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80 años de Pearl Harbor, la ofensiva que desató una oleada de racismo hacia estadounidenses de origen japonés

Foto de archivo del campo de trabajo Manzanar (California).

Mauro Tortosa

“El 7 de diciembre 1941 será una fecha que vivirá en la infamia”, dijo el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt el día que su país le declaró la guerra a Japón. Fue un ataque sorpresa que acabó con la vida de más 2.400 estadounidenses, hundió 5 barcos y destruyó 188 aviones —prácticamente ninguno estaba listo para volar y defender la base, y sólo ocho pilotos del ejército americano lograron despegar durante la contienda—. Desencadenó una oleada racista sin precedentes hacia la población japonesa que residía en Estados Unidos. A través de diez campos de trabajo se reclutaron a un total de 113.605 ciudadanos japoneses. Muchos niños fueron separados de sus padres y jamás los volvieron a ver. Una semana antes de proceder a su detención, se les concedió un tiempo para desprenderse de sus pertenencias, a excepción de las cuentas bancarias, que fueron congeladas. Hablamos del ataque a Pearl Harbor, la ofensiva militar japonesa que provocó la entrada in extremis de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y el reclutamiento de miles de familias japonesas en campos de trabajo.

A las 3:42 horas de la madrugada fue cuando cambió todo. Un buscaminas estadounidense avistó a uno de los submarinos japoneses, pero ya era tarde. La fuerza nipona ya estaba dispuesta a atacar. Hacía once días que 6 portaaviones, 2 acorazados, 3 cruceros, 9 destructores, 23 submarinos y 414 aviones habían partido de manera silenciosa desde el puerto de Iturup (Islas Kuriles), en dirección a la base naval de Pearl Harbor en la isla de Oahu (Hawái). Los cerebros pensantes del plan, el almirante Isoroku Yamamoto y el militar Minoru Genda, querían destruir la Flota del Pacífico estadounidense para expandir su influencia por todo el océano.

A las 6:10 horas, una primera oleada de aviones japoneses formada por 183 aeronaves atacaron a los primeros barcos anclados en el puerto, los aeródromos, puertos de comunicaciones y baterías antiaéreas. Apenas 45 minutos después del primer ataque, una segunda ofensiva protagonizada por 171 aviones volvió a bombardear la base naval. En tan solo 90, minutos 18 barcos fueron hundidos o encallados. Entre ellos el acorazado Arizona, cuya explosión provocada por una bomba de 800 kg acabó con la vida de la mitad de todas las víctimas estadounidenses (1177) —en la actualidad aún se pueden ver restos del buque original, como la chimenea que sobresale por encima del agua—. A las 9:45, tres horas y media después de la primera acometida, la Armada Imperial japonesa dio por terminada su correría. De los 414 aviones de los que disponían, sólo 29 fueron derribados. Al día siguiente, el lunes 8 de diciembre, el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra al país liderado por el emperador Hirohito. Comenzaba así la entrada de lleno de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia, Alemania declaró la guerra a los americanos el día 11 de diciembre.

El USS Arizona durante el ataque. | NARA de EEUU

Tras el ataque, las hostilidades de la Casa Blanca sobre la población japonesa que residía en Estados Unidos fueron patentes. El miedo a que una especie de quinta columna pudiera atacar el corazón de los Estados Unidos, o el simple ánimo de venganza por parte de la Administración americana, desató una oleada racista hacia la población de origen japonés. “Todos los ciudadanos, moradores o sujetos de Japón, Alemania e Italia mayores de 14 años que estén en Estados Unidos y no posean la nacionalidad, podrán ser arrestados, detenidos, encerrados o expulsados como extranjeros enemigos", pronunció Roosevelt coincidiendo con la declaración de guerra contra Japón. De los actos simbólicos, como la retirada de productos japoneses de las tiendas yanquis o la tala de 3.000 cerezos sakura que los ciudadanos de Tokio habían donado a la ciudad de Washington en 1912, se pasó a identificar a más de 110.000 ciudadanos japoneses —en total se deportaron a estos campos un total de 113.605 los ciudadanos durante la Guerra del Pacífico—. Todas estas medidas racistas entraron en vigor a principios de 1942 en California, Arizona, Alaska, Oregón y Washington Oeste. A pesar de que la 14ª Enmienda de la Constitución prohibía el trato discriminatorio por motivos raciales, en aquel momento las autoridades se saltaron esa norma aduciendo razones de "seguridad nacional".

El ataque que condujo a una oleada racista

Con la llegada de la Orden 9066 el 12 de febrero de 1942, el Gobierno estadounidense ordenó que todos los inmigrantes japoneses y la primera generación de nacidos en Norteamérica (los issei) serían deportados a diez campos de internamiento: Manzanar, Tule Lake, Poston, Gila River, Topaz, Minidoka, Granada, Heart Mountain, Rohwer y Jerome —paradójicamente esto no afectó a los residentes de las islas de Hawái, que constituían el motor económico del archipiélago, y detener a este colectivo hubiera significado paralizar la maquinaria financiera de la región—. Las condiciones de estos centros de trabajo eran extremas. Muchos se situaban en zonas pantanosas, mientras que otros se encontraban en zonas áridas con temperaturas que no subían de los cero grados en invierno y que no bajaban de los cincuenta en verano.

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Manzanar fue una de las zonas de reclutamiento más conocidas. La mitad de la población encerrada allí eran mujeres, y las familias de cuatro miembros vivían en un espacio de 6,1 por 7,6 metros. El campo tenía una capacidad de 504 barracones, pero con la llegada de 1.000 prisioneros diarios, en julio de 1942 la población se acercó a los 10.000 residentes. El viento soplaba con tal fuerza que los temporales solían levantarse por la mañana cubiertos de la cabeza a los pies con una fina capa de polvo. Todos debían llevar un carné para ser identificados como prisioneros, ya que algunos trabajaban fuera del campo como mano de obra agrícola con cierta autonomía y otros bajo vigilancia armada. Toyo Miyatake, un fotógrafo profesional que se encontraba en Manzanar, documentó la vida en el campo a través de más de 1.500 instantáneas que tomó durante sus más de tres años —algunas aún se pueden ver en su estudio virtual—.

Varios niños en el campo de trabajo Manzanar. | Toyo Miyatake

El 2 de septiembre de 1945, cuando ya había finalizado la Segunda Guerra Mundial, muchos de los internos fueron liberados. No obstante, quedaban muchas familias rotas que habían sido separadas durante tres años de sus allegados. Como compensación por las pérdidas, las autoridades solo entregaron a los reclusos 25 dólares y un billete de tren. La mayor parte de ellos no pudieron volver a su vida anterior, la pérdida de numerosos negocios y de tierras les obligó a enfrentarse a una vida miserable en la calle y sin apenas recursos. Hasta 1988, con la presidencia de Ronald Reagan, la Casa Blanca no emitiría un comunicado oficial pidiendo perdón a los estadounidenses de origen japonés.

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