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Afganistán

La impotencia de los militares españoles que estuvieron en Afganistán: "Tanto esfuerzo para volver al punto de partida"

El subteniente Fidel Gómez Rosa en la base de Herat (Afganistán) en 2011.

"Entristece muchísimo la situación. Es bastante decepcionante, te quedas con esa sensación de que has estado para nada y piensas en toda esa población civil que se queda allí, desamparada".

José María Romero descuelga el teléfono a primera hora de la tarde. Está en medio de un viaje familiar, pero reconoce que lleva horas con un ojo puesto a 8.000 kilómetros al oeste, en un Afganistán que se ha desmoronado en cuestión de días. Zaranj, Kunduz, Kandahar, Ghazni, Herat o Kabul. Ninguna ha sido capaz de frenar el imparable avance de los talibanes, que ya se han convertido en los únicos dueños del Estado tras el derrumbe del Gobierno de Ashraf Ghani. Y aunque esté de vacaciones, a bordo de una caravana, Romero no deja de pensar en lo que está sucediendo en aquel país en el que, como militar, ha pasado casi un año y medio de su vida. Y se pregunta si, a la vista de los últimos acontecimientos, ha merecido la pena tanto esfuerzo, tantos sacrificios, tantas vidas perdidas, al tiempo que trata de entender qué errores se han cometido para que se haya regresado al punto de partida. 

La primera vez que puso un pie en Afganistán acababa de salir de la academia como sargento. Era 2008. "Yo tenía la sensanción de que estábamos allí con los pantalones bajados esperando que no pasara nada", apunta, al tiempo que recuerda esa sensación de "inseguridad" cada vez que salía de la base. Estuvo en Herat encargándose de las transmisiones. Por aquellas fechas, siete años después de la invasión estadounidense, el cabo primero de infantería de marina Javier Hernández empezaba su primera misión en Qala-e-Naw, a algo más de un centenar de kilómetros al noreste. Estuvo en los equipos Acaf –Adquisición y Control de Apoyo de Fuegos–. "Nos encargábamos de designar los blancos: a qué y cómo disparar", cuenta al otro lado del teléfono. Sin embargo, sostiene que estaban "atados de pies y manos". Rara vez, dice, les daban luz verde a la peticiones que realizaban de intervención en un determinado pueblo. "Estabas con esa sensación de que existía cobardía por parte de los gobiernos", dice el militar.

Tanto Romero como Hernández repitieron. El primero, volvió a estar destinado en el país en 2010 y 2014. El segundo, entre finales de 2009 y principios de 2010. En su segunda estancia, el cabo primero de infantería de marina tuvo la sensación de que la cosa se iba poniendo cada vez más fea. "La presencia de los grupos insurgentes era más fuerte. No tanto ya en número, sino en armamento. Les veías cada vez más atrevidos", asegura en conversación con infoLibre. De hecho, fue en aquellas fechas cuando las fuerzas españolas recibieron un duro golpe. A finales de agosto, un talibán infiltrado como chófer asesinó al capitán de la Guardia Civil José María Galera y al alférez Abraham Leoncio Bravo en Qala-e-Naw. Seis meses antes, el soldado John Felipe Romero perdía la vida en otro atentado contra el convoy en el que viajaba. 

La guerra ha supuesto para España 104 muertos, según el Departamento de Seguridad Nacional del Gabinete de la Presidencia del Gobierno: 97 militares, tres guardias civiles, dos policías nacionales y dos intérpretes. Más de la mitad de las pérdidas, recuerda Fidel Gómez Rosa, se produjeron el 26 de mayo de 2003, cuando el Yakovlev-42 que transportaba a 62 militares españoles procedentes de Kabul se estrelló en la costa norte turca. El secretario de la Junta Directiva de Foro Milicia y Democracia (FMD) estuvo destinado en Afganistán en 2011 durante casi seis meses en el marco de la decimonovena rotación. Por aquel entonces, era subteniente del Ejército del Aire y desempeñó sus funciones en el área de logística de la base aérea de Herat. "Nuestra labor era la que marcaba la misión ISAF. No éramos fuerzas de combate, sino de estabilización. Es decir, trabajábamos para dar estabilidad al país, ya fuese entrenando a los militares afganos o dando apoyo a la población", relata.

José María Romero, en compañía de otros militares en Afganistán.

Su llegada, recuerda, se produjo en un momento especialmente delicado. Pocos días después de que aterrizara, los estadounidenses asesinaban a Osama Bin Laden en Pakistán. "Se esperaba que se produjesen ataques", cuenta. Al final, no hubo una reacción excesivamente potente, si bien sí que se produjeron algunos atentados. Ahora, diez años después, la estabilidad en Afganistán se ha ido al traste tras el imparable avance talibán. "Se ha visto que el Gobierno afgano estaba artificialmente sostenido", dice Gómez Rosa, quien apunta que intentar "implantar una democracia manu militari es un fracaso siempre". "Fue un error invadirlo de esa manera y ha sido un error irse de la forma en la que se han ido", sostiene. Los otros dos militares también creen que, visto cómo se han desarrollado los acontecimientos, no fue acertada la retirada de tropas. 

Ahora, con los talibanes implantando el emirato islámico, los militares se acuerdan de todos aquellos que les dieron su apoyo cuando estuvieron allí destinados. "Todavía hoy me acuerdo de todos aquellos afganos con los que trabajé", señala Romero, al tiempo que añade que la labor que hacían los intérpretes para las fuerzas extranjeras era "fundamental". Tanto él como Gómez Rosa señalan que, ahora mismo, las vidas de esas personas que colaboraron con el Gobierno español están en peligro. Y no solo ellos, también sus familias. Todos están marcados. Por eso, piden al Ejecutivo que actúe rápido y los evacúe del país. Se estima que casi dos centenares de personas han trabajado con las Fuerzas Armadas españolas. Y no solo intérpretes. También civiles que han desarrollado sus labores en las bases repartidas por el país.

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Los tres militares comparten sentimientos de "frustración", "tristeza" o "impotencia" tras la caída de Afganistán en manos de los insurgentes. "Es un gran fracaso internacional. Tanto esfuerzo durante tantas décadas para ahora volver al punto de partida", apunta el actual secretario de la Junta Directiva de Foro Milicia y Democracia. No obstante, Gómez Rosa se niega a decir que fueran en balde. Se llevó "agua" a los pueblos, se "asfaltaron calles", se hicieron "hospitales". Hernández, por su parte, se queda con la sensación de que han sido "veinte años perdidos" para nada. "Nosotros hicimos un sacrificio muy grande por defender al indefenso para luego ver cómo se retiran. Yo abandoné mi casa y dejé a mi mujer embarazada. Otros, se fueron de casa y lo hicieron para siempre", asevera el cabo primero de infantería marina.

Romero, por su parte, acaba la conversación como la empezó, reflexionando:

–No hemos perdido el tiempo, ninguno lo hemos perdido. Siempre hemos dado allí más de lo que nos requerían. Podías volver de la misión con entre 17 y 20 kilogramos menos: por el tiempo, por la elevada tensión al salir de la base que te cerraba el estómago, porque en muchas ocasiones decidías ceder tus alimentos a otros que más lo necesitaban. Todos poníamos nuestro corazón y nuestro alma. Pero, ¿ha merecido la pena la vida de nuestros compañeros y compatriotas? Quizá ellos darían su vida a cambio de veinte años de paz allí. No lo sé, no lo sé.

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