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La hora de las malas madres

Ilustración de Ana Galván.

Sara Montero

Ilustración de Ana Galván.

"Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba / ocupando un lugar que era mi lugar / existiendo a deshora, / haciéndome partir en dos cada bocado”. Con este primer verso del poema Se habla de Gabriel, la escritora mexicana Rosario Castellanos (1925-1974) rompía todos los esquemas del lector. Ante sus ojos aparece una madre compleja, abrumada por el embarazo, que se queja y en cuyo vientre crecen las contradicciones. Una madre que no aliena a la mujer, cuyo pensamiento se abre paso en cada verso. Si el siglo XX estuvo plagado de pioneras, en el XXI las voces se multiplican y conquistan espacios menos pretenciosos que los dedicados a la literatura, como un simple blog de Internet o una cuenta de Twitter. Ya no puede hablarse de la maternidad en singular porque, contradiciendo el dicho, madre hay más de una.

En los últimos 100 años la concepción y la crianza han experimentado una auténtica revolución. La incorporación de la mujer al mundo laboral no ha supuesto su emancipación del hogar, sino que ha dado lugar al mito de la superwoman, la perfecta esposa, la cariñosa madre y, además, la diligente trabajadora, un engaño peligroso que se disfrazó de igualdad. La referencia a esta superheroína (que hace unos años era casi un piropo) es hoy el próximo enemigo a batir: ellas ya no quieren llegar a todo.

Laura Baena, fundadora de El club de las malas madres, forma parte de esta nueva hornada de progenitoras. “Somos una generación puente. La primera generación de mujeres en la que la mayoría hemos estudiado, hemos trabajado duro y no queremos renunciar. La generación anterior no tuvo opción”. Jugaba en el patio con sus compañeros, estudió en la Universidad y consiguió un trabajo como supervisora creativa. Hasta que llegaron los 30... y fue madre. “Nos engañaron con mensajes como ‘llegarás donde quieras llegar’, ‘si quieres puedes’, pero la maternidad destapa los roles tradicionales, la desigualdad y genera frustración”. Comenzó desahogándose en Twitter y ahora su web tiene una comunidad fiel de usuarias. También mantienen una lucha activa por la conciliación real. Su última campaña anima a “romper el muro” (rompeelmuro.com).

Muchas veces, la maternidad significa renuncia, pero asumirlo y expresarlo sigue estando mal visto. La socióloga Orna Donath recopiló en su libro Madres arrepentidas (Reservoir Books) el testimonio de varias mujeres que no alcanzaron esa felicidad plena que se profetiza con la llegada de un hijo. El ensayo, publicado en 2016, levantó opiniones de todo tipo y en todo el mundo, la perfecta muestra de lo que cuesta visibilizar la diferencia.

Entre la virgen y la malvada

En los últimos años el concepto de familia se ha hecho mucho más poliédrico. También el de maternidad. Sin embargo, las niñas crecen leyendo libros donde la figura de la mujer es mayoritariamente bidimensional. “En la cultura hay muchas ausencias con respecto a la maternidad. Encontramos personajes de dos tipos: la madre angelical y la madre diabólica. Esto no pasa con el padre, con ellos la cultura es muy benévola”, explica la escritora Laura Freixas.

Entre esa madre virginal, tan simple y carente de personalidad que acaba muriendo en los cuentos de Disney, y la maquiavélica, que mueve la trama, se olvida el terremoto vital que realmente es esta nueva etapa. Con la entrada de voces femeninas en la industria editorial comenzaron a perfilarse madres más complejas y llenas de aristas, como la de Angelika Schrobsdorff en Tú no eres como otras madres o la de Milena Busquets en También esto pasará. Sin embargo, Freixas insiste en que falta el “yo” con el que las primerizas puedan identificarse. “No conozco prácticamente ningún libro literario sobre el embarazo”, cuenta la autora de El silencio de las madres (Aresta).

A esta nueva generación de madres, le corresponde otra nueva de padres que no quieren ayudar en casa (tramposa expresión), sino corresponsabilizarse. En 2017, año en el que los permisos de paternidad se ampliaron de dos semanas a cuatro, la Seguridad Social gestionó 264.632 bajas masculinas, un 8,2% más que el año anterior.

Estos padres quieren estar presentes de forma activa en la vida de sus hijos. “Hacemos grupos donde hablamos del papel del padre de la crianza, en la gestación o la lactancia”, explica Santiago Moreno, de la Asociación de Hombres por la igualdad de género y psicólogo de la Concejalía de Igualdad de Alcalá de Henares. Eso sí, reniegan de que se les llame “padrazos” por hacer lo mismo que sus parejas.

