Los partidarios del olvido y de la renuncia a la memoria tienen muchos motivos para desear que el recuerdo no forme parte activa del presente. El poder se ha caracterizado no sólo por sus estrategias de dominio, sino por la necesidad de favorecer relatos que legitimen sus ambiciones y su orden establecido. Cuando un historiador analiza la realidad, nos ayuda a conocer los hechos e interpretar los relatos. Consigue dibujar el marco social en el que se mezclan las ilusiones, las mentiras, los fracasos, las estrategias y las infamias de una época. Este análisis resulta siempre conveniente, pero se vuelve una exigencia imprescindible cuando los acontecimientos dañan la cultura democrática y crean una visión del mundo capaz de defender el autoritarismo y la liquidación de los derechos humanos.
La lectura del último libro de Miguel Ángel del Arco, La hambruna española (Crítica, 2025), presenta una visión argumentada, tan objetiva como estremecedora, de lo que supuso para España el golpe de Estado de 1936 y la dictadura franquista. El castigo del hambre resume muchas cosas. Los cálculos más razonables, según nos dice el autor, estiman que solo entre 1939 y 1942 la hambruna acabó con la vida de más de 200.000 personas. Por eso los niños que nacimos todavía en los años 50 teníamos que aprender a besar los trozos de pan que se nos caían al suelo de nuestros comedores. Pero el hambre, que entró en las familias y en la represión, en las migraciones y las desigualdades sociales, en los estómagos de millones de personas y en los informes confidenciales de los diplomáticos extranjeros que describían la realidad miserable y deshumanizada de España, no fue sólo un problema de carencias económicas. El libro de Miguel Ángel del Arco ayuda a entender las dimensiones políticas de esta catástrofe.
Señalo tres lecciones que es bueno tener en cuenta.
1.- Cuidado con los relatos. En medio de la miseria, se quiso extender un relato para explicar el hambre: era la consecuencia de la guerra civil y de los desmanes cometidos por los rojos. El estudio demuestra –por comparaciones con lo sucedido en otros países después de la Segunda Guerra Mundial– que los conflictos bélicos generan problemas, pero la duración de la hambruna española se debió a la política franquista y a su exaltación nacional de una autarquía que cerró muchas puertas para solucionar los problemas. Las mentiras y las manipulaciones del poderoso dejaron vacíos muchos estómagos.
La duración de la hambruna española se debió a la política franquista y a su exaltación nacional de una autarquía que cerró muchas puertas para solucionar los problemas
2.- Cuidado con los patriotismos. Y es que lo patriotismos suponen un modo de entender la política internacional. En los momentos más difíciles, cuando el franquismo recolectaba las cosechas y acaparaba los alimentos para distribuirlos entre los españoles, una parte significativa de la producción se sacaba de España para alimentar las necesidades de Hitler y Mussolini. Hay patriotismos que son una mentira, un modo de sacrificar y vender al propio país para llevarlo a una situación internacional determinada.
3.- Cuidado con los corruptos. Los controles franquistas, el Auxilio Social, las variedades del estraperlo, sirvieron para consolidar una corrupción galopante que se extendió desde la familia del Caudillo hasta los estraperlistas más humildes en los mercados negros, pasando por gobernadores, mandos falangistas y autoridades de todo tipo. La necesidad de un pueblo puede despertar la solidaridad humana o la avaricia más cruel e incontenible. Y el poder franquista vio en la necesidad de los españoles un modo de hacer negocio.
La historia puede ayudarnos a conocer el pasado, pero también a entender el presente, el sentido de los relatos que hoy se preparan con la intención de legitimar la infamia. No deja de ser infame que en la pandemia hubiese gente dispuesta a hacer negocios con las mascarillas, mientras miles de españoles morían infectados. No deja de ser infame que en nombre del patriotismo español se desmantele la sanidad pública o la atención a los ancianos en las residencias. No deja de ser infame que se planteen como problemas de la política española unas dinámicas internacionales que conducen al gobierno de la extrema derecha y a la cancelación de la democracia. Así que cuidado con los relatos. Quien quiera conocer la realidad hará bien en estudiar un poco de historia, apartándose de los bulos y las consignas subvencionadas por los millonarios.
Los partidarios del olvido y de la renuncia a la memoria tienen muchos motivos para desear que el recuerdo no forme parte activa del presente. El poder se ha caracterizado no sólo por sus estrategias de dominio, sino por la necesidad de favorecer relatos que legitimen sus ambiciones y su orden establecido. Cuando un historiador analiza la realidad, nos ayuda a conocer los hechos e interpretar los relatos. Consigue dibujar el marco social en el que se mezclan las ilusiones, las mentiras, los fracasos, las estrategias y las infamias de una época. Este análisis resulta siempre conveniente, pero se vuelve una exigencia imprescindible cuando los acontecimientos dañan la cultura democrática y crean una visión del mundo capaz de defender el autoritarismo y la liquidación de los derechos humanos.