A sangre fría

I can't breathe (no puedo respirar)

Recuerdo una encuesta de Amnistía Internacional en la que se preguntaba a los ciudadanos si sentían miedo cuando la policía estaba cerca. La respuesta mayoritaria fue que sí. Y esa respuesta refleja claramente un síntoma de desconfianza, de fractura entre poder y ciudadanía. La desconfianza es mucho mayor cuando eres pobre, migrante, racializado. Cuando eres Abderrahim.

El crimen

Vio que le perseguían y echó a correr. Abderrahim acumulaba varias detenciones esa misma semana: por llevar algo de droga para su consumo, por sospechoso habitual, por haber estado en prisión, por tener la piel oscura, por ser pobre y parecerlo. Al verse perseguido, corrió y corrió. Como Forrest Gump. “¿Serán de nuevo las alucinaciones?… ¿Qué habré hecho esta vez? Ahora no lo recuerdo…”. La culpa: se adhiere a la conciencia tras años de malos tratos, de cárcel, de exclusión.

Los dos policías le dieron alcance. Lo derribaron. Uno de ellos le aplicó la maniobra de asfixia conocida como “mataleón”. “¡No puedo respirar! ¿Qué queréis? ¡Soltadme!”. Las manos del policía siguieron presionando su cuello, atenazando su nuca. El otro policía, un jubilado, se tumbó sobre él. Como una losa. Abderrahim apenas pesaba 40 kilos, devastado física y mentalmente tras un intento de suicidio que lo dejó dos años en silla de ruedas.

Esa noche cálida de fiestas, los vecinos de Torrejón contemplaron atónitos una escena que recordaba la película As Bestas: dos tipos corpulentos aplastando el cuerpo leve de Abderrahim contra el suelo. Durante quince eternos minutos le impidieron moverse, le asfixiaron. Horrorizados, los vecinos vieron cómo el chaval se revolvía, hasta que dejó de hacerlo. “¡Le vas a matar! ¡Le vas a asfixiar! ¡Para, que ya viene la Policía Nacional!”. Pero el policía no se detuvo. Insultó a los presentes, mientras seguía apretando. “¡Subnormales!”, “¿Os ha robado a vosotros?”. Dijo que el chico aún respiraba. Y siguió apretando. Apretando. Hasta que Abderrahim dejó de respirar: había muerto.

Los agentes alegaron que tuvieron que retenerle tras haberles robado un móvil de forma violenta. Varios testigos afirman que no hubo robo, ni resistencia; que Abderrahim incluso se detuvo a preguntar: “¿Qué queréis? ¿Por qué me perseguís?”. ¿Se comporta así alguien que huye tras un delito?

Los vecinos solo pudieron grabar la escena. Si hubieran intervenido, seguramente los habrían detenido por atentado contra la autoridad. La autoridad no se cuestiona, aunque abuse. Lo he vivido en carne propia. 

La jueza

El policía aplicó una técnica que, según varios expertos, no está autorizada en ningún protocolo de actuación. Para matar por estrangulamiento hacen falta tiempo y voluntad. Por borracho que estuviera el estrangulador, no es posible asfixiar durante quince minutos por error.

Sin embargo, la jueza no apreció en el suceso un homicidio doloso, sino una mera imprudencia, y no le envió a prisión provisional –como corresponde tras la comisión de un delito violento– sino a casa, sin pasaporte y con la obligación de firmar los lunes. Imaginemos lo contrario: un joven marroquí derriba a un policía y lo estrangula en plena calle. Iría derecho a la cárcel, sin posibilidad de defensa. Pero en este caso, la alianza jueces-policías vuelve a prevalecer, para protegerse mutuamente, frente a negros, pobres y “rojos”.

Para tomar su decisión, la jueza valoró más los testimonios, supuestamente contradictorios, que los vídeos demoledores que todos hemos podido ver. Unos testigos afirmaron que Abderrahim no ofreció resistencia ni robó. Otros, que sí: que era un delincuente habitual, un incordio. Y esa contradicción le bastó a la jueza para no ver un homicidio violento.

Suspendido provisionalmente por el Ayuntamiento de Madrid, el policía sigue cobrando su sueldo mientras espera una sentencia que, probablemente, coincidirá con su jubilación. Más que castigo, parece un premio.

Racismo

Varias vecinas comentaron luego, en mediáticos magazines de la tele, su hartazgo con los inmigrantes:Vienen a robar, a violar, a quitarnos todo lo nuestro. Y si no, mira los servicios sociales, cómo están llenos de inmigrantes”. Como si los servicios sociales fueran un botín, y no un lugar en el que se reparte la miseria.

