¿Ni sumamos ni pudimos?

Opinar sobre la situación del magma político a la izquierda del PSOE es meter la cabeza en un avispero. Te la pueden acribillar a picotazos. La susceptibilidad y la irritabilidad son extremas, en algunos muy particularmente, cabe precisar. Sólo se aceptan adhesiones inquebrantables, cualquier matiz es tachado de traición.

Y sin embargo, más allá de los hooligans, parece existir un amplio consenso sobre unas cuantas cosas importantes entre el electorado potencial de ese espacio político. En primer lugar, que no es inevitable que el PP, apoyado por Vox, reconquiste La Moncloa el próximo invierno. La situación económica está lejos de ser catastrófica, el escudo social funciona razonablemente y las querellas territoriales se han ido apaciguando. En cuanto a Feijóo, ha demostrado ser muy poca cosa, si no directamente bobo. Y sus únicos socios posibles de Gobierno, los de Vox, han hecho el ridículo con el show parlamentario de Ramón Tamames.

En segundo lugar, la mayoría del electorado potencial de la izquierda alternativa al PSOE no está pidiendo a gritos que sus dirigentes, partidos, movimientos, facciones, sectas y capillas se dediquen a interpretar por enésima vez la escena del Frente Popular de Judea de La vida de Brian. Dividirse por cuestiones de dimes y diretes, procedimientos, puestos en las listas o notas a pie de página. Es más bien lo contrario, es el estoy, estamos, hartos” expresado este miércoles por Quique Peinado aquí mismo.

Tal y como están las cosas, solo hay dos alternativas de Gobierno para España. O una repetición de la coalición entre el PSOE de Pedro Sánchez y las fuerzas situadas a su izquierda, o la llegada de Feijóo a La Moncloa con la muleta de Vox.

Es posible que el PSOE mantenga o hasta incremente algo su peso parlamentario, pero no es seguro que lo haga la constelación situada a su izquierda si no acude unida a los comicios. Y si ese espacio ahora representado por Unidas Podemos, y que el proyecto Sumar aspira a renovar y ampliar, no conserva, como mínimo, su actual número de diputados, peligra la idea de una segunda legislatura de Gobierno progresista de coalición. Es una cuestión de aritmética.

Tal y como están las cosas, solo hay dos alternativas de Gobierno para España. O una repetición de la coalición entre el PSOE de Pedro Sánchez y las fuerzas situadas a su izquierda, o la llegada de Feijóo a La Moncloa con la muleta de Vox

Por eso resultan tan preocupantes e irritantes las polémicas politiqueras en torno a una candidatura liderada por Yolanda Díaz que reúna a todas las sensibilidades situadas a la izquierda de Sánchez. Al abandonar el Gobierno, Pablo Iglesias acertó al señalar a Díaz como su candidata a liderar el espacio de Unidas Podemos. Era, y sigue siendo, la política netamente de izquierdas más popular entre la ciudadanía. Paradójicamente, Díaz no para ahora de recibir pullas y zancadillas de Iglesias y muchos de sus seguidores.

Probablemente Díaz no estuvo fina al no invitar a Ione Belarra e Irene Montero a aquel acto en Valencia del pasado noviembre. Quizá haya sobreactuado en algunos de sus distanciamientos respecto a Podemos. Y no parece haber sabido atajar la idea de que con Sumar pretende crear su propio partido, o, en todo caso, su propio partido más Errejón y otras fuerzas pequeñas, una especie de Izquierda Unida Plus o Premium.

Pero ya estamos en pleno ciclo electoral. Es estéril lamentarse por lo que pudo ser y no fue. Lo es también regodearse en el rencor y el deseo de venganza. Y, desde luego, es absolutamente suicida dejarse llevarse por el narcisismo y el sectarismo.

Jamás he satanizado a Podemos, al contrario. He dicho y escrito en repetidas ocasiones que hizo una aportación muy valiosa a la política española al recoger la justa y necesaria indignación del 15M. Introdujo aire fresco en una estancia cerrada al poner en cuestión los dogmas del régimen del 78 y decir alto y claro que nuestra democracia es mejorable. Y, desde luego, fue, y sigue siendo, víctima de una campaña de odio y mentiras sin parangón. Una campaña cruel y sistemática orquestada por el establishment, desde su cúpula hasta sus cloacas.

Pero lamento tener que decir que Podemos ha ido a peor. Lo señala Ignacio Sánchez Cuenca, que nunca fue hostil a ese partido, en un artículo en CTXT que le ha valido críticas desaforadas. “Podemos”, escribe Sánchez Cuenca, “ha dejado de transmitir ilusión y novedad. Su discurso está dominado por la reivindicación de su propia existencia frente a la hostilidad del exterior”.

Pues sí. Podemos ha ido asumiendo el espíritu de una Numancia asediada. No reconoce el menor error, no hace la menor autocrítica, señala paranoicamente como esbirro del sistema a cualquiera que no esté de acuerdo con lo que dice. Ha ido agriándose y marginalizándose. Y esto no es saludable.

Dicho esto, creo que Podemos tiene que estar en Sumar. Sería un desastre que no estuviera, que los electores a la izquierda del PSOE se encontraran en los próximos comicios generales con dos papeletas: una encabezada por Díaz y otra por Belarra y/o Montero.

Que la división de los suyos desanima a la izquierda y lleva a parte de ella a la abstención es un hecho probado. Que el sistema electoral premia la unidad y castiga el fraccionamiento, es también indiscutible, digan lo que digan algunos sabiondillos.

Díaz debería hacer un último gran esfuerzo para integrar a Podemos en Sumar. No dentro de unas semanas, ya mismo. Sería decepcionante que no consiguiera con compañeros de viaje político lo que consiguió como ministra con la patronal y los sindicatos.

Y Podemos debería dejarse de zarandajas y anunciar esta semana su incondicional disposición a integrarse en Sumar. Tiempo habrá luego para discutir sobre primarias, censos, cuotas o lo que sea. Este sería el nuevo gran servicio que podría rendir a la causa por la que nació en 2014. Y una prueba de que conserva la visión.

Sin Podemos quizá Díaz no sume lo necesario.

Sin Díaz quizá Podemos tenga que rebautizarse como Pudimos.

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