Hablemos de islamofobia (repite conmigo: “IS-LA-MO-FO-BIA”)

No soy musulmana ni árabe ni amazigh. A mí, más bien, me confunden con cubana o dominicana, lo cual no significa que no pudiera ser musulmana, ojo, pero aquí el Islam tiende a asociarse a población magrebí o de África Occidental. Y no tiene nada que ver cómo se trata, contempla o juzga a una comunidad o a otra. Aunque esto dependa mucho del barrio y de la época, en el racistómetro, las personas a las que leen como “moras” y/o musulmanas suelen estar bien arriba. Probablemente, seguidas de las gitanas.

Tanto hombres como mujeres viven bajo sospecha y, además, desde edades muy tempranas. Si son chicos y van en pandilla a partir de las siete de la tarde, serán leídos como peligrosos menas “pelobrócoli”. Si son chicas y llevan hijab, parte de la sociedad pensará que son unas pobrecitas sumisas y si no lo llevan, que se han quedado sin familia por romper con “Musulmania”.

En cuanto cumplan algo más de edad, hay quien les acusará de querer “musulmanizar” y radicalizar a las nuevas generaciones con el fin de acabar con la supuesta Europa católica y blanca, ya sea a través de atentados o pariendo.

Para apoyar esta última tesis, suelen citarse “la teoría del gran reemplazo” o el “plan Kalergi”. Aún no los distingo mucho debido a que tremendos invents son muy parecidos. Se supone que algo tan poco concreto como “las élites”, que a mí me gusta imaginarme como un grupo de señores que acarician gatos sentados en algún despacho, están promoviendo la entrada de inmigrantes porque se les da genial procrear. Entre tanto, las europeas de pura cepa, que no sé que es eso, están absteniéndose, cada vez más, de ser madres por la falta de políticas natalistas. No porque no quieran, ojo, sino por la ausencia de dichas políticas y por culpa del feminismo, encarnado por señoras con pelo rojo y de mediana edad a las que llaman “Charos”, que también tienen querencia por los gatos y que, de manera perversa, les animan a hacer con su cuerpo lo que quieran. Qué barbaridad. 

Aparte, esas mismas élites promueven la mezcla entre personas de distintos colorines con el objetivo de acabar con la raza blanca y, por tanto, y más allá de lo fenotípico, debilitar una civilización puntera y ejemplar como es la occidental. 

Supongo que debieron de hablar con mi madre hace 50 años para que se liara con mi padre y nos trajeran al mundo a mi hermano y a mí. Algún día le preguntaré si le pagaron algo, por saber qué hay de lo mío. 

El problema es pensar que tanto el racismo como la islamofobia son solo un sentimiento individual

Total, que mucho texto y demasiada fantasía para justificar la xenofobia, la islamofobia, el racismo y, de paso, meterse con los jugadores de la selección francesa de fútbol masculino que, como cuenta con varios jugadores negros y/o musulmanes, a sus ojos, es el ejemplo que mejor ilustra el mejunje de “información” sacada de vídeos de redes que duran un minuto.

Explicar, a estas alturas, que no existen las razas, me parece muy de volver a párvulos. De existir, la europea estaría muy cogida con pinzas. Le pese a quien le pese, la apariencia de un nórdico o de un mediterráneo promedio distan muchos tonos, tanto de piel como de pelo. 

Pero erre que erre. Y para ilustrar que nos acercamos al final de los buenos tiempos de un occidente glorioso y prístino debido a la degeneración racial, los conspiranoicos van soltando sus bulos retrotópicos. Hablan de los años 60 o 70 y hasta de los 80 o 90 como épocas de pleno empleo, bonanza, derechos garantizados, pisos a 10 pesetas y familias numerosas en las que solo trabajaba fuera de casa el marido y, aún así, vivían bien y estaban a gustísimo con una división de roles que otorgaba un papel subalterno a las mujeres. 

Jóvenes que no habían nacido comparan, sin usar ni datos ni fuentes, los viejos tiempos, en los que afirman que no había criminalidad en las calles, con la realidad actual y, en el caso de España, describen Madrid o Barcelona como si fueran idénticas a Sin City. Lo de la falta de derechos y libertades, las jeringuillas en los parques, los descampados llenos de alambres oxidados, los atracos, las violaciones en los portales o las cacerías de nazis, eso a mí me pilló en plena juventud, lo debo de haber soñado. 

