Esta mañana me ha llamado para despedirse: “Jesús, es cuestión de horas”. Sin apenas voz, peleando por respirar. También yo me quedé sin voz. Pero, por última vez, él iba –como siempre– directo al dato: “Me muero. Sólo quería decirte que se acabó, todo lo demás ya lo sabes”. Nos dijimos algunas frases que nadie jamás imagina que llegará a decir. Ni siquiera hace unos días, en su habitación del hospital Puerta de Hierro, dejamos de bromear y echarle una pizca de ironía a la “sucia” realidad política. Lo de esta mañana salía de los corazones. En esto consiste, también, la vida. Una sucesión de despedidas.
Jaime Miquel (Madrid, 1959 - 2025) era geógrafo de formación y de disposición cerebral (apasionado del análisis prospectivo político-electoral, armado de mapas y números). Aprendió durante unos cuantos años en el Instituto Gallup que en España fundó su padre, Jorge Miquel, hoy deshecho. ¿Qué dolor puede compararse al de incinerar a un hijo? Desempeñó sus labores de asesor en estrategia política para prácticamente todos los partidos en España –“es el mercado, amigo”, solía decir–. Pero su corazón y sus principios se inclinaban rotundamente a la izquierda. Se debía a sus “clientes”, pero no para adularlos sino para cantarles las verdades de los números. No siempre, no todos, asumieron el contrato (moral y hasta escrito) que le obligaba a informar a la parte contratante de lo que iba ocurriendo, de los errores, de las mentiras de quienes se dedican a susurrar al oído del jefe, en lugar de escribirle que no va a ninguna parte o que se equivoca de camino.
No ha creado escuela ni lo pretendía, pero Jaime deja un legado que ilumina los análisis políticos de unos cuantos dirigentes políticos, de expertos en demoscopia y de bastantes periodistas que le han llamado cada vez que la política española se encontraba (quizás con excesiva frecuencia) en una encrucijada indescifrable. El ‘método Miquel’ es célebre (y singular) entre analistas y demoscópicos. Huía de los porcentajes y prefería calcular las tendencias en número exacto de votos y escaños. Por provincia. Y acertaba más que el arquero de los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Trabajó en el equipo de análisis de Moncloa desde 2018 hasta hace un año, poco antes de su (semi)jubilación. Sus informes mensuales llegaban a la mesa de Pedro Sánchez como antes llegaron a la cúpula de Ciudadanos, Compromís, Izquierda Unida, el PSC, Podemos o después Sumar. Jaime pertenecía a esa especie de los jubilados imposibles, porque su cabeza no estaba dispuesta al descanso ni su preocupación por este país se lo permitía. Llevaba meses centrado de forma casi obsesiva en algo que debe importar a la gente progresista de este país: qué hay que hacer para movilizar al espacio a la izquierda del PSOE. Hoy no es el día para contar los análisis concretos y pragmáticos, nada utópicos, que sostenían la conclusión que ambos compartíamos. Tiempo habrá, sin descuidarnos, porque la ultraderecha y esa derecha que no termina de asumir la democracia andan golpeando la puerta de la Moncloa como si fuera de su exclusiva propiedad.
Jaime Miquel no descubría el país desde la comodidad del sillón, sino desde la inquietud de un demócrata radical dispuesto a cantar a quien fuera las verdades de los números
Jaime Miquel publicó en 2015 un ensayo que rompió las costuras de unos cuantos tópicos instalados en el tejido político-mediático español. Lo tituló La Perestroika de Felipe VI y logró hacer saltar de sus sillones a no pocos prebostes del circo político patrio. Dio por finiquitado el bipartidismo, defendió la realidad (y la inevitabilidad) de un Estado plurinacional y hasta ofreció –desde un republicanismo militante– la idea de una oportunidad para la monarquía parlamentaria que heredaría el hijo del emérito si sabía aprovecharla en beneficio del progreso democrático.
Disculpen si suena a egocentrismo (nada le haría carcajear más que esto), pero en esas páginas estuvo el germen de nuestra amistad. Lo cité en mi libro sobre el estallido del PSOE, las primarias que ganó Pedro Sánchez y el nacimiento de Podemos (Al fondo a la izquierda, con perdón), y me hizo llegar un mensaje para conocernos. Desde entonces (hace ya más de siete años) prácticamente no ha habido un sábado que no desayunáramos en el café La Galería de Torrelodones, o un domingo en el Café Babel. Para comentar la semana, lo que considerábamos trascendente del magma de frivolidad galopante. Como dos buenos vecinos, y muy pronto amigos, que compartían principios, reivindicaciones, frustraciones y una forma de ver el mundo escasamente compatible con la velocidad de estos tiempos.
A cada palabra que le lanzaba, respondía con números. Nadie como él traducía los resultados de cualquier barómetro del CIS. La absoluta discreción mutua gobernó la relación que manteníamos. Yo no buscaba exclusivas, sino claves; él no me vendía propaganda, sino datos. Hemos dejado pendiente el propósito de escribir un libro a cuatro manos sobre lo que ambos hemos vivido acerca de la política española en los últimos años. Él desde la sala de máquinas de la Moncloa, servidor desde infoLibre, el medio que Jaime eligió para seguir escribiendo sus análisis lúcidos y contundentes (ver aquí) en cuanto salió de la sede del Gobierno.
Como ocurre con los grandes sabios, escritores o escritoras, referentes del pensamiento crítico, Jaime Miquel es ya inmortal, porque la semilla que sembró seguirá por aquí mucho tiempo. Ya anticipo que él tenía una propuesta clara, argumentada y sostenida en números demoscópicos sobre lo que debe hacer la izquierda a la izquierda del PSOE para evitar que “la barbarie” (su definición del proyecto programático de las derechas) llegue al poder en España.
Hoy, la prioridad consiste en abrazar a Guadalupe, su hombro y su oído, y a sus hijos Jacobo, Juana, Manuel y Jorge, huérfanos de padre que venían soñando con lo que Jaime soñaba: salir a la mar desde Denia, en algún sencillo velero, y continuar conectado a las pantallas en las que descubría lo peor y lo mejor de su país. Pero no desde la comodidad del sillón, sino desde la inquietud de un demócrata radical dispuesto a cantar a quien fuera las verdades del barquero (y de los números)
P.D. Jaime Miquel ha muerto esta tarde de viernes en el hospital Puerta de Hierro de Madrid, víctima de un cáncer detectado demasiado tarde, y ha sido trasladado al Tanatorio de Torrelodones, donde permanecerá durante todo el día del sábado, antes de su incineración. Gracias por tanto. Te echaré mucho de menos. (Otra perestroika pendiente).
Esta mañana me ha llamado para despedirse: “Jesús, es cuestión de horas”. Sin apenas voz, peleando por respirar. También yo me quedé sin voz. Pero, por última vez, él iba –como siempre– directo al dato: “Me muero. Sólo quería decirte que se acabó, todo lo demás ya lo sabes”. Nos dijimos algunas frases que nadie jamás imagina que llegará a decir. Ni siquiera hace unos días, en su habitación del hospital Puerta de Hierro, dejamos de bromear y echarle una pizca de ironía a la “sucia” realidad política. Lo de esta mañana salía de los corazones. En esto consiste, también, la vida. Una sucesión de despedidas.