España es un país maravilloso y algo excéntrico. Las largas navidades comienzan con un sorteo que solemniza el juego de azar como si fuera patrimonio nacional. Es como si se nos invitara a todos a ir al bingo una tarde con la familia y los compañeros de trabajo. Y terminan con una gran conspiración colectiva, única en el mundo, para que todos los niños crean en un milagro. Como ningún compatriota se atreve a denunciar la alabanza a la ludopatía del primer día, tampoco hay quien rompa la mentira –llamémoslo “magia”– del último día dedicado a los críos. Ambos acontecimientos, por lo demás, tienen un sentido material un poco vergonzante: el dinero que buscan los adultos el 22 de diciembre y la cantidad de paquetes que esperan los niños el 6 de enero.
La Lotería y los Reyes –y el resto de las liturgias, como los muchos almuerzos, lo de poner el belén, las uvas de la suerte, el cotillón, el matasuegras, el villancico o incluso el discurso nocturno del rey– son posibles por la gran densidad de los lazos familiares y sociales que caracterizan a los pueblos mediterráneos y a España en particular.
Qué lástima que a pesar de lo abundante que es la buena gente que habita España estemos ya en una dictadura, liderada por unos mafiosos que están destruyendo el país
Si además de contar con esos tupidos vínculos sociales, las circunstancias acompañaran, entonces España sería un lugar inigualable para vivirlo y disfrutarlo. El mejor país del mundo. Supongamos que la economía funcionara correctamente, que no hubiera grandísimos problemas. Que las cifras del paro tendieran a bajar del diez por ciento. Imaginemos un país en el que los conflictos sociales y políticos se resolvieran pacíficamente. Un lugar en el que convivieran los nacionales y los extranjeros sin muchos sobresaltos. Una nación en la que convivieran pueblos históricos distintos sin que unos y otros se sintieran fuera de sitio. Imaginemos que tuviéramos un Gobierno que promoviera las energías limpias y la protección del planeta, que le plantara cara al sátrapa que dirige Estados Unidos. Un Gobierno europeísta y pacífico.
Qué lástima que a pesar de lo abundante que es la buena gente que habita España estemos ya en una dictadura, liderada por unos mafiosos que están destruyendo el país. Al menos tenemos la esperanza de contar con demócratas indiscutibles y gestores de solvencia contrastada, como Feijóo o Ayuso, o como ese portentoso alcalde de Badalona, de tanta altura física como moral. Xavier García Albiol, ese prohombre de la convivencia, que ha permitido que estos días en su pueblo la gente pueda cenar tranquila en familia, sin esos negros molestos metidos en un edificio abandonado. Es cierto que durante unos días los violentos subsaharianos, delincuentes y traficantes, han sufrido las inclemencias del tiempo y han tenido que guarecerse debajo de un puente, y que han generado un poquito de jaleo en las calles del pueblo… Pero para resolver esas inconveniencias, siempre contaremos una vez más con la España solidaria: la de Cáritas, la de la Cruz Roja… y un poco también con la de Salvador Illa, pero ya se sabe que Illa no es en realidad ni socialista ni mucho menos aún sanchista.
Confiemos en que el año que viene nos tomemos las uvas con un hombre como Albiol en el Ministerio del Interior. Ese sí sería el Gobierno que merece un país maravilloso como España.
España es un país maravilloso y algo excéntrico. Las largas navidades comienzan con un sorteo que solemniza el juego de azar como si fuera patrimonio nacional. Es como si se nos invitara a todos a ir al bingo una tarde con la familia y los compañeros de trabajo. Y terminan con una gran conspiración colectiva, única en el mundo, para que todos los niños crean en un milagro. Como ningún compatriota se atreve a denunciar la alabanza a la ludopatía del primer día, tampoco hay quien rompa la mentira –llamémoslo “magia”– del último día dedicado a los críos. Ambos acontecimientos, por lo demás, tienen un sentido material un poco vergonzante: el dinero que buscan los adultos el 22 de diciembre y la cantidad de paquetes que esperan los niños el 6 de enero.