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Rachel Berry en el país de las maravillas

Si yo no fuera yo, diría que mi primera reunión del año fue una venganza del karma. Pero soy yo y, a pesar de mis coqueteos con la meditación, lo único que sé del karma es que vendió millones de ejemplares.

Me disperso: digo que es venganza del karma porque amo la ficción por encima de todas las cosas –como ventana al mundo, a la empatía, al cambio...– pero una “ficción” sin etiquetas. Y a veces el mundo (o el colegio) me devuelve un muro. La reunión tenía un único mensaje: obligatorio compartir lecturas clásicas en voz alta. Sólo lecturas. Sólo clásicas. Sólo en voz alta.

Intenté explicar que veíamos películas, que leíamos, que hacíamos parábolas, que no poníamos barreras.

- Te hablo de Alicia en el País de las Maravillas. Del libro en versión original– me interrumpió la defensora de las esencias.

- ¿Y qué pasa con Chaplin, E.T., Stand by me, los hermanos Marx, Tim Burton y hasta Los Miserables…?

- Mmmm…– la señorita Rottenmeier, escéptica.

- En serio…

- Te digo –y lo dijo impaciente– que leáis en voz alta “Alicia”.

Se levantó sin darme la razón.

***

Esa misma noche empezamos, muy disciplinados, pero la versión original nos hizo caer en un agujero profundísimo y fue la loca del país de las maravillas la que vio la luz: “¿Probamos Glee?”.

- Uf...

- Les encanta a mis hermanas.

- Tus hermanas son adolescentes, casi mayores de edad.

- Por favor…

***

“No hay ficción que no enseñe”, me digo; “no lo cuentes en el cole”, le digo. Y durante semanas invertimos nuestras noches en seis temporadas de una serie teen que, desde la incorreción política y la música, mucha música, revisa todo lo que preocupa a chavales y a mayores: la autoestima, la amistad, las hormonas, la diferencia, la popularidad, el grupo, el sexo, la traición…

Y, sobre todo, el talento (“yo para qué sirvo y cuánto sirvo para eso”) y el acoso (“cuánto me va a costar ser diferente”). Nos hemos reído, hemos cantado, hemos pasado miedo, nos hemos aburrido y hemos querido amordazar a la protagonista. Porque la serie –como la vida– trata también el egoísmo.

Rachel Berry es una chavala con un talento excepcional y un egoísmo estratosférico. El tipo de persona que conocemos todos:

- Rachel, ¿te puedo contar una cosa?

- Sí, pero antes reconoce que tengo la voz más extraordinaria que has escuchado en tu vida.

- “Tienes la voz más extraordinaria que he escuchado en mi vida”.

- Espera, que voy a anunciar al mundo que me admiras y vuelvo...

***

Glee no es una serie excepcional pero nos ha ayudado a espantar fantasmas y atiborrarnos de tolerancia. Desde que la acabamos he estado pidiendo a mis productores de cabecera series para niños y siempre obtengo la misma respuesta, contundente, definitiva y equivocada como todas las certezas:

- Los niños no ven la televisión. Sólo ven Youtube.

Da igual en qué siglo vivamos, siempre hay alguien que lo sabe todo. Yo no, e insisto:

- Pero pueden ver la serie on line.

- ¿Es que no sabes lo que ven en Youtube?

- De todo, y no todos los niños ven lo mismo.

- No, de todo no. Sólo vídeos de Vegetta, de unboxing, Evantube

- ¿Y sabes qué verían si hubiera productos para ellos?

- No los va a haber.

En mi último intento, el productor me descarta (como madre y como ser pensante). Yo no me resigno y vuelvo a casa repasando la interminable lista de películas que podemos compartir. Inmersa en mis ficciones, me atropella un padre que lleva a su hija en un enorme coche teledirigido: la niña, como un bebé robot, sonríe; el padre, como un productor satisfecho, maneja el mando y controla el mundo.

La vida secreta de los mayores

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***

Esa misma noche nos rebelamos y vemos Un niño grande. Una peli en la que hay madres desesperadas, adultos egoístas, niños que sufren y un grupo de gente que se convierte en tribu (se quieren y se ayudan). Otra vez, la vida misma.

P.D.: sigue muriendo Aylan dos veces al día. 357 niños han muerto desde aquella foto hace siete meses. Se puede firmar aquí y aquí para evitarlo, para que lo eviten nuestros representantes sólo por eso: porque tienen que representarnos.

Si yo no fuera yo, diría que mi primera reunión del año fue una venganza del karma. Pero soy yo y, a pesar de mis coqueteos con la meditación, lo único que sé del karma es que vendió millones de ejemplares.

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