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Vacaciones de serie

'Glow': feminismo de carne y hueso

Alison Brie como Ruth en 'Glow'.

Una serie de ficción sobre un programa de lucha libre femenina de los ochenta —real aunque absolutamente inverosímil—, muy popular en Estados Unidos y absolutamente ignorado en cualquier otro lugar, protagonizada por 14 actrices más o menos desconocidas. Cualquier productor hubiera tachado la idea de locura y hubiera pasado al siguiente pitch sin pensarlo dos veces. Pero ahí están, relucientes sobre los guiones de Glow —así se llama el invento, tres nombres capaces de abrir algunas puertas. Los de Liz Flahive y Carly Mensch, creadoras del show y anteriormente guionistasproductoras del éxito de Showtime Nurse Jackie. Y, sobre todo, el de Jenji Kohan, aquí productora ejecutiva y conocida por haber dado luz a la mítica serie Weeds y a la más reciente Orange is the new black. Quizás todo eso de un grupo de mujeres fingiendo dar patadas tenga, finalmente, algo de sentido. 

El programa original es un pastiche camp capaz de aunar en un mismo plano los entrenamientos de aerobic de Jane Fonda y los looks de la drag queen Divine. Hay laca, hay maquillaje, hay un uso de la cámara que roza lo amateur y una narración tan demencial —una de las peleas del piloto viene introducida por una trifulca a las puertas del ring— como hipnotizante. Cuando Flahive y Mensch descubrieron el programa a través de un documental supieron de inmediato que querían trabajar sobre Gorgeous Ladies of Wrestling, el título completo tras las siglas GLOW. Eso sí: no serían fieles al desarrollo del programa emitido entre 1986 y 1992 desde Las Vegas, sino que lo usarían como punto de partida. 

Porque sus motivaciones no coincidían en absoluto con las de David B. McLane, el promotor de la WWA, la liga masculina de lucha libre, que decidió lanzar una versión femenina al constatar el entusiasmo de los fans ante las peleas de mujeres. La Glow de ficción refleja también la misoginia rampante del momento —¿del momento?— a través de Sam Sylvia (Marc Maron), un machista director de serie b con ínfulas creativas que acepta dirigir el cotarro a cambio de que le produzcan una de sus locas películas. Tampoco elimina los estereotipos más que problemáticos en los que se basa la lucha libre. Ruth (Alison Brie), una "actriz de verdad" encasillada en papeles insignificantes acaba siendo Zoya the Destroya, una caricatura de la rusa soviética. En un claro ejemplo de racismo, a Carmen (Britney Young) se le asigna Machu Picchu, una bondadosa giganta peruana. Y Arthie (Sunita Mani), de origen indio, acaba convertida en Beirut, una luchadora-terrorista. 

Así que Glow se mueve en terreno peligroso. Pero Flahive y Mensch están acostumbradas a caminar sobre campos de minas. La segunda ha sido también guionista de Orange is the new black, una serie que sucede dentro de una prisión de mujeres y que lidia con sus propios estereotipos. En Orange haymujeres negras de barrio, latinas pandilleras, rusas mafiosas, white trash enganchada al crack y supremacistas blancas. Pero ninguna de ellas —con quizás la excepción de estas últimas— son solo eso, de manera que los estereotipos acaban siendo aplastados por la complejidad y verosimilitud de los personajes. Lo mismo ocurre en Glow. Las coprotagonistas, la mosquita muerta Ruth y la ex estrella de telenovelas reconvertida en madre modelo Debbie (Betty Gilpin) acaban dejando bien atrás sus propios roles. E incluso el misógino cineasta se verá forzado a abandonar su rol de moscardón en permanente crisis de los 40 en un momento dado de la trama. Glow reproduce los estereotipos asignados por la sociedad blanca, a la vez que señala su mentira, su mezquindad y su peligro

“Puño en alto, mujeres de Iberia...”

“Puño en alto, mujeres de Iberia...”

Pero el gran triunfo de Glow es mucho menos cerebral. Está en los cuerpos. En el de Kia Stevens, única luchadora profesional del casting, grande y poderoso. En los fibrosos brazos y fuertes cuádriceps de Sydelle Noel y su algo desaprovechado alter ego Cherry. En el de Alison Brie, dibujada aquí como una chica del montón —Sam se pasa media serie tratando de decidir si le parece atractiva—, cuya belleza deja de ser un tema de conversación cuando demuestra estar muy dotada para las piruetas que exige la lucha libre. De nuevo, como en Orange is the new black, gran parte del atractivo reside en la diversidad de su elenco. Puede parecer poca cosa, pero no lo es en un mundo audiovisual en el que los actores parecen muy a menudo clones defectuosos los unos de los otros. 

Pero aquí se añade el elemento puramente físico de la lucha libre. Son las propias actrices las que luchan en escena, con la salvedad de un par de secuencias algo más peligrosas, y tuvieron que recibir, como en la propia ficción, entrenamiento a propósito para ello. Sus cuerpos no son medidos ya en tanto que atractivos o no, grandes o pequeños, blancos o negros. Mientras que el canon de belleza sanciona el volumen, aquí se premia. Si habitualmente se considera la fuerza un atributo masculino, aquí es una característica femenina

Betty Gilpin cuenta la experiencia en primera persona para Glamour: "Por primera vez en mi vida, podía sentir mi cuerpo escuchándome. Ve. Vuelve. Quédate quiero. Toma el control. Uno, dos, tres, vuela". Ficción y realidad se mezclan en el ángulo más físico de Glow: el proceso que describe Gilpin es exactamente el mismo que vive su Debbie. Ambas son mujeres constreñidas en roles que les vienen pequeños. Estar en un contexto distinto, en el que su cuerpo no es medido en tanto que objeto de deseo, sino en tanto que sujeto activo —literalmente activo—, les libera. Y la intérprete insiste: "Glow es el primer set en el que he estado que estuviera dirigido por mujeres. Era un país mágico gobernado por amazonas de primer nivel. Vi poder y cuidados [juntos] por primera vez". No sería raro que fuera también la primera vez para el espectador. 

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