Muros sin Fronteras

La alianza de los avestruces

Ramón Lobo

El avestruz tiene una manera peculiar de manejar el peligro: parece que esconde la cabeza en un agujero. A menudo la coloca a ras de tierra para pasar desapercibido y reducir la exposición de su cuello, que puede medir dos metros. Es una técnica que le ha granjeado una fama injusta. Pero no dejemos que la realidad nos estropee la metáfora. Digamos que la política del avestruz tiene cada vez más seguidores en el manejo de las incertidumbres que provoca el covid-19 (prefiero el género masculino pese a la recomendación de la Real Academia Española y de Fundeu​​​​​).

Hace unos días, el politólogo Oliver Steunkel acuñó la expresión “alianza de los avestruces” para describir un fenómeno que tiene cuatro profetas: Jair Bolsonaro (Brasil), Daniel Ortega (Nicaragua), Alexander Lukashenko (Bielorrusia) y Gurbanguly Berdymukhammedov (Turkmenistán). Este último ha ido más lejos que ninguno al prohibir el uso de la palabra coronavirus. Si no se menciona deja de existir.

Ishaan Tharoor, reportero del The Washington Post, añadió al grupo internacional de avestruces a Donald Trump. También pudo estar en algún momento antes de caer enfermo el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, y el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, empeñado en tocar a todo el mundo y mantener un negacionismo mesiánico.

Tres de los fundadores del club identificado por Steunkel son dictadores. Bolsonaro ganó en las urnas tras una serie de procesos, tanto en la justicia como en el Senado, contra Lula da Silva y Dilma Rousseff ​​​​​que le allanaron el camino. Una vez investido como presidente empezó a comportarse de manera autoritaria. Su modelo es Trump, pero le faltan sus millones y su inteligencia. El negacionismo de Brasil con las pandemias es legendario. Sucedió lo mismo en la gripe de 1918.

El presidente de EEUU no es tonto. Sabe a qué juega y con quién juega. Conoce sus armas y al público al que se dirige, que no es una panda de tarados, como pensamos, sino gente normal que compra su discurso. Otra cosa es que su personalidad narcisista, su infantilismo, la falta de formación y un ego desmedido le haga parecer un cretino. Cada uno de sus pasos está medido, incluido el polémico de llamar a la rebelión contra los gobernadores (sobre todo demócratas) que defienden el confinamiento.

Bolsonaro se comporta como un psicópata porque seguramente lo es; Trump, no. Su problema hoy es lograr la reelección el 3 de noviembre. Todo se movía según sus planes hasta que llegó el coronavirus. Acababa de salir reforzado de un proceso de destitución y tenía carta blanca de un partido, el republicano, que ha unido su suerte a la de Trump. Un suicidio político que se estudiará en el futuro. El único miembro del GOP (Grand Old Party), que es como se conoce al Partido Republicano, que se mantiene fiel a los principios de una derecha democrática es Mitt Romney, hoy caído en desgracia por su actitud en el impeachment.

Todos los demás se han echado al monte dirigidos por el jefe de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, un tipo insustancial y peligroso, según le definió la revista The New Yorker​​​​​. Están en juego los controles. Con el Senado perdido y un Tribunal Supremo dominado por los conservadores, Trump puede tener la impresión, y la tiene, de que puede hacer lo que quiera, como si fuera un autócrata como Vladimir Putin.

El impeachment fue un error de los demócratasimpeachment. No faltaban motivos para intentar destituir a un presidente que ha abusado de su poder, mentido al Congreso y usado los instrumentos del Estado en su beneficio. El problema es que no contaban con los votos para conseguirlo. Es un ejemplo típico del juego de Trump, conducir a su rival al terreno en el que no puede ganar. Es una de las esencias del Arte de la guerra de Sun Tzu​​​​​. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, se resistió todo lo que pudo porque no quería entregar a Trump esa baza publicitaria.

