su Parlamento, "recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación". En cuanto a Euskadi, el Estatuto dice: "El Pueblo Vasco o Euskal-Herria, como expresión de su nacionalidad, y para acceder a su autogobierno, se constituye en Comunidad Autónoma dentro del Estado Español".

Otros tres se califican como "comunidad histórica": Asturias, Cantabria y Castilla y León.

Cuatro son "comunidades autónomas": Madrid, Extremadura, La Rioja y Región de Murcia.

Una se califica como "región": Castilla-La Mancha.

Navarra, caso aparte, se denomina "comunidad foral".

Nación política, naciones culturales

De toda esta ensalada conceptual, en la que los términos se cargan de significados jurídicos pero también políticos y hasta coloquiales, se nutre la España de hoy. Una España "plurinacional", porque hay diferentes "nacionalidades". Si bien hay que precisar que "nacionalidad" no es lo mismo que "nación", aunque la diferenciación sea difícil de apreciar a primera vista. ¿En qué se distinguen? La nacionalidad apela a singularidades histórico-culturales. La nación, en su acepción moderna, es política y da cobertura a la constitución de una comunidad civil. Es decir, a un Estado.

Pero, entonces, ¿sólo hay nación con Estado? Y, volviendo a la pregunta original, ¿cuántas naciones hay España? Con la Constitución en la mano, la respuesta es clara: una. Sólo hay una nación, la nación española, en la medida en que sólo el pueblo español es soberano y constituyente. Cuando se habla de "pueblo catalán", o de "pueblo vasco", o de "pueblo gallego", a menudo da la impresión de que se habla de sujetos políticos individualizados, con soberanías propias. Pero, constitucionalmente, no es así: gallegos, vascos, catalanes, andaluces, murcianos y ceutíes gozan de soberanía en la medida en que forman parte del pueblo español, que la tiene reconocida en la Constitución. Dentro de ese Estado autonómico constituido por el pueblo español, hay varias "nacionalidades".

Así son las cosas en términos estrictamente jurídico-políticos. Pero la realidad va más allá de la letra legal. Mariano Bacigalupo, profesor de Derecho Administrativo en la UNED, tiene claro que nación política hay una, España. Pero cree que el resto de comunidades definidas como "nacionalidades" son naciones. Eso sí –y aquí entra en juego un concepto clave–, serían "naciones culturales". "No hay un concepto político aquilatado de nación cultural. Ahora bien, para mí está claro que las nacionalidades son naciones culturales. ¿Por qué? Si no son naciones políticas, porque carecen del atributo político y de soberanía y poder constituyente, ¿qué son? Las nacionalidades que reconoce la Constitución española son implícitamente naciones culturales, aunque expresadas de otro modo. Lo son por exclusión conceptual, sólo pueden ser naciones culturales. No hay espacio cultural entre nacionalidad y nación cultural", señala. Y añade: "Esa nación de naciones de la que se habla es una nación política de naciones culturales".

Además, Bacigalupo cree que la "nación cultural", cuyo origen ubica en el movimiento romántico de mediados del XIX en Alemania y en la Italia de la reunificación, puede servir bien como concepto a la realidad política española, en la medida en que una "nación cultural" no reclama necesariamente convertirse en "nación política" y, por ende, en Estado. "La minoría nacional de habla germánica en el norte de Italia tiene autonomía especial. En Suiza hay al menos tres naciones culturales", ejemplifica.

Bacigalupo defiende la idea de "nación de naciones", vinculándola al federalismo. Lo hace con esta cuidadosa explicación: "La fórmula 'nación de naciones' es compatible con el artículo 2 de la Constitución. La nación puede serlo en sentido jurídico-político (nación dotada de soberanía y poder constituyente, la nación-Estado), en sentido cultural (colectividad territorial con identidad nacional propia fundada en rasgos culturales particulares, pero carente de soberanía/poder constituyente) o en ambos. En la Constitución española, España es nación en sentido tanto jurídico-político como cultural, en tanto que a las naciones (sólo) culturales que forman parte de la nación española se las distingue de esta (es decir, de la nación en sentido jurídico-politico) denominándolas 'nacionalidades'. Constitucionalmente, España es, por consiguiente, una 'nación de nacionalidades (y regiones)', que es tanto como decir que es una 'nación (jurídico-política y cultural) de naciones culturales (y regiones)'. En corto: una 'nación de naciones'. Nadie que emplea la fórmula 'nación de naciones' pretende que estas últimas son también naciones en sentido jurídico-político (naciones-Estado dotadas de soberanía/poder constituyente). No conozco a ningún soberanista que utilice la fórmula 'España, nación de naciones'. Sólo la utilizan personas que defienden la unidad de España, pero –eso sí– no confunden unidad con uniformidad. La fórmula 'nación de naciones' es, si se quiere, la fórmula del federalismo español".

Naciones plurales, nacionalismos incompletos

"Hay una nación política, la española, con soberanía reconocida. Luego se introdujeron las nacionalidades en la Constitución, con la oposición de Fraga", señala, para ubicar la cuestión en términos jurídico-políticos, el historiador Xosé Manuel Núñez Seixas, autor de Suspiros de España. El nacionalismo español 1808-2018 (Crítica, 2019). Ahora bien, Núñez Seixas no se queda ahí y amplía el foco hasta lo social, porque lo contrario supondría obviar la diversidad de identidades españolas. Y en lo social, según Núñez Seixas, hay más de una nación en España.

