El vídeo de la semana

De ranas y escorpiones

Ya queda claro que a la todavía portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid, doña Esperanza Aguirre, le salieron rana más de dos y más de tres de los suyos. Tantos como para que la general dimensión que la opinión publica ha dado al asunto del agua sucia del Canal sea de charca de ranas. Ranas de Aguirre que nadan en ese fango de supuesta apropiación de comisiones que llegó hasta a sacar miserable tajada del terremoto de Haití. Ya les vale.

Pobre doña Aguirre, que llora decepcionada con las mismas lágrimas que derramó don González emocionado el día de su toma de posesión, aunque ese intercambio de emotivos efluvios tenga signos tan distintos en una y en otro. Lágrimas de cocodrilo que también chapotea en la charca, aunque sea el mayor de sus habitantes.

Es el yin y el yang de la política, el anverso y el reverso de la moneda de curso en este teatrillo en el que hoy estás aquí y mañana ni se sabe, en el que los ladrones, como en la serie, van a la oficina a dirigir y conspirar; este vodevil ante el que gran parte de la ciudadanía parece tener unas tragaderas descomunales porque descuenta a beneficio de inventario la capacidad del político para corromperse y le vota una y otra vez. Seguramente piense, con cierto criterio que da la experiencia, que puestos a ser exquisitos no votaríamos a nadie porque todos tienen lo suyo y los que todavía no se han manchado lo harán en cuanto tengan a mano la basura que engorda.

Aunque tampoco ha de extrañarnos que la ciudadanía tenga semejante visión de la ciénaga política cuando es la que se cultiva desde sus propios adentros. A Aguirre le han crecido las ranas, pero todos los demás parecen encantados de moverse en la charca, convencidos de que los que nadan son los demás y ellos caminan por encima sin mojarse. Todos ven al adversario corrupto o corruptible; ninguno se ve a sí mismo con esa mancha. Ni siquiera el PP, que ya es ceguera. En su afán descalificador, pocos o ninguno descartan que el otro bucee en el fango. Y esa imagen transmiten sin rubores ni pudor.

De ahí que esta semana en la escena enfangada hayamos podido asistir también a la representación de la fábula de la rana y el escorpión, con una Cifuentes empeñada en aclarar el agua de la charca señalando a los sapos que la ensuciaban y una oposición empeñada igualmente en cargársela por afinidad con esos batracios que engordaban en lo oscuro.

Estamos cansados de políticos que ocultan a los suyos, que colaboran con la justicia pidiendo que la justicia suspenda sus acciones, que tienen el hábito de calificar de insulto o campaña orquestada –qué bien se orquesta en este país– cualquier crítica o examen no elogioso a actuaciones públicas o hasta privadas de los suyos; hartos de que los habitantes del patio de la política que ellos mismos convierten en territorio resbaladizo o directamente pantanoso con sus acciones o sus palabras sean incapaces de mirarse más allá del ombligo y limpiar su propio terreno. ¿Cuántas veces hemos pedido a los ajenos, y algunos incluso a los propios, que empiecen a limpiar sus casas, que tengan el valor de mirar dentro y sacar la mierda? Incontables. Las mismas que nos hemos quejado, que desde la propia política se han quejado también –mirando al adversario, claro- de que nadie es capaz de empezar a cambiar las cosas desde su propio partido.

Pues bien, cuando hay alguien que tiene el coraje de hacerlo enfrentándose a la sorpresa y el cabreo de su propia clá y al reproche silencioso de su aparato político, vamos y pedimos su dimisión, que se vaya, que desaparezca porque está manchada del pecado cometido por los suyos.

Este reflejo de la naturaleza destructiva de la política resulta inquietante porque no sólo revela la tendencia de sus habitantes a poner la razón de partido por encima de cualquier otra, sino que desnuda otro rasgo de carácter más incómodo aún de digerir, fruto de una lectura algo más atenta: nadie con poder y capacidad de hacerlo va a denunciar los manejos desde dentro de los partidos. Si el PSOE y Podemos –Ciudadanos algo menos, pero también– consideran que el objetivo tras el descubrimiento de que había más ranas que príncipes es la persona que lo propició, sólo porque forma parte del partido desde el que robaban, dudo mucho que haya alguien –con capacidad e influencia, insisto– en el PSOE o en Podemos que vaya a denunciar corrupciones en su interior, puesto que, en pura coherencia, habría de ser también arrastrado por la corriente, picado por el escorpión que a lo que se ve sigue vivo e incapaz de sobreponerse nunca a su propia naturaleza. O casi nunca.

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