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¿Libertad para acordar o voto útil contra Vox?
Una de las cosas más curiosas de estos meses es que los partidos se están viendo obligados a desvelar y precisar su política de pactos (en ayuntamientos y comunidades autónomas) al mismo tiempo que se desarrolla otra campaña electoral (de generales). De esta forma, y como era de suponer, los acuerdos alcanzados para la constitución de los ayuntamientos el pasado sábado, así como los que se van conociendo en las comunidades autónomas, forman parte, guste o no, de esta campaña, adquiriendo, si cabe, un impacto mayor que en otras ocasiones.
El reparto de poder derivado del 28M ha puesto el foco de los acuerdos en el ala derecha, algo que, en el fondo, empezó hace más de un año. En concreto, el 14 de febrero del 2022, día en que se celebraron las elecciones autonómicas de Castilla y León y comenzó una nueva etapa en la política española. Vox había decidido que quería gobernar. Atrás quedaban los tiempos en que prefería influir desde fuera condicionando presupuestos u ordenanzas municipales sin el desgaste que supone la gestión directa. Ese día Vox le dió una sacudida al tablero político español. Eran unas elecciones autonómicas, quedaba más de un año para las municipales, y una vez constituido el Gobierno apenas se le ha prestado más atención que un par de escándalos: la propuesta para que las mujeres que quisieran abortar vieran la ecografía y escucharan el latido del feto, y, ya pasado el 28M, el escándalo de la tuberculosis bovina y el Ejecutivo de Castilla y León enfrentándose a Europa y convirtiéndose en una amenaza para la salud pública. Quizá por eso este tema apenas fue relevante en la campaña electoral, ni la izquierda hizo ver lo que allí estaba ocurriendo.
En Génova saben que, como ocurre en toda Europa, la relación que los partidos conservadores establecen con su extrema derecha es la cuestión más estratégica y delicada a la que se enfrentan en estos momentos
En Génova saben que, como ocurre en toda Europa, la relación que los partidos conservadores establecen con su extrema derecha es la cuestión más estratégica y delicada a la que se enfrentan en estos momentos. Por eso genera sorpresa, cuando no extrañeza o incredulidad, que Feijóo afirme que ha dado libertad a los barones territoriales para acordar según la realidad de cada ayuntamiento o comunidad autónoma. ¿De verdad no es su dirección nacional la que analiza, debate y decide las líneas estratégicas? Si así fuera, significaría que en el Partido Popular no hay estrategia más allá de gobernar a toda costa, y la dirección estaría haciendo dejación de responsabilidades. Tampoco se entendería que, después del acuerdo exprés al que llegaron en la Comunidad Valenciana otorgando una victoria por goleada ideológica a Vox, sus dirigentes se escandalicen porque el segundo de los diputados de Vox dijera que “la violencia machista no existe”. Ellos mismos acababan de aceptarlo en un documento de 50 puntos en el que, además de negar el machismo, se prometían regadíos imposibles y se hacían afirmaciones que destilan odio y criminalización a los migrantes.
Existe, sin embargo, otra posibilidad: que la dirección del Partido Popular esté supervisando y dando el visto bueno a todos los acuerdos, como sería habitual, no solo para maximizar sus opciones de poder, sino también con la esperanza de poder articular de cara a las generales la fórmula que les llevó a la mayoría absoluta en Andalucía: si no quieren ver a la extrema derecha en los gobiernos, vótenme a mí. Si Vox asusta –como ocurrió en Andalucía sobre todo a partir de la irrupción en campaña de Giorgia Meloni–, el PP se convierte en voto útil para parar a la extrema derecha, e incluso consigue captar allí voto de electores más moderados, que descartan votar al PSOE. El movimiento de última hora en Barcelona, absteniéndose para permitir que gobierne el socialista Collboni e impedir la alcaldía de Trias, o el apoyo al PSE en Vitoria para cerrar el paso a Bildu, apuntan en esa dirección.
Que nadie se despiste: son semanas de estrategia, mucha estrategia, en las mesas de todos los partidos. Que funcionen o no, ya se verá.
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