El historiador, de entrada, desconfía de la idea de "nación cultural", original de la tipología dual de Friedrich Meinecke, que distinguía entre Kulturnation (nación cultural) y Staatsnation (nación política). Prefiere hablar de lo social que de lo cultural. "Jurídicamente sólo existe la nación española. Ahora bien, socialmente, una nación, aunque parezca un poco tautológico, es un colectivo de personas que creen que son una nación", señala. "Hay tantas naciones como quieran los ciudadanos que haya. Cataluña, País Vasco, Galicia, también en Canarias. Pero es que además, también en Cataluña está la nación española. Por eso el tema es tan difícil de articular. Son naciones plurales", añade el historiador, que ofrece una conclusión: los nacionalismos en España son todos "incompletos, en parte fracasados", porque no han conseguido imponerse en ningún caso en sus demarcaciones.

Ni el nacionalismo español triunfa en toda España, ni el catalán o el vasco en toda Cataluña o toda Euskadi. Resulta que en España, tan propensa a los nacionalismos central y periféricos, los nacionalismos no consiguen dominaciones hegemónicas.

España, ¿Estado soberano?

El politólogo Josep María Colomer, que ha escrito un reciente artículo en El País sobre las naciones dentro de la nación española, cree que estas son "culturales" pero también "políticas". "Son naciones culturales por sus diferencias lingüísticas y culturales, aunque no hay ninguna nación en el mundo que sea culturalmente homogénea, y son naciones políticas en tanto que tienen instituciones políticas de autogobierno", señala.

Pero, ¿y la soberanía? ¿Y el Estado propio? Colomer le da la vuelta al debate, quita hierro a la cuestión de la soberanía y razona que los Estados, en suma, ya no son lo que eran: "Construir un Estado soberano dentro de la UE es actualmente un proyecto imposible. Ni siquiera los Estados miembros más sólidos tienen ya soberanía porque una gran parte de sus políticas, incluido el control de las fronteras, dependen de decisiones de la UE. Sí caben, en cambio, nuevas formas de autogobierno en algunos temas, dentro de un conjunto de gobiernos a múltiples niveles: local, regional o nacional, europeo y global. Un Estado soberano debe tener pleno control de sus fronteras, un ejército capaz de defender su territorio, el poder exclusivo de otorgar derechos de ciudadanía, una justicia que dicte sentencias finales, y el gobierno de las principales políticas públicas, incluida la moneda. Ningún país en la UE tiene estos poderes".

De la nación al Estado

Difícilmente se convencerá a un procesista de que ceje en su empeño de reclamar un Estado porque, al fin y al cabo, la soberanía de los Estados se está perdiendo. Nadie, ni en el plano político –por ejemplo, a través del federalismo– ni en el intelectual acierta a ofrecer al independentismo una fórmula de encaje en España que diluya sus aspiraciones por verlas satisfechas a través del Estado ya existente. Quizás es imposible. Sencillamente, un sector mayoritario del independentismo catalán considera que la nación catalana no solamente existe, sino que es política y no sólo cultural, y que además requiere para su expresión de un Estado propio: la república catalana.

Esto, con la Constitución en la mano, sólo sería posible con una reforma de la misma aprobada en referéndum por la totalidad del pueblo español que permitiera celebrar un referéndum de autodeterminación en uno de sus territorios, a fin de evaluar si la mayoría de sus ciudadanos quieren la independencia. Con la actual letra del texto del 78, no se puede hacer [ver aquí un resumen de las posibilidades de referéndum vinculante o no]. Ante esta tesitura, los partidos independentistas catalanes han emprendido un camino hacia su objetivo que excluye la vía de la reforma constitucional, por considerarla inviable a efectos prácticos, y se basa en la movilización popular y la celebración de referéndums anticonstitucionales y sin reconocimiento internacional: el procés.

¿Logrará por esta vía el independentismo que la nación catalana consiga un Estado? ¿Qué umbral hay que superar para conseguirlo? ¿Es una cuestión de mayoría? ¿De fuerza? "No hay un umbral. Además, en el caso de España, hablamos de naciones que son en sí mismas muy plurales internamente", señala Núñez Seixas. ¿Entonces? ¿Cómo se convierte una nación en Estado? A su juicio, "en teoría" la forma sería un referéndum, aunque es una vía "problemática" no sólo porque no es fácil llegar hasta ella, sino porque puede ofrecer resultados de 51%-49%. Lo lógico, no obstante, es la "búsqueda de acuerdos" para definir un marco democrático de consulta. La otra vía, la del procés, la ruptura unilateral, es de "muy improbable" éxito. "Una independencia por las bravas es casi imposible. Ahora lo que hay es una estrategia de apelar a la opinión pública internacional, acumular fuerzas... Lo que pasa es que incluso en el momento de mayor radicalización, tras la aplicación del artículo 155, el independentismo no subió del 48 y algo por ciento", señala. Núñez Seixas sí cree que "a largo plazo, si llega a haber dos tercios [defendiendo la independencia] hay que darle una salida política".

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Mariano Bacigalupo, defensor de modelos constitucionales de consulta no vinculante, recuerda que las secesiones, salvo rara ocasión, son producto de "procesos revolucionarios que no entroncan con la legalidad preexistente", aunque aporta la excepción de Checoslovaquia. El propio Quim Torra ha hecho referencia a la vía eslovena, que se independizó de Yugoslavia después de celebrar un referéndum y tras una guerra con 74 muertos.

Los ejemplos que suelen manejar los independentistas son Escocia y Quebec, donde se han celebrado referéndums pactados. La respuesta de los que se oponen al referéndum es que estas son en todo caso las excepciones, no la norma. La norma es Francia, donde no hay referéndum sobre Córcega, o Alemania, donde no lo hay sobre Baviera.

Un concepto "discutido y discutible", decía Zapatero. Ciertamente lo es. Y lo seguirá siendo.

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