Comparto piso a los treinta: Un llamado a recuperar lo que debería ser nuestro Daniel Valero 'Tigrillo'
Cuando los valores pierden todo su sentido
Excelencia, respeto y amistad. Ésos son 3 de los valores olímpicos que han inspirado desde siempre los Juegos y que especialmente este año se quiso que estuvieran muy presentes en la cita de París. Hay más valores: esfuerzo, universalidad, humanismo, solidaridad…, pero hoy me quedo con estos tres.
Excelencia. Creo que Elena Congost lo demostró con creces en su prueba. Corrió una maratón perfecta, sacaba más de 3 minutos a la siguiente atleta. Había hecho una carrera impecable. Una carrera a la que había llegado después de haber sido madre de 4 niños, de haberse preparado durante un año complicado, sacando tiempo de donde no había. Demostró la excelencia entre el resto de las atletas con creces. Durante toda la preparación y durante esa carrera en la que, según ha contado ella misma, le pusieron mucha cabeza. Dosificaron las fuerzas y supieron correr con una estrategia. La excelencia, estarán conmigo, la demostraron ella y su guía.
Respeto. Elena lo demostró ante millones de personas en esos 5 últimos metros, en esa alfombra azul. Podía haber tirado más, podía haber hecho algún gesto de fastidio, de impotencia por lo que estaba pasando, pero se mantuvo serena: su guía empezaba a flaquear (llevaba ya unos kilómetros avisándole de los calambres que le estaban matando) y le esperó. Lo mismo que él podía haberle esperado a ella; le llevó de la cuerda, lo mismo que había hecho él durante los 35 kilómetros anteriores. Respetó la situación física de él. Y la suya. Esfuerzo, otro de los valores que inspiran los juegos olímpicos desde sus inicios, es lo que hicieron los dos por terminar esos últimos metros agónicos. Verles correr así era doloroso, casi trastabillando… Pero Elena respetó su situación y terminó con él, junto a él, la carrera.
Respeto. Elena lo demostró ante millones de personas en esos 5 últimos metros, en esa alfombra azul
Amistad. Aquí sí que no hay discusión, ni debate, ni dudas. Lo que demostró Elena, por encima de todo, fue la amistad que le une a él. No dudó en ayudarle, en cogerle cuando estuvo a punto de caer al suelo. Un gesto que le costó la medalla, recordemos. Durante unos segundos (¿cuántos exactamente, uno, dos...?, soltó la cuerda, la norma inamovible que le ha costado el bronce. Soltó la cuerda porque si no, él se caía. La norma dice que soltar la cuerda es dejar descalificado al atleta ciego, aunque sea unos segundos. Pero en las imágenes es evidente que lo que hace Elena, a metros de la meta, no le beneficia, no le dio ventaja sobre la siguiente atleta, ni nada parecido. Así que la norma, en este caso, fue absurdamente aplicada.
Y aquí viene mi pregunta: ¿para qué sirven los juegos, qué es lo que se quiere enseñar al mundo? Si de verdad son estos valores, con la decisión de Elena Congost se los cargaron todos. La imagen que dieron a quienes estaban allí en la línea de meta (dos de los hijos de Elena) y a quienes lo vimos por televisión es que el deporte es rigidez, competitividad, injusticia máxima. Porque lo que se hizo con Elena es injusto. Y envía el mensaje contrario a todo lo que se quiere promover con los juegos y, especialmente, con los juegos paralímpicos.
A Elena le robaron el sueño, la medalla, el momento de subir al podio, con su familia y celebrar el triunfo de un esfuerzo titánico. Pero le han robado mucho más, una beca, posibilidades, dinero… A cambio se ha ganado el reconocimiento de todos. Y nuestra admiración. Aunque eso ahora mismo no sea consuelo.
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