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El mejor día de nuestras vidas

¿Cuál fue el mejor día de tu vida? ¿Lo has localizado en tu calendario de vivencias a la primera o todavía no has dado con él? ¿Y, si no eres capaz de señalarlo, es porque consideras que ninguno ha sido el mejor, que son muchos los días de tu existencia candidatos a empatar en la categoría de “los mejores”?

Me ha dado por pensar en ello a partir de la reflexión que hace un personaje de Split, una serie británica sobre una saga de abogadas matrimonialistas de éxito, las Defoe. La trama de los personajes principales se completa con los casos episódicos de los clientes que acuden al despacho, es una historia que gira en torno a las rupturas de pareja y está plagada de reflexiones existenciales sobre el amor en todas sus formas. 

El personaje que me hizo reflexionar sobre lo que hoy escribo sufre una gran pérdida, la muerte sobrevenida de su pareja, y se encuentra inmerso en esa sensación de asfixia e incredulidad que marca el inicio del duelo. En una conversación con alguien, recuerda su boda con la persona que acaba de morir y hace esta reflexión: “Fue el mejor día de nuestra vida. Por algún motivo los tendremos, los mejores días, como los clavos que sujetan una tienda cuando todo sale volando”. Al escuchar aquello, di al stop en el mando a distancia y apunté la frase que desde entonces merodea por mi cabeza…  

Nos pasamos la existencia intentando que las piquetas que sujetan nuestra tienda de campaña no se muevan y lo hacemos de forma consciente o inconsciente

Me entusiasman esas metáforas tan precisas y certeras que te sitúan inmediatamente en el sentimiento exacto: “Los clavos que sujetan la tienda cuando todo sale volando”, tal cual, lo que nos amarra a la vida a pesar de la fuerza con la que esta nos azota en tantos momentos.

Y sí, nos pasamos la existencia intentando que las piquetas que sujetan nuestra tienda de campaña no se muevan y lo hacemos de forma consciente o inconsciente. Lo hacemos mediante el esfuerzo, cuando trabajamos, por ejemplo, cuando buscamos la estabilidad, la nuestra y la de los nuestros. Y lo hacemos también mediante el disfrute, cuando leemos, comemos cosas ricas, reímos, bailamos, admiramos una obra de arte, clavamos la mirada en un paisaje o escuchamos a una persona fascinante… Esos placeres, aparentemente frágiles, son clavos muy fuertes para mantener nuestra estructura vital. 

Y así vamos llenando la vida de “mejores momentos” con la ilusión de atesorar algunos “mejores días”. En realidad, los primeros dan entidad a los segundos, recordamos los mejores días por ciertos instantes, muy pocas veces un día feliz ejerce de ello las veinticuatro horas y, sin embargo, esos ratos lo tiñen todo y en el recuerdo nos parece que hubo felicidad de un amanecer a otro.

Muchos de mis mejores días están ubicados en las vacaciones de la infancia. Cuando eran los mayores los que se ocupaban de asegurar las piquetas y yo podía dedicarme a jugar con las piñas que caían junto a la tienda, mirar de noche las estrellas y pasar todo el tiempo posible dentro del agua. 

Y no solo vuelvo a aquellos días cuando todo sale volando –que lo hago–, también me gusta hacerlo cuando el mes de agosto asoma la cabeza y nos sentimos tan agostados del curso que termina. Desde allí, desde esos mejores días, les escribiré los próximos sábados. Ojalá me acompañen en ese viaje…  

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