La base de su discurso es victimaria: el sistema, los demócratas, Washington como abstracción de todos los males (como Madrid para los independentistas o Bruselas para los eurófobos), la prensa liberal encarnada por The New York Times y The Washington Post, y televisiones como CNN están contra él. Es un antisistema del sistema que defiende sus negocios y los de sus amigos, de ahí su empeño en hacer subir la Bolsa. El impeachment fallido fue una oportunidad para proyectar un discurso que funciona entre sus votantes.

El periodista Sandro Pozzi, que lleva años en Nueva York, y conoce bien el país y la mentalidad, sostiene que la mayoría de los periodistas extranjeros nos informamos solo a través de medios liberales de calidad, en su mayoría anti Trump, pero no vemos Fox News, que siguen los suyos, ni leemos medios conservadores de calidad como The Wall Street Journal. Nos falta siempre la mitad de la película. Todos cometemos el error de buscar aquello que nos refuerza.

Trump ha construido un relato mítico que funciona. No necesita alimentarse de la verdad ni de los hechos comprobados. No necesita a la ciencia ni a los expertos. Solo debe cuidar que ese relato funcione. Su técnica son las mentiras masivas, la infantilización del lenguaje, convertir todo en un reality show en el que él es la víctima y el maestro de ceremoniasreality show.

El covid-19 ha puesto en peligro su relato. Están los muertos, que ya han superado el número de estadounidenses que perdieron la vida en la Guerra de Corea entre 1950 y 1953, y están los parados que ya se acercan a los 22 millones.

Con la cifra de víctimas ha intentado tres cosas: negar que minusvalorara la amenaza de virus, anunciar una cifra muy alta al principio, entre 100.000 y 200.000 muertos que seguramente, no se alcanzará, y culpar a China y a la OMS de todos los errores. Están los vídeos, la hemeroteca, pero da igual, lo que necesita defender es el relato.

Frente a la escasez de material y a las críticas de los Estados más afectados, que han acusado al gobierno federal de inacción, ha respondido atacando a los gobernadores, acusándoles de mentir, negar que Nueva York necesitara 30.000 respiradores. Mantiene con ellos una pelea porque necesita suavizar los confinamientos y abrir la economía porque es la que le puede derrotar en noviembre. Declaró que tenía todo el poder para ordenar la apertura, algo que no es así desde el punto de vista constitucional, como le recordó el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo. Su respuesta fue llamar a través de Twitter a la rebelión en varios Estados. Sus partidarios desafiaron las órdenes de confinamiento y se pasearon armados por algunas calles de Michigan. Este Estado, uno de los que serán claves en noviembre, tiene como gobernadora a Gretchen Whitmer, uno de los nombres que se manejan como posible candidata a la vicepresidencia con Joe Biden. Otra vez el abuso de poder. Es un presidente fuera de control.

¿Creen que este hombre aceptará una derrota en noviembre, felicitará a Biden y se irá de la Casa Blanca sin plantear problemas?

Para el frente económico ya tiene otro chivo expiatorio: los extranjeros. Ha anunciado en un confuso tuit la suspensión temporal de la inmigración en EEUU, algo que ni siquiera ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial ni antes, durante la gripe de 1918. Por si nadie se había dado cuenta de su intención, habla de un enemigo invisible y de proteger los trabajos “de nuestros GRANDES ciudadanos estadounidenses”. Se refiere al virus, pero su base puede entender que se refiere también a los extranjeros.

Aunque se matizó un poco después, pues alguien tendrá que trabajar en el campo, el mensaje ya está lanzado. Su intención es volver a poner en el centro del debate a los migrantes que llegan a EEUU "a delinquir". Le funcionó en 2016 y puede volver a funcionar. Los inmigrantes representan el 18,2% de los trabajadores sanitarios y un 23,5% del sector de cuidados. Faltan los detalles, pero el mensaje ya está en circulación.

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