El problema es pensar que tanto el racismo como la islamofobia son solo un sentimiento individual que se traduce en exabruptos en las redes sociales o, en el peor de los casos, en violencia física infligida por turbas enajenadas en las calles.

¿Pero qué hay de lo que está por encima de los individuos? El otro día, el periodista Youssef M. Ouled citaba tres ejemplos cercanos en el tiempo que evidenciaban que la islamofobia trasciende las fronteras de lo opinativo y que tiene un componente claramente institucional.

El primero era el caso del chaval de 17 años marroquí al que metieron en prisión en Las Palmas acusado de haber quemado a una chica. Le soltaron recientemente tras comprobar que no solo no había tratado de atentar contra la vida de la joven sino que intentó ayudarla. Lo heavy es que además de la sombra de la sospecha perenne, que en demasiadas ocasiones puede devenir en condena, también está la acusación infinita a sabiendas de que la persona es inocente. Eso es lo que ha hecho Abascal cuando, tras la liberación del chico, que implica el reconocimiento de su error de la justicia, el líder del partido de las tres letras publicó en sus redes un titular de 'La Gaceta' en el que el medio afirmaba que habían dejado en libertad al inmigrante ilegal que había quemado viva a una joven. No contento con amplificar una mentira, la enmarcó con un comentario en el que, además de quejarse de que dejaran en la calle “a esos monstruos”, en un plural envenenado, aseguraba que “algún día a los españoles se les acabará la paciencia y pedirán responsabilidades directas a los que hacen posible esta aberración”. Un diez en odio, en sembrar la duda acerca de la labor de la judicatura de este país, en amenaza indirecta y, de paso, en estigmatizar a un colectivo vulnerable como es el de los menores migrantes.

Todo mal, todo xenófobo, todo racista y todo islamófobo, que es importante llamar a las cosas por su nombre porque puede que suene fuerte pero más fuerte es el impacto sobre quienes son objeto de esas fobias. 

A continuación, Youssef recordaba el caso de Ahmed Tommouhi, el albañil marroquí al que condenaron a prisión por diez violaciones que no cometió. Un hombre inocente que pasó quince largos años en prisión y al que se han negado a indemnizar por arrebatarle tres lustros de vida. 

El último ejemplo que citó fue el de Nordine, un chaval de Leganés al que han acusado de “adoctrinar físicamente y en redes sociales de salafismo yihadista”. Esas supuestas redes son el canal de YouTube que creó en 2012 y para el que se ha grabado durante más de una década haciendo calistenia y dando recomendaciones. A principios de este año le metieron en la cárcel en régimen de prisión provisional y hasta mayo no ha salido. En julio se archivó la causa por falta de pruebas. 

Yo le conocí cuando tenía unos catorce años ya que grabé un reportaje sobre streetworkout. Era un chico delgadito, tímido pero muy dispuesto y el menor de un grupo de jóvenes de extrarradio que practicaba esa modalidad deportiva. Consistía en hacer un uso respetuoso del mobiliario urbano para mover el cuerpo. Agarrándose a las barras de los parques, apoyándose y cuidándose entre ellas y ellos, fortalecieron también la cabeza y la autoestima. Se convirtieron en el modelo a seguir de un montón de hijas e hijos de inmigrantes y de personas del extrarradio madrileño, en general, que o eran estudiantes y no tenían dinero para pagarse un gimnasio o, de tenerlo, por estar trabajando también, les faltaba tiempo para asistir. En los parques las puertas siempre estaban abiertas a todo el mundo y ya fueran las 6 de la mañana o las once de la noche. 

