Lo imposible sólo tarda un poco más

Cuando oigo la palabra cultura, saco mi pistola. Es uno de los pensamientos más exactos del nazismo, una frase iluminadora atribuida a veces a Goebbels y a veces a Goering.

Aunque hayan existido personas muy cultivadas de voluntad temible, sabios de cálculos negros y decisiones inclinadas a la crueldad, sólo la incultura generalizada permite que un pueblo sea dominado por el fanatismo y la degradación asumida. Si pensamos en las estrategias de la dominación actual, quizás habría que cambiar la frase y escribir lo siguiente: cuando oigo la palabra cultura, propongo un programa de televisión que contagie el entretenimiento populista y los instintos bajos.

La palabra cultura llegó a significar entre nosotros un patrimonio relacionado con la educación, la conciencia crítica y el conocimiento. Pero uno de los mecanismos que ha caracterizado humillación de las sociedades europeas a la mentalidad neoliberal, además de la desregulación de los mercados financieros y de la privatización de la política, es la rebaja superficial de la cultura al entretenimiento. Y no se trata de excluir la diversión en la cultura más seria –nada más seductor y absorbente que una obra de arte con humor- , sino de rebajar el saber y la emoción al consumo barato, la soberbia de los analfabetos y el rencor de la ignorancia. Los grandes odios y las frivolidades lúdicas movilizan el corazón de los rebaños.

Por eso es tan necesario encontrarse de vez en cuando con obras de teatro como Un trozo invisible de este mundo, escrita por el actor Juan Diego Botto y estrenada hace unos meses en las Naves del Matadero de Madrid. Ahora está de gira por España para llevar a los escenarios una meditación conmovedora sobre el desarraigo, la represión, la experiencia del exilio y las miserias íntimas de una realidad poco hospitalaria. La palabra cultura emociona en la voz de los personajes. Vuelve a levantarse contra las pistolas y el entretenimiento zafio. Cuando alguien convoca en serio los laberintos de la vida y la muerte, el hecho de vivir deja de ser una forma estúpida de matar el tiempo.

Juan Diego Botto acaba de publicar también Invisibles (Espasa, 2013), un libro que supone una confesión personal, una meditación sobre la sociedad y un taller literario. Junto a la obra de teatro antes citada, se recogen las ideas, las historias, los recuerdos y las inquietudes políticas de su autor. Es decir, el drama se publica junto al sedimento intelectual y emocional que lo sostiene. Los lectores podemos comprobar así el proceso que va de la ideología al arte, de lo interesante a lo conmovedor. La obra de arte es siempre un trabajo de elaboración que dota de significación humana general a los acontecimientos y las inquietudes particulares.

El arte se consolida hoy como un acto de rebeldía contra los dogmas establecidos por el poder en la superficie de nuestra existencia. Los medios de comunicación controlados por las élites económicas y políticas pretenden enseñarnos a pensar con una obediencia rutinaria: la inversión pública es un derroche, los inmigrantes nos roban lo nuestro, es imposible cambiar las cosas, las víctimas son en realidad criminales peligrosos, los beneficios de los ricos son buenos para toda la sociedad, es necesario desconfiar de la rebeldía… El arte, sin embargo, ayuda a pensar de otra manera, a mirar de otra manera. Hace el camino de vuelta para que nada nos desarraigue de nuestra conciencia. Los lectores o los espectadores, invitados a ponerse en la piel de los personajes, aprenden a mirar con otros ojos y a vivir por dentro el dolor de los demás.

Bertolt Brecht nos advirtió de que “en los regímenes autoritarios queda velado el contenido económico de la violencia, mientras que en los regímenes formalmente democráticos queda velado el contenido violento de la economía”. Es el pensamiento que le permite a Juan Diego Botto articular de forma unitaria los dramas de la represión política y el autoritarismo de una pobreza uniformada que obliga a la emigración

El arte y la cultura son hoy también un foco de energía. Frente a la ceguera cómplice de los cínicos y la renuncia de los entregados al fatalismo, las víctimas de la dictadura argentina se atrevieron a pedir reparación en el convencimiento de que “lo imposible sólo tarda un poco más”. Las dificultades de una batalla ética no pueden ser la coartada del abandono. La resistencia no depende de los triunfos, sino de las convicciones. Merece la pena ver obras de teatro como Un trozo invisible de este mundo. Merece la pena leer libros como Invisibles.

Cuando oigo la palabra cultura, saco mi pistola. Es uno de los pensamientos más exactos del nazismo, una frase iluminadora atribuida a veces a Goebbels y a veces a Goering.

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