Si las madres tienen una nutrida blogosfera, ellos tienen la plataforma Papás blogueros a la que recurrir. Joaquim Montaner, miembro de este espacio, comenzó a devorar páginas de Internet cuando la paternidad irrumpió en sus planes. En 2011, sólo encontró 16 páginas de padres en español. Hoy son más de 200. “Es una especie de sensación colectiva, estábamos muy solos. Casi todos tienen alguna entrada diciendo que se sienten raros”. Aunque el proceso biológico recae en la madre, ellos tienen otras funciones. “La crianza es cosa de dos. Nosotros no podemos dar el pecho, pero podemos apoyarlo con otras tareas en la lactancia”, explica Manolo Pérez, que también es miembro de este colectivo. Asimismo, son conscientes de que están abriendo camino: “Queremos dar visibilidad a este modelo de masculinidad y que muchos otros se animen”, remata Montaner.

Ellos tampoco quieren ser el padre autoritario de las historietas infantiles, ni la figura ausente de cuentos como la Cenicienta o Blancanieves. Por eso, la pareja de creadores Belén Gaudes y Pablo Macías elaboraron la colección Érase dos veces (Cuatro Tuercas) donde reescriben las historias de siempre desde un enfoque de género. Ellas cambian, pero ellos también. Giusseppe, por ejemplo, emprende con su hijo Pinocho “un viaje hacia la paternidad consciente” y el príncipe de Rapunzel aprovecha las largas conversaciones en la torre para “tejer bufandas y jerséis” y contarle a la princesa que “cuida de sus hermanos pequeños y de su abuela”.

De vuelta a la tribu

Aunque Internet haya empequeñecido el mundo, hay distancias que no puede acortar. El ritmo de vida de las sociedades urbanas ha convertido una actividad social (sí, la maternidad lo es) en un proceso solitario. A veces, los abuelos y las abuelas se encuentran lejos. Quizá la gestante no tenga hermanas mayores que le hayan advertido de las secuelas físicas en el posparto. Es muy probable que en un mes el padre se reincorpore al trabajo y ella se vea sola en casa. Quizá ella se cruce con una vecina en la escalera que se interese por su estado y la respuesta no sea la esperada. Puede que la cariñosa réplica se convierta a los ojos de la receptora en una regañina: “No te quejes, que tu hijo está bien”. Esta sensación de incomprensión se aliña con opiniones de todo tipo: prolactancia, probiberón, a favor del colecho, por el parto consciente, etc.

“En términos evolutivos, las mujeres han tenido que ser atendidas en el parto. Por ser una especie bípeda tenemos muchos problemas y se necesita apoyo obstétrico para poder tener un bebé: la figura de la comadrona y el grupo social en torno a la madre”, confirma Carlos Varea, profesor de Antropología Física del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid. El resultado de la ausencia de esa tribu es una madre sobreinformada en unos aspectos, pero que se lleva sorpresas (no siempre agradables) en otras etapas como el posparto.

También ha habido empresas dispuestas a sacar tajada de todas las necesidades de la primeriza. “Sí ha habido una estrategia comercial de las compañías alimentarias que inducían a la lactancia artificial. En las sociedades desarrolladas fueron vistos como un elemento emancipatorio, ligado a la vuelta al trabajo”, explica el experto sobre cómo se sustituyó un recurso gratuito por un producto de consumo que tuvo su auge en la mitad del siglo XX. Ahora, todos los organismos se implican para desequilibrar la balanza hacia la lactancia, aunque es una decisión absolutamente personal.

En busca de esa tribu perdida, han surgido grupos de apoyo para padres y madres muy variados. Allí, por ejemplo, las primerizas pueden consultar sus dudas sobre lactancia a las más veteranas o hablar sobre las incomodidades más íntimas del posparto. También hay grupos de WhatsApp: “Si mandas un mensaje a las 6 de la mañana sabes que alguien estará despierto para contestar”, bromea Alba, una madre de Vigo cuya historia recuperaremos más adelante.

Además, hay otras figuras de acompañamiento, como las doulas, que han despertado el recelo de organismos como el Consejo General de Enfermería, que publicó un demoledor informe contra ellas. Las doulas dan soporte sentimental y físico a la embarazada cuando lo requiera, que puede ser desde la concepción hasta la lactancia pasando por el parto. No son personal médico ni pueden sustituir a las matronas, sino que están ahí para escuchar y no juzgar. La polémica también viene derivada de la falta de regulación de esta profesión en España. “Nosotras no intervenimos en las decisiones, no aconsejamos”, precisa Beatriz Fernández, de la Asociación Española de Doulas, que da unas recomendaciones para evitar fraudes: “Busca una doula que esté en una asociación, en un lugar donde puedas poner una queja”.

Beatriz Fernández asegura estar especializada en “duelos y acompañamientos de bebés con patologías”, dos temas duros de los que las embarazadas no quieren oír ni hablar. Pero existen. Su empatía nace también de su experiencia personal. En 2007 tuvo un aborto y después volvió a quedarse embarazada: “Me decían ‘no pienses en el otro bebé y concéntrate en el nuevo’ o ‘haces daño a la niña si te pones triste’. Ellos seguro que lo hacían con todo su amor, pero a mí me hacían sentir muy sola”.