A través del deporte adquirieron el sentimiento de pertenencia, el compromiso, la disciplina y la autoconfianza que les había ido quitando la vida. Se encontraron y forjaron un paradigma de convivencia y unión férrea entre personas con orígenes en muchos sitios, incluyendo España, y pudieron cumplir algunos de los sueños pequeñitos que se plantean quienes pertenecen a los colectivos que nacen teniendo ya trabas grandes por color, credo o por ser de la periferia. Participaron en un montón de festivales y asistieron a varios centros educativos para explicarle a un alumnado al que se parecían los beneficios del deporte individual con el que habían crecido en equipo. Lo bonito es que hicieron piña también con el vecindario. Es cierto que, al principio, a algunas personas les dio cosa ver a un grupo nutrido de negros, moros, latinos y rubios, con pinta de ser del este de Europa, poniéndose como toros en los parques del municipio, con todo, tan pronto como se acostumbraron, les bajaban botellas de agua y hasta bocadillos.

Los tiempos han cambiado desde que les grabé. Diría que en relación al tema sobre el que trata el artículo, la islamofobia, ahora existen más canales para difundir odio. De ahí que sea importante nombrarla, con todas sus letras, y admitir que, este país, es algo fundacional. A pesar de los topónimos chivatos y de todo lo que heredamos, para una parte de la población queda un poso de desconfianza, cuando no animadversión, que, en función de la época, se ha expresado de un modo u otro. A día de hoy, hay partidos políticos que sacan a pasear su inquina sin pudor, pseudomedios que no pierden la oportunidad de machacar a las personas musulmanas, aunque eso implique soltar bulos, e influencers ultras que agitan avisperos imaginarios y llaman a la acción directa. Para ellos no hay castigo, ni siquiera las más mínimas consecuencias. 

Nordine, en cambio, debe de haber padecido un infierno. ¿Quién le va a devolver los 111 días que pasó encerrado? ¿Cómo extirparle de la cabeza los días internado y el miedo a no salir de ahí? ¿De qué forma se repara su imagen o su confianza en el país en el que nació, España, y que sin embargo le ha fallado?

En el falso documental Camino a Guantánamo contaban la historia real de unos chavales ingleses, de ascendencia bangladeshí y pakistaní, que fueron a una boda a Pakistán, decidieron visitar Afganistán y acabaron en la cárcel estadounidense de Guantánamo. Sin posibilidad de representación legal, estuvieron ahí dos años sin cargos legales. 

Yo no soy socióloga pero que te destrocen la vida sin haber hecho nada ilegal, que a pesar de los millones de intentos de encajar y de ser lo suficientemente perfecto como para que no te odien, que siempre te lean como alguien ajeno, intruso, sospechoso o peligroso desde antes de nacer, puede ser una vía directa de desafección hacia el país al que ¿llama(ba)s? casa. Puede que de acceso directo desconozco si a la radicalización pero, desde luego, sí al dolor y a la rabia.

Eduardo Mendieta señala en el formidable prólogo que escribió para el libro Democracia y abolición, de Angela Davis, que existe una tecnología política de los cuerpos por la cual “la raza, el género y la clase entran en una sinergia para atomizar y singularizar el cuerpo que debe ser regimentado y disciplinado".

Lo anterior debería llevarnos a plantearnos varias cuestiones: ¿Cómo se leen los cuerpos masculinos no blancos ?¿En qué barrios se hacen más redadas policiales? ¿Quiénes padecen más las identificaciones por perfil racial? ¿Qué trato reciben? ¿A qué youtubers se investiga? En plena ola reaccionaria en Europa, con influencers vomitando violencia, mentiras y medias verdades a diario, ¿a qué llamamos radicalización y por qué algunas son admisibles y otras no? ¿De qué medios económicos disponen para defenderse las personas migrantes, racializadas y de ascendencia migrante? ¿Qué apoyo, mediático o social, reciben? ¿A qué grupos humanos se les concede el beneficio de la duda?

No soy musulmana ni árabe ni amazigh. A mí, más bien, me confunden con cubana o dominicana, lo cual no significa que no pudiera ser musulmana, ojo, pero aquí el Islam tiende a asociarse a población magrebí o de África Occidental. Y no tiene nada que ver cómo se trata, contempla o juzga a una comunidad o a otra. Aunque esto dependa mucho del barrio y de la época, en el racistómetro, las personas a las que leen como “moras” y/o musulmanas suelen estar bien arriba. Probablemente, seguidas de las gitanas.

Más sobre este tema