Agujeros negros

Me ha costado asignarle título a esta tribuna. La escribo apresurada para fijar todos los recuerdos y las sensaciones que me están despertando los sucesivos acontecimientos del pasado, por fin desvelados sobre los actos de una persona. 

Hay personas que despliegan mucho mejor todas sus destrezas y habilidades desde unos discretos segundos planos que, por discretos y secundarios, son estratégicos e hiperconectados. 

Un ejemplo de discreto y aparente segundo plano es el de la figura ministerial imprescindible de la Subsecretaría de Estado. Pareciera que el prefijo “Sub” degrada su importancia respecto a la de, por ejemplo, la Secretaría de Estado, nuestro equivalente a un viceministerio. Pues bien, las Secretarías de Estado son opcionales, no todos los ministros o ministras consideran necesario crearlas. En cambio, las Subsecretarías de Estado son parte consustancial de un ministerio y entre muchas otras funciones, son las encargadas, en la Comisión General de Secretarios de Estado y Subsecretarios, de coordinar y examinar todos los asuntos que vayan a someterse a la aprobación del Consejo de Ministros y Ministras, según la ley del Gobierno. La suele presidir el ministro de la Presidencia, quien decide qué asuntos integran el orden del día (el llamado “índice negro”), con dos índices: uno verde, en el que aparecen los asuntos con informe favorable de la Comisión y que están listos para aprobación por el Consejo de Ministros; uno rojo, de asuntos que no cuentan con dicho informe por discrepancias de algún ministerio y, por tanto, han de someterse a deliberación. F. Álvarez-Cascos, J.J. Lucas, M. Rajoy, y J. Arenas fueron ministros de Presidencia con J.M. Aznar; S. Sáenz de Santamaría lo fue ininterrumpidamente durante los casi ocho años del gobierno de M. Rajoy (2011-2018).

Tras ocupar un par de direcciones generales en la Administración General del Estado-AGE, Rafael Catalá fue subsecretario del Ministerio de Hacienda entre mayo de 2000 y julio de 2002 (con la llegada de C. Montoro a su primer mandato); Secretario de Estado de Justicia (con J.M. Michavilla como ministro) entre 2002 y 2004, Secretario de Estado de Infraestructuras, Transporte y Vivienda (con A. Pastor como ministra de M. Rajoy) entre 2011 y 2014 cuando escala a Ministro de Justicia y Notario mayor del Reino de España hasta 2018, simultaneando en 2016 como ministro de Fomento en funciones cuando la ministra Pastor pasó a presidir la Cámara Baja. Tiene el honor de haber sido el primer ministro de la democracia reprobado por el Congreso de los Diputados, “como consecuencia de las maniobras que se han producido en el Ministerio Fiscal dirigidas a obstaculizar determinadas causas judiciales contra la corrupción y de las propias actuaciones del ministro en relación con estas causas”. La hemeroteca y el Diario de Sesiones del Congreso (el de todos nuestros parlamentos y plenos municipales) le dan un millón de vueltas a ChatGPT.   

Todo esto que os cuento, más deslavazado, lo encontráis en Wikipedia con enlaces a fuentes oficiales. Os animo a buscar dónde han estado y a qué se han dedicado estos altos cargos de la AGE del pasado desde entonces.

Rafael Catalá, ha sido muchos años en mi cabeza colaborador necesario del crecimiento de una lacra perfectamente evitable, o al menos controlable, que sufrimos en nuestro país. Me refiero a la ludopatía

Uno de estos altos cargos, Rafael Catalá, ha sido muchos años en mi cabeza colaborador necesario del crecimiento de una lacra perfectamente evitable, o al menos controlable, que sufrimos en nuestro país. Me refiero a la ludopatía. Y lo que creo peor aún, colaborador necesario para garantizar que permanece muy al alcance de nuestros hijos e hijas; responsable de nutrirla, de facilitarla y con todo ello, de perpetuarla. La ludopatía, que algunas personas la consideramos una enfermedad evitable, para otras, como Rafael Catalá, es una magnífica oportunidad de negocio, un hábito a fomentar y difundir y del que lucrarse a manos llenas, es algo a lo que dedicarse en la vida con su posición, sus conocimientos y sus juramentos o promesas, aunque conseguirlo conlleve la presunta concurrencia de numerosos actos presuntamente delictivos. 

Desde 2018, Rafael Catalá ha estado abiertamente dedicado, como consejero y secretario del consejo de administración de una multinacional de las apuestas, a hacer lobby por la ludopatía. No como ocupación exclusiva; son muchas otras las responsabilidades que su huella digital desvela. Además, estos “profesionales”, visto lo visto, no conciben la exclusividad, el régimen de incompatibilidades y los conflictos de interés como asuntos a los que se encuentren sujetos. Aparece en su bio que ha sido miembro del Consejo Asesor de Herbert Smith Freehills hasta abril de 2021, y socio de Carles-Cuesta y Asociados, un equipo económico y legal de Madrid que desde 2011 dice su web que “ofrece soluciones prácticas, creativas, rigurosas y adaptadas a las necesidades de cada cliente”. Es también patrono de la Fundación del Atlético de Madrid, y de algunas otras que, gracias a la deficiente supervisión que ejercen los casi sesenta protectorados de las 15.000 fundaciones que tenemos en España, no puedo saber cuáles son. 

Hasta pocos días antes del confinamiento decretado por motivo de la pandemia de la COVID-19, en la ciudad de Madrid se solapaban numerosas protestas vecinales, especialmente en los barrios y distritos por entonces (y también ahora) plagados de casas de apuestas, los barrios y distritos más vulnerables, cómo no. Éramos muchas las personas que desplegamos diversas modalidades de activismo para luchar contra esa malsana proliferación de puntos negros en nuestras ciudades, de lugares demasiado cercanos a colegios e institutos, demasiado presentes y accesibles en nuestro paisaje urbano, demasiado atractivos para nuestros adolescentes que viven en una ciudad sin opciones asequibles de ocio saludable (y fresquito). 

Pues esto último, a pesar de la gravedad de todo lo que estamos conociendo estos días, es lo que me más me está removiendo.

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Verónica López Sabater es economista y consejera de la Cámara de Cuentas de Madrid.

Me ha costado asignarle título a esta tribuna. La escribo apresurada para fijar todos los recuerdos y las sensaciones que me están despertando los sucesivos acontecimientos del pasado, por fin desvelados sobre los actos de una persona. 

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