Según una encuesta del CIS que nos ha tenido hablando en infinidad de círculos con preocupación, más del 21% de la población española piensa que el franquismo fue bueno o muy bueno y cerca del 20% de la juventud –que ni siquiera lo padeció en sus carnes– considera positivo ese régimen. ¿Es la mayoría de la población? No. ¿Demasiada? Por supuesto, porque en 2025 debería haber unos mínimos democráticos interiorizados por todo el mundo.
En laSexta, un vídeo que no ha parado de circular por redes le puso rostro y voz a las cifras. En él aparecían estudiantes universitarios manifestando su admiración por la España preconstitucional y expresaban sin pudor su nostalgia por un tiempo que ni vivieron. No aportaron ni un solo dato ni un porqué a derechas (bueno, a ultraderechas, sí) y, en algunos casos, no pudieron ir más allá de la anécdota o frase corta que le había contado el abuelo o la abuela.
Creo que muchas personas seguimos con la boca abierta tanto por el retroceso ideológico innegable de una parte de la juventud como porque, en la era de internet y la IA, con las fuentes de conocimiento a todo manar en el móvil, ese segmento reaccionario no se haya molestado en hacer ni la más mínima pesquisa. Así las cosas, defiende un sistema infame de manera irreflexiva, como algo que se siente y no se piensa y con una rebeldía incompatible con cualquier dictadura.
Sea como fuere, quizá como sociedad nos ha faltado afinar, a lo mejor pensamos que ya estaba todo hecho y dicho y no le dimos el espacio suficiente ni al nazismo ni al franquismo en el sistema educativo, en los medios de comunicación o en las conversaciones cotidianas. No tengo ni idea. Me consta que en mis tiempos de instituto, el nazismo se explicaba, al franquismo, en cambio, si llegábamos, era corriendo y casi sin aliento, muy al final del curso. Puede que hoy sea igual o parecido y que eso haya impedido ahondar en los qués, los cómos y los porqués de la dictadura. No lo sé. Lo que sí tengo claro es que ya llevamos un tiempo con este problemón encima y desde luego que los nostálgicos, por decirlo suave, no son la mayoría pero cualquier porcentaje, por pequeño que sea, ya es demasiado. Además, aunque no sean tantos, están por todos lados, a veces, hasta en disputa con sus propias familias, y basta con echarle un vistazo a las redes para verles en acción. Son personitas rancísimas con discursos aprendidos y flipan con Don Pelayo. Se saben la biografía del Cid con pelos y señales, sientan cátedra acerca de las supuestas bondades de la conquista en Latinoamérica, a la que por sus santas narices ahora hay que llamar Hispanoamérica, sacan a pasear la bandera con la cruz de Borgoña y hablan de los Tercios españoles, que se crearon en el s.XVI, como si desde entonces hubieran transcurrido tres minutos. Su “sólida” formación la han adquirido en ese “centro educativo” abierto 24 horas que es TikTok , que cuenta con “profesorado” no experto, cuya legitimidad radica en lo que grita, los zascas que da, la cantidad de seguidores que tiene y la capacidad de contar asuntos grandes en un minuto, simplificando hasta el extremo y, por tiempo y por opción, omitiendo detallitos cruciales.
Lo peor no son únicamente los mensajes que lanzan los ‘fachinfluencers’, sino que sus devotos los comparten incluso sin leerlos
Con todo, lo peor no son únicamente los mensajes que lanzan los fachinfluencers, sino que sus devotos los comparten incluso sin leerlos. Tal es su confianza ciega. Y no son los únicos. Una investigación de la Universidad Estatal de Pensilvania que se llevó a cabo en el marco de las elecciones estadounidenses arrojaba que esto que debería llamarnos la atención, en realidad, lo hace el 75% de la gente que se informa en redes. Es una tendencia mayor en usuarios conservadores y su comportamiento, parece ser, es producto de la sobreinformación y de creer que ya saben lo que pone en el texto que están compartiendo. Que son unos tolosa, vaya que “to” lo saben.
Cabe preguntarse los porqués de la situación actual. Es verdad que la vida está cara, que es fácil sentir que estudiar y esforzarse no sirve para nada, que plantearse compartir piso hasta la muerte por cómo están los precios de la vivienda no debe ayudar y que, en demasiadas ocasiones, los humanos tendemos a culpar de nuestros males a quienes están más abajo en lugar de exigir responsabilidades a los de arriba. No soy socióloga y, por tanto, no puedo aventurarme a hacer diagnósticos. Lo que sí sé es que, cuando yo era joven, ser facha o ser nazi no le parecía bien a casi nadie. No todo el mundo los combatía, ahora bien, el grueso de la sociedad entendía que serlo estaba mal y, en general, o se les odiaba o se les temía. A día de hoy, sin embargo, hay quien dice que “a ver, no molan pero es que blablá, cada vez más inseguridad, blablá, inmigración y blablablá y es que siempre son los mismos”. Vamos, que los justifican y así nos va.
Creo que por todo lo anterior, cada ejercicio de memoria antifascista es importante. Por verdad, por justicia, por reparación y como contraofensiva urgente y necesaria desde lo digital, vale, por no desentonar y seguir la moda, pero sobre todo desde lo analógico. Desde lo que se puede tocar y pisar. Como el homenaje que le han hecho a Ricardo Rodríguez García en Alcorcón. Se trata de una exposición que lleva por título “El odio en las calles. Violencia fascista en los años 90. Richard Vive” y combina fotografías de archivos personales, recortes de periódicos, carteles, pancartas de manifestaciones y graffitis, una manifestación artística con mucho arraigo en el municipio. Pese a que se centra en el caso de Ricardo Rodríguez García, un chaval que no tenía ni 20 años cuando un nazi le mató en una tristemente conocida zona de ocio, también hay espacio para otras víctimas de la barbarie fascista a quienes asesinaron en la localidad y fuera de ella. La muestra, además, pone en valor las luchas, las respuestas en la calle necesarias en un momento duro que las requería, aborda la manera en la que se hizo (in)justicia en los tribunales y el erróneo tratamiento mediático y social que reducía un problema gravísimo a encontronazos entre bandas urbanas opuestas, privándole del componente ideológico clave. “Genial” eso de equiparar a un nazi con un antifascista.
Se podrá visitar hasta el día 29 de este mes y merece mucho la pena.
Es fundamental no olvidar porque, si no, lamentablemente, la historia puede repetirse. Perdón, mejor sin el puede. Está visto que la historia se repite.
Según una encuesta del CIS que nos ha tenido hablando en infinidad de círculos con preocupación, más del 21% de la población española piensa que el franquismo fue bueno o muy bueno y cerca del 20% de la juventud –que ni siquiera lo padeció en sus carnes– considera positivo ese régimen. ¿Es la mayoría de la población? No. ¿Demasiada? Por supuesto, porque en 2025 debería haber unos mínimos democráticos interiorizados por todo el mundo.