Isaac Peral inventó el submarino y Núñez Feijóo el centro-ultraderecha

Que gobierne la lista más votada, dice Núñez Feijóo, pero sólo, de momento, en las elecciones municipales. Que le cambien las reglas y le hagan otras a la medida, para que pueda quitarle alcaldías a la izquierda y dirigirlas en solitario, mientras sigue al mando en algunas autonomías junto a Vox. No sabe qué hacer para librarse de su abrazo del oso con la ultraderecha, que come de su plato y sin la cual su partido, ahora mismo, sólo gobernaría en Andalucía, pero no en Madrid o en Castilla y León. Lo ocurrido en esta última comunidad con el asunto del aborto y el intento de presión sobre las mujeres para disuadirlas de llevarlo a cabo, convirtiendo a las y los médicos en sacristanes, deja claro que en el Partido Popular tienen de qué preocuparse: esas cosas restan votos, quitan caretas y te pintan la cara. Aunque tal vez esto no sea más que una cuestión de formas y el fondo no cambie: Moreno Bonilla ostenta una mayoría absoluta y, sin embargo, mantiene el encargo de "asesorar" a las embarazadas al grupo antiabortista Red Madre, al que ya ha pagado más de doscientos setenta mil euros de dinero público y cuya misión es obvia. Esta asociación está integrada en la red "provida" de Mayor Oreja, que fue impulsada por sus socios de la extrema derecha, y ahí sigue. Dios los cría y ellos se juntan, aunque la formación de la calle de Génova no ha necesitado que existiese Vox para llevar oponiéndose a esa ley desde hace treinta y cinco años, con matices o sin ellos, en tiempos de Fraga y ahora: es su condición, porque no interpretan el aborto como un derecho, sino como un pecado. Y luego, cuando ya se está en este valle de lágrimas, pues lo del libre albedrío, y eso: a oponerse a cualquier ayuda que se quiera dar a la gente que peor lo pasa, ya sea la subida de los sueldos mínimos o pensiones, las rebajas de precios, la imposición de un límite a las tarifas energéticas o cualquier otra cosa que le eche un cable a las y los más débiles. Una contradicción en toda regla.

Lo de la lista más votada es una posibilidad; otra sería la celebración de una segunda vuelta entre las dos candidaturas que hayan quedado en cabeza, si ninguna se ha llevado todo el gato al agua en la primera. Pero no estoy seguro de que eso sea más democrático que un sistema de acuerdos que obligue a quien quiere gobernar a pactar con otros. ¿No habíamos quedado en que el momento estrella del parlamentarismo español eran los Pactos de la Moncloa? Entonces se alabó que se hicieran, aunque eso conllevara entenderse con los restos de la dictadura y dejar impunes, como se sabe, a quienes la impusieron y sostuvieron. Hoy, la derecha demoniza entenderse con lo que llaman enemigos de España y con quienes, por cierto, ellos mismos hicieron negocios cuando estaban al mando, en el País Vasco, Cataluña y donde hiciera falta. Lo mismo, hecho por otros, es otra cosa, es su mensaje.

A lo mejor lo que no les gusta a los conservadores es que la política regional esté representada en el parlamento central, de hecho sus compañeros de Vox no creen en las autonomías y su propia ala más radical lamenta, como repite Díaz Ayuso, que “no puede ser que una minoría opine sobre los impuestos de todos los españoles.” Es una frase profundamente antidemocrática, pero se la han aplaudido mucho.

Puede que la soledad del PP, que no consigue llegar a muchos entendimientos con el resto de las fuerzas, le haga buscar otras alternativas, quizá en el fondo sabe que aquí lo malo conocido puede resultar útil, pero es peligroso, porque las historias de terror suelen acabar con el monstruo comiéndose a quienes lo alimentan. O tal vez tanta algarabía, tanto declarar ilegítimo a un Gobierno salido de las urnas y dirigido por un presidente que les ganó con claridad meridiana las últimas elecciones, provenga del miedo a volver a perder, a verse otros cuatro años en la oposición y sin sacarle partido al cambio de líder, que según todos los indicios se ha diluido en cuanto le ha caído un chaparrón. No era el gran caballo blanco, estaba teñido, se empieza a sospechar por la calle de Génova, donde ya le recordaron, en su momento y para que no se le olvidase, “para qué lo habían traído.”

Ahora mismo, apelar a la lista más votada no parece ser muy realista, dada la fragmentación de siglas actual, un hecho que marca enormes diferencias con la época del bipartidismo, y hay que preguntarse si funcionaría, porque en la práctica, ¿de qué sirve tener la vara de mando si nadie te sustenta y vas a vivir sin que se apoyen tus iniciativas, cuando no con la espada de Damocles de una moción de censura sobre la cabeza? Por otra parte, con ese sistema, en Madrid, por ejemplo, sería presidente Ángel Gabilondo y no sería alcalde Martínez Almeida. Por eso a ella la propuesta de su supuesto jefe le ha parecido “difícil” que prospere y le ha llevado a preferir el modelo que hay, donde manda “quien reúne más escaños”, propios o ajenos. Es su escoba y barre para su casa.

[Núñez Feijóo] no entiende o no quiere entender que cada paso hacia delante que da la ultraderecha es un paso atrás del Estado de Derecho

El problema de Núñez Feijóo es que no debe de conocer eso de que el verdadero drama no es perder unas elecciones en una democracia, sino perder la democracia en unas elecciones, no entiende o no quiere entender que cada paso hacia delante que da la ultraderecha es un paso atrás del Estado de Derecho, y se ha situado en la esquizofrenia, porque no se puede ser de centro-ultraderecha, como al parecer intenta. Isaac Peral inventó el submarino, pero él no va a hacer flotar este barco con dos tripulaciones, ni a llevarlo a buen puerto: está lleno de piratas y habrá un motín en alta mar. Como se descuide, lo abandonan en la isla que está al lado de aquella en la que él dejó a Pablo Casado. Y ni hablamos de Santa Elena, ni ellos son Napoleón.

Más sobre este tema
stats