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Ponga un político en su bufete

Hemos sabido que lo de Albert Rivera con el despacho de abogados Martínez-Echeverría ha ido mal. Muy mal. El propio bufete ha tenido que emitir una nota hablando de los “radicales incumplimientos” de la “actividad (o mejor, inactividad)” del ex líder de Ciudadanos y ex candidato a la Presidencia del Gobierno. Básicamente la cuestión es que ni aparecía por el trabajo, y que su resultado ha sido “nulo”, por “su falta de implicación, interés y su desconocimiento más elemental del funcionamiento de una organización empresarial”. A mí me ha sorprendido especialmente esa última crítica, tratándose de quien encabezaba el partido supuestamente más vinculado al mundo empresarial, el que mejor se entendía con eso llamado Ibex 35.

La fascinación que las empresas sienten por los políticos es comprensible. Al final, son ellos, cuando están en activo, los que toman las decisiones más graves sobre el contexto del negocio. Se les atribuyen además capacidades de negociación y persuasión que en el mundo del dinero son menos habituales. Se supone que un político es sensible a la opinión pública, conoce los rincones de la Administración pública y también a sus ocupantes, puede abrir puertas inaccesibles y se le presumirá implacable en una negociación.

Se contrata a una persona con agenda, experiencia y respeto a su alrededor, o se contrata a alguien que solo es un personaje de la tele, y que será rehuido por sus antiguos colegas, de modo que no sólo no contribuirá al negocio, sino que podría espantarlo

En muchos casos, como el que nos ocupa, son tan sólo suposiciones. Cuando un político cae de manera humillante, lo normal es que se vuelva tóxico para sus antiguos amigos. No sé si los cocineros, las actrices o los médicos se comportan igual. Sospecho que no. Pero en el mundo de la política lo que por definición te distingue de los demás es el poder que ostentas. Y en ausencia de poder real, tus colegas de la política desaparecen. Sí, puede que te cojan el teléfono y te acepten un almuerzo, por misericordia o por precaución, pero no se dejarán ver en público junto a ti y no abogarán por tus causas. Es más: las evitarán como a la peste. Las presentaciones de libros y las conferencias abiertas al público son un buen medidor de esas viejas lealtades perdidas.

Claro que hay otros casos distintos. Soraya Sáenz de Santamaría trabaja pacíficamente en Cuatrecasas, uno de los mejores despachos del país, después de haber perdido unas primarias. Pero ella antes de ser vicepresidenta del Gobierno aprobó las oposiciones a abogada del Estado. Aznar asesoró al bufete internacional D.L.A. Piper, pero él mantenía intactas sus relaciones con otros líderes mundiales, tenía una extraordinaria experiencia política y había decidido dejar la política activa cuando nombró a Rajoy como sucesor. Alguno lo llama “puertas giratorias”, y puede gustarnos más o, como a mí, menos, pero desde la perspectiva de un negocio, la diferencia es evidente: se contrata a una persona con agenda, experiencia y respeto a su alrededor, o se contrata a alguien que sólo es un personaje de la tele, y que será rehuido por sus antiguos colegas, de modo que no sólo no contribuirá al negocio, sino que podría espantarlo.

De modo que al preguntarse si es o no conveniente poner a un político en tu empresa, la respuesta no debería estar en función de lo conocido que es el profesional por sus apariciones en la televisión o lo amplia que es su lista de contactos, sino por la experiencia técnica del candidato o candidata y, sobre todo, por el respeto que se le tenga alrededor. Si no se ganó el respeto de los colegas y de la ciudadanía antes de perder, es seguro que no lo ganará habiendo perdido. La vida es así de cruel.

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