Llámeme 'yayoflauta' si quiere, señora Ayuso, no me ofende

Un hábito tan tenaz como una adicción a la heroína lleva a las derechas a intentar desprestigiar con el epíteto de políticas las movilizaciones populares contrarias a su gestión. Como si la política fuera algo infame, miserable, vergonzoso. Como si lo que ellas practican no fuera política, sino algo tan natural e indiscutible como que la noche sucede al día y viceversa. Y como si sus dirigentes no cobraran de los contribuyentes por hacer, precisamente, política.

Que yo sepa, doña Isabel Díaz Ayuso, usted no ha hecho otra cosa que política desde más o menos el año 2006, fuera como gestora de la cuenta de Twitter del perro Pecas, sea ahora como presidenta de la Comunidad de Madrid. Sí, política, señora. No es un delito. Quizá hubiera sido buena cosa que Toni Cantó, al que usted nombró defensor de la lengua española, amenazada al parecer en su existencia en el mismísimo Madrid, le hubiera informado de los significados de la palabra política según nuestra Real Academia. Le citaré los tres primeros: “1. Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados. 2. Actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. 3. Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto o de cualquier otro modo”.

Entre esos “cualquier otro modo”, le recuerdo, señora Ayuso, que la democracia incluye el derecho a manifestarse en la calle. A hacerlo tan pacíficamente como, el pasado domingo, lo hicieron cientos de miles de madrileños para defender una sanidad pública que hace agua como el Titanic después de chocar con el iceberg. Sí, señora, tan política es intentar salvar un sistema que representa la diferencia entre la vida o la muerte para muchísima gente, como desmantelarlo como hace usted. Y, por cierto, señora, también es política, y de la tabernaria, en mi opinión, escupir verbalmente a los médicos, las enfermeras, los usuarios y los ciudadanos que discrepan del naufragio programado que usted preside.

La salvación de la sanidad pública es la más urgente y transversal de las batallas populares en el Madrid y la España de hoy. Una carta política ganadora

Por dos veces, el pasado 13 de noviembre y el pasado domingo, un amplio y representativo sector del pueblo madrileño ha señalado el camino para desalojarla a usted, señora Ayuso, de la poltrona en la Puerta del Sol que, sí, le ofrecieron las urnas, nadie discute eso, faltaría más. La salvación de la sanidad pública es la más urgente y transversal de las batallas populares en el Madrid y la España de hoy. Una carta política ganadora.

Otra cosa, ciertamente, es que la oposición en Madrid a usted, señora Ayuso, no la desperdicie con sus querellas sectarias y cainitas, o perdiéndose por los cerros de Úbeda de ocurrencias más divisivas, de propuestas menos ecuménicas. Conociendo la naturaleza de nuestras izquierdas —semejante con frecuencia a la del escorpión— los progresistas estamos temblando. Sí, señora, esta es ahora su principal carta. Van pasando las semanas y los meses y pocos suman, casi todos restan y dividen. Francamente, el penoso espectáculo que están ofreciendo a nivel nacional con la ley del solo sí es sí resulta desesperanzador.

Vuelvo a usted, señora Ayuso. La veo poseída por la convicción mesiánica de que su caudillaje en las urnas de Madrid es un eterno cheque en blanco. Sus miradas, sus gestos y sus palabras son las del chuleta que piensa que nada ni nadie puede arrebatarle el control del barrio. Quizá sea porque es joven, quizá porque ha leído poco, pero usted parece desconocer que, como dice el españolísimo dicho popular, torres más altas cayeron. Reaccionó con soberbia y desprecio a la manifestación de noviembre —sus asistentes eran todos comunistas— y ha reaccionado del mismo modo a la del domingo —aquello era un despreciable acto político—. Seguro que no se lo dicen sus consejeros, consagrados a piropearla como la más guapa, la más lista y la más querida no ya solo de Madrid, sino de toda España, pero en las dos ocasiones usted, señora Ayuso, cometió un serio error político.

La prepotencia termina cotizando muy mal en política, señora. También en la meramente electoralista. Si usted tuviera auténticos consejeros en vez de cortesanos, se lo dirían. Presidenta, no sigas a Trump y Bolsonaro hasta el precipicio, detente a tiempo.

Las dos manifestaciones mencionadas eran actos políticos, la expresión de cómo cientos de miles de madrileños deseamos que se gasten nuestros impuestos. En más atención primaria, pediatría, salud mental, médicos y enfermeras, tiempo y calidad de atención al paciente. En menos tardanza para que te atiendan en el ambulatorio, en listas de espera mucho más cortas para que te curen de una enfermedad grave. Sé de lo que hablo, señora, pago mis impuestos en Madrid y padezco con creciente angustia las deficiencias del sistema que usted preside. Llámeme yayoflauta si quiere, no me ofende.

Ah, y no soy comunista, ni nunca lo he sido; mi izquierda es otra, más libertaria, más camusiana, aunque supongo que usted no sabrá a lo que me refiero. Pero sí, tengo amigos comunistas, buenas personas que siempre han defendido sus ideas con valor, honestidad y pacíficamente. Y le digo a usted una cosa: ya les gustaría a esos amigos que en Madrid hubiera cientos de miles de comunistas, que lo fuéramos todos los que defendemos la sanidad pública.

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Javier Valenzuela es periodista. Fundador y primer director de tintaLibre. Catorce libros publicados, el último La muerte tendrá que esperar (Huso 2022).

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