Algo de razón tienen, aunque no en la dirección que imaginan.. Sí hay extranjeros que están saqueando el país: fondos buitre (como BlackRock), oligarcas rusos o venezolanos millonarios que nos roban la vivienda para especular. Pero no son estos extranjeros los que inquietan a las vecinas.

Su discurso racista no brota de la nada: se alimenta de una cadena de mensajes que empieza, por ejemplo, en los propios sindicatos policiales (como APMU), que afirman sin pestañear que “esta muerte inútil se podría haber evitado si los delincuentes multirreincidentes no camparan a sus anchas en nuestras ciudades”. ¿Qué proponen estos valerosos agentes para estos “rateros incurables”? ¿Cadena perpetua? ¿Ejecución sumaria?

Que cada quien saque sus conclusiones, tras repasar estos otros otros casos anteriores al crimen de Abderrahim.

Abderrahim era hijo de una familia trabajadora y migrante que soñaba con encontrar en España un futuro de progreso. Pero encontró la droga, la cárcel y el abandono institucional

Hace pocos días, en Lavapiés, un chico africano acabó inconsciente y esposado tras una identificación sin motivo aparente. Los policías acabaron llevándolo detenido, sin llamar siquiera al Samur para que le atendiera.

Antes fue Mamouth Bakhoum, ahogado al caer al río Guadalquivir cuando huía de la Policía Local de Sevilla, que le perseguía por vender en la manta. Antes aún, en 2018, Mame Mbaye murió de un infarto al escapar de otra redada policial contra manteros africanos, en Lavapiés. Además, están los 15 muertos del Tarajal, ahogados cuando intentaban cruzar a nado el Estrecho, mientras la Guardia Civil les disparaba pelotas de goma y les lanzaba botes de humo. Y los muertos de la valla de Melilla. Y las devoluciones en caliente de personas gravemente heridas por las concertinas y la brutalidad policial.

La aquiescencia del ministro Marlaska con estas prácticas que violan los derechos humanos es el primer eslabón de la cadena de racismos en el Gobierno más progresista de la democracia.

Luego están los medios de comunicación subvencionados, que han hablado del “ladrón magrebí” y del “asalto violento” sufrido por los agentes. No ha habido presunción de inocencia para Abderrahim. El relato ha sido unánime: “muerte accidental” al repeler un ataque.

Y cierran el relato racista los políticos del PP, que defienden a la policía a ultranza, blanquean los discursos fascistas, y amenazan con querellas a quienes los cuestionamos: raperos, activistas, políticos de izquierda.

La cruda realidad

La realidad de quienes llegan en patera o saltan la valla en nada se parece a la grotesca caricatura de violadores y ladrones que trata de imponernos la derecha fascista, en su intento de que los penúltimos odien a los últimos, y no a quienes de verdad les roban. Abderrahim era hijo de una familia trabajadora y migrante que soñaba con encontrar en España un futuro de progreso. Pero encontró la droga, la cárcel y el abandono institucional. Lo cuentan sus hermanos, que intentaron sacarle de esa espiral sin que el sistema les echara una mano.

¿Quién consuela su dolor? ¿Quién les explica que un abusón revestido de impunidad ha arrancado la vida a su hermano? Mientras el cuerpo de Abderrahim espera en una cámara frigorífica el resultado de la autopsia, el homicida disfruta en casa de su familia. Lo contaba entre lágrimas Morat, hermano de la víctima.

Las últimas palabras que pronunció George Floyd antes de morir asfixiado en la ciudad estadounidense de Mineápolis, a manos de unos policías sin escrúpulos, fueron: “I can’t breathe” (no puedo respirar). Aquel crimen desató una ola mundial de indignación. Y el agente Chauvin fue juzgado y condenado. Tras la muerte de Abderrahim apenas ha habido protestas. Menos aún manifestaciones multitudinarias. No hay indignación.

Final

A la encuesta de Amnistía Internacional, la gente respondió que la presencia policial genera inseguridad. Y el miedo se acrecienta si eres migrante y racializado, como contaban unas vecinas marroquíes durante la concentración de repulsa al crimen de Abderrahim, en Torrejón.

¿Tendremos algún día gobernantes que se tomen en serio la necesidad de una policía del siglo XXI? Que reduzca horas de gimnasio y aumente las de formación en derechos humanos, en conducta cívica, en vocación de servicio público. Que asuma que fuerza sin justicia es abuso. Y que abuso sin consecuencias se llama impunidad.

I can't breathe (no puedo respirar)

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