Crisis del coronavirus

Las residencias del futuro ya son realidad en los países nórdicos: hogares sin masificar y en contacto con el exterior

Personas mayores en un banco en Madrid este sábado, en la primera jornada que está permitido hacer deporte o pasear al aire libre.

Si algo ha puesto de manifiesto la crisis sanitaria es que las residencias han sido auténticas trampas mortales. Hasta la fecha, según datos de las comunidades autónomas, más de 15.000 ancianos internos en estos centros han perdido la vida como consecuencia del coronavirus. Una dura realidad que ha abierto el debate sobre la necesidad de repensar en el futuro próximo un modelo que poco a poco se ha ido convirtiendo en un auténtico negocio. La clave está, dicen los expertos, en ir hacia uno más humano e individualizado. Y para ello serán necesarios cambios arquitectónicos. En este sentido, prestan mucha atención a los esquemas nórdicos de GruppboendeGruppboende, residencias conformadas por un conjunto de pequeños apartamentos en los que conviven grupos reducidos de internos, algo que facilita las relaciones sociales. Módulos que, en caso de pandemia, pueden facilitar el confinamiento. 

La crisis del coronavirus ha colocado a todo el sector bajo la lupa. Primero, a nivel jurídico, con más de un centenar de diligencias penales abiertas. Pero también a nivel político. A comienzos de abril, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, admitió que sería necesario sacar “muchas conclusiones” de la crisis sanitaria. “Una de ellas, probablemente, sea la revisión de cómo está funcionando este sector”, dijo. En este sentido, los especialistas en la materia no tienen dudas: es necesario un cambio de modelo. Tanto Pilar Rodríguez, exdirectora del Imserso y presidenta de la Fundación Pilares, como José Antonio Flórez, catedrático de Ciencias de la Conducta en la Universidad de Oviedo, creen que ha llegado el momento de avanzar hacia una “atención integral centrada totalmente en la persona”, aunque para ello consideran necesario poner fin a la idea de centros masificados en los que los ancianos sean considerados simples cifras dentro de un negocio. 

A la hora de poner en marcha este enfoque humano, los dos expertos consideran necesario entender, en primer lugar, que el colectivo de residentes en estos centros es tremendamente diverso. Cada uno con sus ritmos de vida, sus achaques de salud o sus procesos de adaptación a una nueva realidad. “Estas personas, aunque necesiten cuidados, quieren seguir viviendo conforme a sus modelos”, apunta Rodríguez. Y la clave para que este proyecto pueda llevarse a cabo se encuentra, precisamente, en los grupos reducidos. En este sentido, Flórez apuesta por no más de 20 o 25 personas, mientras que la directora de la Fundación Pilares desliza que entre una docena y una quincena. “Hay que descartar los centros masificados porque se produce una deshumanización, desaparece la persona”, resalta el catedrático de la Universidad de Oviedo. “Tenemos que parar de construir grandes centros, un tipo de proyecto que en otros países lleva años descartado”, afirma Rodríguez. En abril de 2019, según datos de Envejecimiento en red, alrededor de un millar de centros residenciales –tanto públicos como privados– contaban con más de un centenar de plazas.

Modelo nórdico

Los expertos ponen la vista en los modelos de los países nórdicos. En Suecia, por ejemplo, predominan las denominadas GruppboendeGruppboende, que se componen de un máximo de 10 a 12 apartamentos de unos 30 metros cuadrados distribuidos alrededor de unas estancias comunes para la convivencia con una cocina que se comunica con una sala de estar y una terraza o jardín. “El diseño de estas viviendas permite con facilidad la orientación y la convivencia, pero también garantiza la privacidad en un entorno reconocible y hogareño para la persona: su vivienda (habitación en residencias convencionales) decorada según su gusto y con sus objetos preferidos. En esta modalidad de alojamientos suelen estar permitidos animales de compañía para el grupo de convivencia y se valora cada vez más la existencia de un jardín con espacios para pasear y descansar zonas comunes”, recoge la Fundación Pilares en su estudio “Hacia un nuevo modelo de alojamientos. Las residencias en las que queremos vivir”. Un esquema que está muy afianzado también en Dinamarca y que se está experimentando en otros países como Holanda, Alemania o Francia.

