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Saber morir, saber vivir

Michael Fabiano y Ermonela Jaho, protagonistas de 'La Bohème', en el Teatro Real.

Una pandemia mundial añeja la mirada de cualquiera cuando los ojos se posan sobre La Bohème. No hay que hacer un gran esfuerzo para caer en el juego de contrastes y similitudes, de espejos fieles y de esos que alargan exageradamente la figura. Y eso que cualquiera, aunque sea recién llegado de un planeta extranjero, podrá intuir al instante el dramón morrocotudo que se avecina. Saquen sus pañuelos, esta es de llorar. El Teatro Real ha programado para estas Navidades la obra con un elenco de excepción y un sencillo montaje del director de escena Richard Jones. La producción, aplaudida a rabiar y con justicia en su estreno, este domingo, se pudo ver en Madrid hace exactamente cuatro años. Pero ya nada es igual. 

En el programa de mano, el director artístico del teatro explica cómo “un grupo de jóvenes” se quedan “trastocados por lo inesperado de los acontecimientos: tener que enfrentarse a la tragedia y a la muerte [...]. Resulta que la vida no es lo que creían”. Despiertan. Pierden la inocencia. Según Joan Matabosch, el montaje deja al aire parte del decorado a propósito para no idealizar la trama y recordarnos que todo es teatro y, por lo tanto, todo es para nosotros tan mentira como verdad en función de nuestros deseos y de una consciencia que en la pandilla de colegas bohemios es despertada a base de bofetón limpio de realidad. 

Si eso es verdad con la operística tuberculosis, esa fastidiosa enfermedad respiratoria (que sigue matando cada año a tantas personas en el mundo como habitantes tiene Barcelona), cómo no pensar en el coronavirus mientras Mimì se va ahogando en su propia tos, a la vista de todos, sin tratamiento ni hospital posible y en el medio de un escenario frío como el invierno en París. La escena no es ya ajena para nadie. En la noche del estreno, alguna expectoración espontánea de alguno de los asistentes añadió más realismo (y algún escalofrío) al acto final. 

Contrastes. El de la alegría del amor y el fatalismo de la muerte. En Madrid, y en un Teatro Real con una producción tan completa, conviven pues dos sentimientos. El del ansioso despertar tras la pandemia (de momento, y ya veremos por cuánto tiempo) y el escalofrío por la gráfica de incidencia acumulada. La celebración de una pomposa Navidad llena de nieve, chocolate caliente y luces por doquier, por una parte, y el recuerdo de los que no están, por otra. La satisfacción de ver un teatro lleno y disfrutando de una de las óperas más célebres y agradecidas y las heridas de la crisis, que pueden ser más profundas incluso de lo que ahora se advierte. El photocall petado de celebrities vestidas de largo y el bono social térmico de aquellos que, como para los protagonistas, ven lejos de su alcance un hogar cálido por el precio de la energía. “Mimì es flor de invernadero, la pobreza la ha marchitado. ¡Para devolverla a la vida no basta con el amor!”, canta Rodolfo, desconsolado. Menos mal que ahora hemos tenido hospitales públicos.

La Bohème llega, si de contrastes hablamos, después de una brillante Parténope, de Händel, mucho menos sexy para algunos sectores del público y taquilla pero tan o más atractiva desde el punto de vista artístico y de ampliación del repertorio. Si para las tres horas y media de festival de arias da capo tan propias del Barroco se puso al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid su director titular, Ivor Bolton, para las dos horas y poco de verismo concentrado que pasan como un suspiro la misma orquesta contó con Nicola Luisotti, el principal director musical invitado. Por la calidad de la dirección de ambos podría parecer un duelo (de estilos diferentes) y eso lleva a concluir que no queda claro cuál de los dos maestros es en realidad el titular y cuál el invitado. 

La orquesta sonó este domingo como en sus mejores noches, acompasada, llena de cuidados contrastes dinámicos, acompañando esponjosamente la acción sobre el escenario y dándole cuerda a un ya excelente elenco. Como si una fuerza precisa, al servicio de la comedia y la tragedia, brotase brillante y aceradamente desde las entrañas mismas del teatro gracias al delicado y sensible trabajo de Luisotti, un maestro llamado a enfrentarse al reto de protagonizar más noches como esa en producciones de entidad. 

La Bohème está muy bien escrita pero reclama cantantes a la altura. Los de 2021 superan a los de 2017, entre los que no repite casi nadie. El tenor estadounidense Michael Fabiano se confirmó como un Rodolfo sólido y natural, de fraseo cuidado, agudos seguros y dueño del escenario. Quizás este Rodolfo sea su papel más redondo en un Teatro Real en el que en el último lustro ha participado en otras cinco producciones. Y luego estuvo la soprano Ermonela Jaho, que demuestra de nuevo lo bien que sabe morir sobre las tablas y sigue cimentando su exitosa carrera en Madrid. Como una Mimì recatada y casi beata, vestida hasta los tobillos, se deshace poco a poco como un árbol que se resiste a ser arrancado por un tornado. Estremece al público con esas dotes dramáticas y esa voz poderosa, llena de gravedad y dolor que tan buen resultado le dio en los últimos años al protagonizar Madama Butterfly o La Traviata. Entre el resto de presencias destacadas se encuentra, sin duda, la de Lucas Meachem como un vigoroso Marcello y, sobre todo, una Ruth Iniesta en estado de gracia vocal y dramática como Musetta. 

El montaje de Richard Jones no gustó a todos. Las críticas se centran en su simplicidad que coquetea con el minimalismo (pese a la viveza del banquete o los escaparates). La nieve y el frío están por todas partes y la orquesta y unos actores correctamente dirigidos hacen el resto. La partitura de Puccini tiene un acabado tan pulido que, cuando se le hace honor, tampoco es necesario mucho más. A veces, no molestar es más que un gesto de prudente neutralidad, un valor añadido. 

Dicen que aquellas personas que han sufrido mucho disfrutan más los momentos de felicidad, con los sentidos afilados producto de la lucidez de saber que se trata de instantes fugaces. Y con generosidad. Algo así pareció ocurrir en el estreno de La Bohème, un espectáculo completo, lleno de momentos de pura emoción (palabra clave en la ópera, sinónima de felicidad) tras tantos suspiros y respiraciones entrecortadas por un virus que se adueña implacablemente de los pulmones. 

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