Cataluña ya se ha normalizado: la ultraderecha avanza

Este domingo, el periódico La Vanguardia publicaba esta encuesta de Ipsos con intención de voto para elecciones autonómicas en Cataluña. Lo que venía gestándose hace años ha emergido en números: Junts se desangra en beneficio de Aliança Catalana y Vox ya pasa al Partido Popular. Entre los dos partidos de ultraderecha sumarían 35 escaños, uno menos que el PSC, que se mantiene en primera posición, pero a la baja, perdiendo tres puntos y 6 escaños.

Aliança Catalana sería primera fuerza en escaños en Girona y Lleida, antaño plazas fuertes de los convergentes, que pierden nada menos que 8 puntos y 14 diputados. Los ultracatalanistas reciben uno de cada 5 votos de los que obtuvo Junts en las pasadas elecciones, y cosechan apoyos de todas las edades, mientras que Vox lo hace, fundamentalmente, entre los jóvenes, que lo eligen como primera fuerza hasta los 34 años y gana apoyos en las franjas hasta 54. Podría decirse que la prueba de que el eje nacionalista sigue vivo en Cataluña es que a ambos lados han crecido partidos ultras: ultraespañolista y ultracatalanista.

El mapa de la encuesta de Ipsos deja una Cataluña ingobernable, pero no hay elecciones a la vista, el marco electoral aún no se ha activado y variaciones en uno u otro sentido podrían alumbrar alguna mayoría; siempre compleja y precaria por lo fragmentado del parlamento, pero alguna posibilidad. Por eso, más que mirar los números concretos y los escaños, hay que enfocar el fondo de la cuestión.

El Procés terminó, y el post-procés, sea lo que sea eso más allá de la normalización, no está consiguiendo poner en marcha un proyecto político que dé respuestas a los descontentos de hoy. En ese sentido, Cataluña ya se ha normalizado, ya vota como tantas otras democracias, con una peculiaridad: a las fuerzas de ultraderecha españolistas se unen fuerzas de ultraderecha catalanistas, que comparten más de lo que parece. En primer lugar, la inmigración como bandera. No en vano, según esta encuesta, la inmigración es el tercer problema para los catalanes, a sólo dos puntos de los dos primeros, que son “La política” y la vivienda. La preocupación por los migrantes se ha multiplicado por cuatro en el último año. En efecto, los ultras están ganando la batalla del marco. El segundo tema que comparten es la antipolítica, primera preocupación junto con la vivienda. El rechazo a la política institucional, a los políticos y a todo lo que suene a sistema instituido. ¿Los veremos votar juntos en el próximo Parlament?

La Cataluña post-procés está ya inmersa en la normalización, pero una normalidad que consiste, como en el resto de España y en buena parte de los países occidentales, en cuestionamiento de la política, de la democracia y de los valores de convivencia

Ya en 2017, Joan Coscubiela escribía esto en su libro Empantanados (Península): “En Cataluña, el conflicto ha hecho salir a la superficie los primeros indicios de creación de un espacio de opinión propio de la derecha ultranacionalista xenófoba…”

El PSC sigue siendo el partido que se percibe más capacitado para abordar los grandes problemas como la vivienda, la desigualdad, el crecimiento económico, la corrupción o la seguridad, pero el estado de ánimo no apunta a la gestión –la auténtica baza de Illa–, sino a la incertidumbre y la desconfianza en el futuro, un excelente caldo de cultivo para las opciones pretendidamente antisistema. Para combatir esto, no vale con el perfil bajo que ha ayudado a Illa y a los socialistas a normalizar la situación, hace falta algo más. Hace falta un proyecto que mire cara a cara al futuro.

Quien fuera el ministro que vivió lo peor de la pandemia ha conseguido en Cataluña lo que consiguió con la Covid: aplanar la curva, desinflamar, volver a la normalidad. El problema es que no ha ido más allá, no ha convencido de un proyecto para Cataluña que partiera de una lectura de lo vivido y fuera capaz de alumbrar un futuro ilusionante. Como apuntan estos números, la Cataluña post-procés está ya inmersa en la normalización, pero una normalidad que consiste, como en el resto de España y en buena parte de los países occidentales, en  cuestionamiento de la política, de la democracia y de los valores de convivencia. 

Por otro lado, y fijándonos en el bloque catalanista, quien en algún momento pensara que lo que fue Convergencia i Unió o después Junts –sí, ya sé que son distintos– albergaba matices más progresistas que conservadores, se equivocaba. Un error, por cierto, bastante común en la izquierda, que a fuerza de relacionar la derecha con el españolismo más centralista acaba situando cualquier pulsión federalista o nacionalista centrífuga en el lado progresista. Un análisis excesivamente simplista que acaba jugando malas pasadas.

Junto a esta mutación del gen convergente, la actitud de los jóvenes sigue siendo clave para entender este giro a la ultraderecha. Comprender lo que viven, cómo lo viven y cómo lo expresan, es fundamental. Y no, esto no va de batalla generacional ni de que los boomers se den La vida cañón, como titula la periodista Analía Plaza su polémico ensayo. Esto va de la zozobra y desesperanza con la que miran al futuro y que algunos, motosierra en mano, aprovechan para convencerles de que la culpa es de la pensión de sus padres. 

Este domingo, el periódico La Vanguardia publicaba esta encuesta de Ipsos con intención de voto para elecciones autonómicas en Cataluña. Lo que venía gestándose hace años ha emergido en números: Junts se desangra en beneficio de Aliança Catalana y Vox ya pasa al Partido Popular. Entre los dos partidos de ultraderecha sumarían 35 escaños, uno menos que el PSC, que se mantiene en primera posición, pero a la baja, perdiendo tres puntos y 6 escaños.

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