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En Transición

Tapones contra el ruido político

Cristina Monge

Cuando hace tres meses se decretó el estado de alarma apenas se podía intuir lo que supondría. Hoy, mientras acabamos de entender lo que ha pasado y disfrutamos de los primeros reencuentros, conviene empezar a hacer balance. Entre otras cosas, porque si en unos meses se vuelve a la casilla de salida será bueno entender cómo abordar la situación.

Si se mira a Occidente, el espejo que ha supuesto el covid-19 nos ha retratado como seres dependientes de la biosfera, cuya salud depende de la del planeta –el científico del CSIC Fernando Valladares lo explica aquí–, como sociedades interdependientes unas de otras en una aplicación práctica de eso que se ha llamado globalización –quien quiera seguir levantando muros tendrá que ingeniárselas para afrontar pandemias, minorar el cambio climático, o gestionar la desigualdad, entre otras cosas–, y como sociedades profundamente ignorantes pese a que nos califiquemos "del conocimiento" y rocemos con la yema de los dedos la inmortalidad en forma de transhumanismo –no me canso de recomendar la serie Years & Years (HBO)–.

A lo largo de los próximos meses proliferarán análisis que profundizarán en estos y otros elementos. De momento, para dar la bienvenida a la "nueva normalidad" conviene ver qué ha dicho el espejo cuando refleja específicamente a España.

En el ámbito de lo social, el comportamiento durante el confinamiento, seguido mayoritariamente con responsabilidad, se ha convertido en buena muestra de una sociedad madura alejada de los tópicos pasionales. Falta por ver si ahora que el Estado ha dejado de pautar cada uno de los comportamientos y por lo tanto aumenta el margen discrecionalidad para la toma de decisiones individuales, la actitud responsable se mantiene.

En lo político, la pandemia ha ratificado algo que ya era conocido: Somos de los nuestros. La valoración del comportamiento del Gobierno en la pandemia por parte de los españoles, como han mostrado distintas encuestas, ha dependido fundamentalmente de a quién haya votado cada cual. Es decir, quienes votaron a los partidos actualmente en el Ejecutivo se muestran más favorables a su gestión que quienes lo hicieron en contra. De ahí que se siga viendo un escenario de estabilidad política (hay que ver cómo evoluciona el giro de Ciudadanos de las últimas semanas). Cosa distinta será la nueva etapa que ahora se abre, donde –en el mejor de los casos– el foco de la emergencia sanitaria se trasladará a la económica, y lo que llegue de Europa dibujará uno u otro escenario.

Todo esto a pesar del espectáculo de crispación en que se han convertido los plenos del Congreso de los Diputados, dando lugar a más de una situación esperpéntica que merece la pena revisar a fondo. En primer lugar conviene separar el ruido de los votos. La violencia verbal que ha exhibido el Partido Popular durante toda la pandemia, que ha ido in crescendo al ritmo marcado por Vox, se explica mal cuando luego se hace recuento de votos. El PP de Pablo Casado apoyó al Gobierno en las tres primeras prórrogas del Estado de Alarma, y dejó de hacerlo cuando se empezaba a ver que la curva se estaba doblegando. No sabremos nunca qué hubiera pasado si Ciudadanos no hubiera echado el capote que le permitió a Sánchez seguir sacando adelante las sucesivas prórrogas, pero lo cierto es que el Gobierno aprobó la última con más apoyos que los que obtuvo en la investidura, dejando a los populares en un margen del tablero, que en política es tanto como quedarse fuera de juego.

Conducir la recuperación o dejarse atropellar

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Cuestión parecida ocurrió con la aprobación del Ingreso Mínimo Vital. Algo que era impensable apenas unos meses antes, y que la extrema derecha calificó como "la paguita" fue finalmente aprobado sin ningún voto en contra, en un día histórico en el que España dio un paso de gigante para completar su sistema de protección social, y por lo tanto, la calidad de su democracia.

Ahora el Partido Popular amenaza con convertirse en el guardián de las esencias austericidas en la Unión Europea advirtiendo allí de que en España se puede derrochar el dinero de la recuperación. ¿Opinan lo mismo los empresarios de la CEOE, que en una soberbia puesta en escena durante diez días están planteando al Ejecutivo sus propuestas de recuperación, todas ellas basadas en la necesidad de que lleguen los fondos europeos? Tarde o temprano los populares tendrán que volver a virar su posición, salvo que sus estrategas les aconsejen cortar los lazos con los empresarios, algo muy cercano al suicidio. Pero mientras tanto, como decía Sabina, ruido, mucho ruido… El problema es que el ruido tiene consecuencias. Y cada vez hay una parte más importante de la sociedad que acude a comprar tapones para los oídos. Al menos, para evitar el ruido ambiente, el ruido de los informativos.

Es sabido que las sesiones retransmitidas por televisión y que acaparan la atención pública son especialmente virulentas debido a la sobreactuación de sus señorías, que intervienen pensando en contentar a su público. De esa forma, los discursos más beligerantes estarían pensados para satisfacer ante todo la necesidad de identidad de cada cual. Sin embargo, los datos desmienten que esto siga funcionando así. Al menos, tras cuarenta años de democracia. Y al menos, en una situación de gravedad como la que se ha vivido. Se señala con asiduidad que en el CIS, "los políticos" aparecen continuamente entre las principales preocupaciones de los españoles. En el CIS de junio, en concreto, la respuesta número uno cuando se pregunta por la primera preocupación, y la cuarta cuando se computan los tres primeros puestos, tras haber oscilado entre la sexta y cuarta posición de marzo hasta ahora. Sin embargo, hay otro dato en el que apenas se repara, y que de seguir creciendo puede convertirse un en virus devastador para la democracia: Cuando el CIS pregunta por los problemas que más inquietan a cada cual –"¿Y cuál es el problema que a Ud., personalmente, le afecta más? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?"–, la política y los políticos descienden, en este caso, hasta la séptima posición, incrementando la distancia entre ambas variables. Si los españoles creen cada vez más que los políticos son un problema, pero que a ellos apenas les afecta, la magnitud del problema se multiplica porque mina las bases de la democracia. A fuerza de espectáculo y esperpento, la política se ha situado en un espacio ajeno al día a día de la ciudadanía. La política del Congreso, por supuesto. Porque si habláramos de comunidades autónomas o ayuntamientos, la valoración cambiaría sustancialmente, como empezaban a dejar intuir algunos de los datos de valoración de alcaldes y consejeros autonómicos durante esta pandemia. 

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