Desinformación para tiranos: manual de uso

La tecnología ofrece muchas técnicas. Son, además, compatibles unas con otras. Los tiranos de nuevo cuño, recientemente bautizados como spin dictators (Guriev y Treisman, Spin Dictators: The Changing Face of Tyranny in the 21st Century), las conocen muy bien. 

Los nuevos dictadores no prohíben directamente la prensa libre: la someten más sutilmente. Por ejemplo, envenenan en silencio a los reporteros disidentes. O les asustan con acusaciones personales falsas. Los nuevos dictadores no prohíben internet. Usan la red a su conveniencia, inundándola de mierda producida por miles de activistas concentrados delante de sus ordenadores. No son solo bots: son personas de carne y hueso que obtienen unos pesos, unos yuanes, unos rublos o unas criptomonedas a cambio de expandir la basura.

Los nuevos dictadores se compran periódicos o televisiones de última generación, como Russia Today o Hispan TV. Tan aparentes son que invitan a despistados analistas occidentales a participar en ellos. Yo mismo he concedido minutos a RT aquí en España y, por ejemplo, me he encontrado en minoría con dos defensores de la independencia de Cataluña diciendo auténticas barbaridades. El mismísimo El País estuvo encartando el blanquísimo suplemento ruso durante unos cuantos meses, hasta que sus responsables se dieron cuenta de la trampa. Los nuevos dictadores, que han aprendido bien las ventajas del “poder blando” que definió el politólogo Joseph Nye en 1990, no tienen “censura” en el sentido clásico, ni leyes que suprimen la libertad de información. Sencillamente, multiplican su propio esfuerzo (des)informativo, dejando a la mayoría de sus poblaciones en la oscuridad.

Los nuevos dictadores no prohíben directamente la prensa libre: la someten más sutilmente. Por ejemplo, envenenan en silencio a los reporteros disidentes

El jueves, en el Ateneo de Madrid, tuve el privilegio de moderar una conversación con dos jóvenes estudiosos y activistas de la Fundación Obama, Chris Simon y Sarah-Josephine Hjorth, y con el refugiado venezolano Leopoldo López, a propósito de este fenómeno nuevo que es la profusión de noticias falsas. Tan nuevo, que los neotiranos nos llevan una ventaja de mil leguas. No tan solo los dictadores, sino sus aprendices populistas “demócratas”. Basta observar el comportamiento de toda esa miríada de movimientos, partidos y grupúsculos que en Europa, guiados por Steve Bannon, constituyen la extrema derecha racista, violenta, negacionista, homófoba y ultranacionalista. Ofrecen, como decía Simon en la conversación, respuestas fáciles a preguntas complejas. Dan una solución emocional e identitaria, primaria y dogmática, a la incertidumbre que dejan los problemas nuestro tiempo. Ignoran la ciencia y el matiz. Prefieren el blanco y el negro.

En democracias como la nuestra encuentran la complicidad de las grandes empresas proveedoras como Twitter o Facebook, porque sus algoritmos favorecen –Hjorth lo describía también en el coloquio– las controversias y los dramas. El periodismo siempre ha primado el drama, el fuego y la sangre, pero los algoritmos multiplican su difusión. En las autocracias, si esas empresas occidentales no se doblegan, se las expulsa del mercado y se crean otras locales más convenientes, con tecnología china. Si en última instancia no pueden controlar el contenido, entonces, explicaba Leopoldo López, se hacen con el control del “tubo” que lo transmite, las infraestructuras de la comunicación.

Confiamos en que no sea demasiado tarde. La democracia liberal fue extendiéndose por ciclos, pero hoy estamos objetivamente en una involución. Para que las libertades y el progreso no se detengan, es imprescindible, como explicaron en el Ateneo nuestros amigos, detectar el problema y fomentar una “ética digital” que se imponga en las escuelas y en las legislaciones, en las prácticas corporativas, sociales y políticas. No hay mucho tiempo que perder.

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