Un camello pasará por el ojo de una aguja antes de que ciertos jueces sean imparciales

El cinismo es a la política lo que la cursilería a la poesía: algo inaceptable. O debería serlo. Sin embargo, vivimos una época en la que cotiza al alza, a las o los cínicos no se los desprecia, sino que se los jalea, se les saca en procesión y, cuando hay elecciones, se les vota. Dicen una mamarrachada o se desdicen cuando eso beneficia sus intereses, y rápidamente crecen en los sondeos, suben como la espuma en las encuestas o, en definitiva, ganan unas elecciones. La pregunta es: ¿quienes los votan saben que les mienten o les contaron una vez una cosa, otra la contraria y les creyeron las dos veces?

Hay partidos que hablan contra el populismo y se llaman Partido Popular. Hay formaciones condenadas por sacar tajada de una organización criminal que dan lecciones de honradez. Hay quienes robaron dinero de cursos de formación o destinados a pagar ERES agitando una bandera roja con la otra mano. Hay reyes que engañaron a todo el mundo al tiempo que daban discursos navideños hablando de la ejemplaridad. Hay una presidenta multimillonaria de un banco que dijo que tendría que bajar un grado la calefacción de su casa para ahorrar. Hubo otra presidenta, esta vez de la Comunidad de Madrid y perteneciente a la nobleza, que aseguró que a ella también le costaba llegar a fin de mes. Y luego está su sucesora, Isabel Díaz Ayuso.

Nos intriga saber cómo hemos llegado a esto, cómo es posible que ante semejante demagogia no salten todas las alarmas y, al contrario, existan tantos que la aplauden

La actual lideresa de la derecha en la capital está crecida, le dio a elegir a su formación entre ella y el jefe y Pablo Casado fue despedido con cajas destempladas, no sabemos qué fue de él. Tomó o dejó tomar decisiones terribles en la primera oleada de la pandemia de coronavirus, cuando la enfermedad nos quitaba a novecientos compatriotas al día, que afectaban a los geriátricos y que causaron miles de muertos entre nuestros mayores. Y ha estado envuelta en sucesivas tramas sospechosas cuya característica o hilo común es que en todas ellas resultó agraciada con una lluvia de dinero público algún familiar suyo, ex pareja o amigo cercano. La sociedad en la que trabaja su madre ha recibido más de un millón de euros desde que su hija gobierna. Su hermano cobró entre doscientos treinta y cuatro mil y quinientos mil, según las distintas fuentes que lo han calculado, por hacer de intermediario a la hora de traer mascarillas de China: una ganancia desorbitada, en cualquier caso, a cambio de un par de llamadas. Su padre, cuando ella era ya diputada autonómica, le sacó a Avalmadrid un préstamo de 400.000, que nunca fue devuelto y sobre el cual el Ejecutivo que, ahora sí, ella comanda, no ha ejecutado un embargo, como podría haber hecho. Un antiguo novio logró contratos por medio millón… Y el resultado de todo ello es que Anticorrupción no ve nada raro. La misma que ve rarísimo y peligrosísimo que una mujer le sostuviera en brazos a su hijo a la ministra Irene Montero, mientras esta daba un mitin. ¿Se me permite que me ponga un poco bíblico? Un camello pasará por el ojo de una aguja antes de que ciertos jueces sean imparciales. Esos jueces que las dan todas a derechas.

La presidenta de la Comunidad de Madrid salta con red y por eso se puede subir a la parra tantas veces como quiera:  por grande que pueda ser el disparate que diga, desde asegurar que España es una nación con más de tres mil años hasta calificar a Julio Iglesias como “el mejor poeta de España” o soltar frases incoherentes para explicarnos lo que es la macroeconomía; da lo mismo, siempre va a haber propagandistas de sus palabras y defensores con uñas y dientes de su posición, que la avalan, justifican y protegen. Ellos sabrán por qué; nosotros, puede que no o puede que sí.

Su última sobreactuación ha sido hacerse pasar por víctima del mercado inmobiliario que ella se opone a regular, asegurando en un periódico que le gustaría comprarse una casa, pero que con los precios actuales le resulta prohibitivo hacerlo, así que seguirá de alquiler. Como su sueldo es de 103.090,32 euros anuales —el presidente del Gobierno de la nación tiene asignados, por ejemplo, 86.542,08—, podemos decir que lo de la calefacción de la banquera es broma, al lado de esto.

Muchas personas nos preguntamos, tras leer este tipo de declaraciones, si lo que hacen quienes las llevan a cabo pretenden reírse de todo el mundo y en la cara de todo el mundo. Pero, sobre todo, nos intriga saber cómo hemos llegado a esto, cómo es posible que ante semejante demagogia no salten todas las alarmas y, al contrario, existan tantos que la aplauden. ¿No están viendo lo que ha hecho con las Urgencias, cerrando más de la mitad? ¿Muchas y muchos de los pacientes que se amontonan en los pasillos de los hospitales no saben que no estarían así de no ser por el abandono intencionado con el que ella y su equipo castigan a la Sanidad Pública? Hay gente hoy acampada para protestar por todo esto en los barrios del sur de la Comunidad de Madrid que ayer la votaron, gente que llevaba su foto en el parabrisas o la ponía en el escaparate, al lado de la palabra libertad. ¿Habrán visto ya la luz? Por si acaso, que traigan un segundo camello, que igual pasan los dos por el ojo de la misma aguja. Y todos los que hagan falta, que para eso pagan los que pagan.

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