La violencia obstétrica

El siglo pasado trajo cosas muy positivas, como la epidural. La ciencia desafiaba a Dios, que en la Biblia condenó a Eva a parir a los hijos con dolor. El profesor Varea apunta hacia una medicalización del parto en el siglo XX, que se ha saldado con una mortalidad infantil a la baja: “En los sesenta y setenta empiezan los partos hospitalarios y se deja de parir en casa. Cuando hay problemas, hay una rápida intervención. Pero también hay una tendencia a un excesivo intervencionismo obstétrico. Los médicos optan siempre por priorizar la vida del bebé”.

Aunque la mujer haya salido de su entorno y tenga que dar a luz en un territorio más frío y desconocido como un hospital, Txantón Martínez-Astorquiza, presidente de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO), recuerda que se han dado pequeños pasos: “Antes de los años ochenta los padres se quedaban en las puertas de los hospitales. Hoy la pareja está presente en todo”. Aun así, muchas mujeres quieren partos más naturalizados, respetuosos y conscientes.

Las madres están más informadas y quieren que su opinión cuente. Es difícil trazar una línea entre el criterio médico y el poder de decisión que debería tener la mujer sobre su cuerpo, aunque el Ministerio de Sanidad publica guías en su web para profesionales y pacientes. En la asociación El parto es nuestro hablan incluso de la “violencia obstétrica”, que abarca cesáreas innecesarias, episiotomías de rutina, el empleo de la polémica maniobra de Kristeller o incluso la “separación madre e hijo sin justificación médica”.

“Solo luchamos para que se apliquen las intervenciones con criterios científicos”, explica Elena Gil, portavoz de El parto es nuestro. La organización maneja sus propias cifras. Apuntan a que un 26,66% de los nacimientos de 2015 fueron por cesárea, muy por encima del porcentaje recomendado que debe estar entre un 10% y un 15%. Las inducciones se elevaron al 19% (nueve puntos por encima), mientras las episiotomías se realizaron en el 41% frente al 15% aconsejado. Aun así, Martínez-Astorquiza cree que la medicalización es una tendencia que empieza a remitir tras el pico de hace unos años: “En los hospitales estamos mejorando”.

Salvo que tenga graves consecuencias físicas, las familias no acuden a los tribunales. Alba, la madre de Vigo mencionada con anterioridad, asegura haber vivido un episodio de violencia obstétrica al practicarle una episiotomía, un corte en el perineo para facilitar el parto. “Le pregunté si el bebé estaba sufriendo y me dijo que no”, argumenta para defender que la intervención no estaba justificada. Esta progenitora gallega había llevado a cabo lo que se conoce como un embarazo consciente, informándose de forma voraz y leyendo toda publicación que cayese entre sus manos. Sin embargo, en el paritorio describe un parto deshumanizado: “Me infantilizaron”.

Hay corrientes que también apuestan por un parto más natural, incluso por llevarlo a cabo en casa. El presidente de la SEGO insiste en que cada mujer es libre de escoger, pero él lo desaconseja. Cree que España no está preparada y que aumenta los riesgos: “La asistencia actual no permite resolver una emergencia que surja en un domicilio. La mayoría de complicaciones son inesperadas”.

La Generación No-Mo

A veces una no quiere o no puede ser madre. Y ya está. Algo tan simple se convierte en un asunto engorroso cuando una abuela bromea con que “se te va a pasar el arroz” o los amigos te preguntan que “cuándo te animas”, entre otras situaciones incómodas.

Para una pareja que lo intenta y no lo consigue puede convertirse en un proceso doloroso, con la dramática Yerma, de Lorca, en la retina. “Se asume como un fracaso. Al principio sólo ves las puertas que se te cierran, pero luego te das cuenta de que también se te abren muchas otras”, explica la periodista María Fernández-Miranda. En su caso, se sometió a siete fecundaciones artificiales que no acabaron en embarazo. Sin embargo, su proceso no fue en absoluto estéril: parió el libro No madres, publicado por el sello Plaza & Janés en abril de 2017.

Fernández-Miranda, que nació en 1975, pertenece a esa generación que creció con la hegemonía de un solo modelo de mujer ligado aún a la maternidad. Nunca tuvo claro que quisiera tener un hijo. Cuando decidió parar el proceso, se encontró un “vacío”. Por eso, necesitó hablar con otras “no madres”. “Fue muy positivo. Me gustaron esos otros tipos de mujer”, concede. Entre su nómina de exitosas féminas se encuentran, entre otras muchas, Mamen Mendizábal, Alaska o Maribel Verdú, que lleva más de 20 años respondiendo a las mismas preguntas sobre su decisión de no gestar. La periodista logró plasmar en el libro un crisol de experiencias diferentes y, sobre todo, útiles. No es un alegato contra la maternidad, sino a favor de la pluralidad de opciones.

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Con las nuevas técnicas (mezcladas con buenas herramientas de publicidad y marketing) también nacen nuevos mitos. Se ha extendido la idea de que todas las mujeres pueden ser madres a cualquier edad. Las revistas del corazón con la noticia de la famosa de 50 años que acaba de tener un bebé tampoco ayudan. Tras la bonita noticia faltan los datos que pertenecen a la intimidad del hogar familiar.

*Este artículo está publicado en el número de marzo de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí. aquí

 

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