Volviendo a suelo español, los expertos consultados creen que las residencias tradicionales que todavía tenemos podrían reorientarse en esta dirección. Lo mismo piensa Marc Trepat. Socio del despacho BA, este arquitecto lleva más de una década especializándose en esta cuestión. “Desde 2008, me he dedicado a ir a jornadas y a viajar a aquellos lugares del mundo donde se utilizan las mejores prácticas en la atención a mayores”, cuenta al otro lado del teléfono. A fin de ver el funcionamiento de los diferentes tipos de modelos, ha estado en Oslo, Estocolmo, Copenhague o Atlanta. Por eso, cree que el sector de las residencias en nuestro país debería empezar a apostar por las denominadas unidades de convivencia siguiendo el modelo nórdico. Esa idea de casas en las que convivan grupos muy reducidos de personas, facilitando así la socialización y permitiendo que se estrechen los vínculos de confianza con el personal de atención. Además, en un escenario como el que nos encontramos, Trepat asegura que facilitaría el confinamiento y reduciría la propagación de la enfermedad: “No tienes que encerrarlos en su habitación. Podrían deambular por su unidad”.

Espacios al aire libre y ventanas bajas

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El socio de BA es consciente de que en España prima el modelo de “grandes edificios, distribuidos por plantas con multitud de habitaciones y toda la gente concentrada en el nivel inferior”. Sin embargo, dice, la idea de bloques de varias alturas en entornos urbanos es igual de válida para poner en marcha este tipo de esquemas. “Nosotros hemos hecho de 8, 11 y 16 unidades que están distribuidas en un edificio. En la planta baja, por ejemplo, tienen espacios comunes, como biblioteca o despachos médicos”, explica. Bajo esta misma idea está planteada la futura residencia de Sant Mateu en el Comunitat Valenciana, que servirá como modelo piloto de los nuevos centros de mayores dependientes que pretende impulsar el Ejecutivo regional. El proyecto, que todavía está en fase de licitación, contempla 30 plazas de estancias de día y 66 de residencia distribuidas en seis unidades de convivencia. Cada una de ellas estará formada por cuatro habitaciones dobles y tres individuales –11 personas como máximo– con cocina, comedor, salón y terraza propios. A esto se le suma, ya fuera de la unidad, zonas comunes y jardines.

Para Trepat, los espacios al aire libre son claves en su idea de centros perfectos. Sin embargo, no se queda ahí. Tiene en cuenta cada más mínimo detalle. Incluso las ventanas. “Hay que colocarlas a una altura que les permita mirar al exterior mientras se encuentran sentados”, explica. También hace mucho hincapié en la necesidad de conexión de estas residencias con el exterior. Que se integren a la perfección en los barrios. “No pueden ser como guetos. Se podrían poner en marcha iniciativas para buscar esa porosidad con la sociedad. Por ejemplo, a través de una sala de usos múltiples que pueda ser utilizada para la presentación de cualquier libro y que ellos puedan participar. O actividades de algún tipo en las que participen niños y se facilite esa conexión intergeneracional. No hay nada que le guste más a mucha gente mayor que ver a los críos”, expone el arquitecto. Medidas que les permitan mirar con ilusión y al futuro. Al fin y al cabo, tal y como señala el catedrático de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Oviedo, ellos nos han humanizado a nosotros contribuyendo durante años al mantenimiento de la educación. Ahora, nos toca evitar que acaben convirtiéndose en meras cifras.

Actualmente, el sector en España es muy diverso. En abril de 2019 existían en nuestro país 5.417 centros residenciales –cifras que incluyen todo tipo de alojamientos colectivos, no solo residencias–, según los datos de Envejecimiento en red, una plataforma ligada al CSIC. De ellos, el 29% eran públicos y el otro 71% estaban en manos privadas. Dentro de este último grupo, la mayoría no pertenecen a grandes cadenas. Sin embargo, en la última década se ha producido un proceso acelerado de concentración. Hay al menos 13 grupos que gestionan quince o más residencias en suelo español. Según una investigación realizada por infoLibre, los seis más potentes –acumulan en conjunto casi cuatro centenares de centros– tienen como principales accionistas a fondos en las islas Jersey (Vitalia Home y Colisée), a un fondo inglés (DomusVi), a un fondo de pensiones canadiense (Orpea), a una entidad sin ánimo de lucro británica (Sanitas) y al presidente de la constructora ACS y del Real Madrid, Florentino Pérez. Un negocio al que también se ha sumado capital francés o suizo e, incluso, empresarios vinculados a escándalos de corrupción del PP.

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