Antes todo era barrio Javier Durán
Cambiar de idea
Nunca es tarde si la dicha es feminista.
España aún puede cambiar de idea.
Si algo nos ha enseñado el feminismo es a cambiar de idea. En el año 2019 escribía sobre ello magistralmente Aixa de la Cruz: "Cambiaría mi adolescencia de competir con las chicas guapas por una adolescencia de chicas guapas con las que poder tocarme. Quiero volver atrás y follarme a todas y cada una de las compañeras de clase que me putearon en el instituto. Y no estoy hablando de sexo de venganza, estoy hablando de enmendar la historia". ¿Cómo se enmienda una historia?
Se cumplen 20 años del caso de Nevenka, no sé si es un aniversario relevante. A veces creo que con esas cifras pensamos que la violencia es algo de nuestro tiempo y no que lo coetáneo sea la posibilidad de desvelarla. De ello tenemos que hablar. Nevenka cambió de idea. Bueno, ella y muchísimas otras mujeres que a lo largo de la historia han sufrido violencia sexual de distinta índole, porque primero quisieron una cosa, y luego no. Esta semana, en un auditorio en pie, a rebosar, conmocionado, se la absuelve socialmente por haber cambiado de idea. Bueno, a ella no, más bien a la ficción que reproduce lo que ella vivió, que por cierto ni siquiera se ha podido grabar en la ciudad en la que sucedió, Ponferrada, lugar al que ella afirma no querer volver. Ya saben, al lugar donde te han agredido sexualmente, no deberías tratar de volver. De garantizar que sí también podría ir enmendar la historia.
Sería difícil que fuera de esos reservados donde aún hoy se come rabo estofado de toro y se habla del Real Madrid, escuchásemos que lo que le pasó a Nevenka no fue para tanto. Sentencia mediante, sentencia histórica mediante, su caso abrió camino para la conceptualización judicial y política del consentimiento sexual en nuestro país. Sin embargo, ¿cómo se enmienda una historia? ¿Ha cambiado España de idea? ¿Hemos cambiado lo necesario para que un caso como el de Nevenka no vuelva a suceder?
A cada generación, su violencia. Antes el cura te llamaba hechicera y ahora un periodista te llamará feminazi; antes te quemaban en la plaza, ahora en redes
Aún eran los 70 y Susan Brownmiller creó un vademécum sobre los mitos acerca de la violación que hemos dado por válidos en nuestra cultura. Lo recuerda Natalia Fernández en su libro Perséfone se encuentra a la Manada, en el que ilustra toda esa historia en B de la humanidad. Siendo justas, si quisiéramos enmendar la historia quizás habría que comenzar por el principio. Siempre hubo hombres y mujeres, y siempre hubo asimetría entre ellos, la cual se ha mantenido a lo largo de toda la historia con una violenta disciplina hacia las mujeres que hoy conceptualizamos como violencia contra las mujeres. Pero no pensemos que el derecho de pernada o la quema de brujas son diferentes de las disciplinas que conocemos hoy. A cada generación, su violencia. Antes el cura te llamaba hechicera y ahora un periodista te llamará feminazi; antes te quemaban en la plaza, ahora en redes. Puede que la vida valga más que en la Edad Media, pero potato, poteto.
Volviendo a Susan y Natalia. Entre ellas, como otras tantas, pues esta no es una historia patrimonio exclusivo de ninguna mujer sola, sino del hecho mismo mismo de ser mujer, cuentan la historia del cambio de idea, narrando el consentimiento sexual como uno de esos mitos asumidos históricamente en torno a la violencia sexual. Sobre el consentimiento existe el sobreentendido generalizado de que si has dicho una vez que sí, has dicho que sí para siempre. Recuerdan ellas que no es así, no sólo porque nada que diga un ser humano tenga que ser mágicamente extensible al futuro, sino que puedes haber dicho que sí, y luego que no, sencillamente porque has cambiado de idea. Las propias reglas del juego del consentimiento se desvanecen una vez se aplican. Debe ser constante: "No hay ningún sí que se sustente en la fuerza del destino". Continúa Natalia al calor del debate que se estaba teniendo con el caso de La Manada en el 2018 entre lo que establecieron los diferentes operadores jurídicos —fíjense que también fue un debate jurisprudencial entre distintos jueces, unos que creían que era un delito (abuso en la audiencia de Navarra), otros, otro (agresión sexual en el Tribunal Supremo). Misma ley, distinta pena. Cosas veredes, cada juez su librillo, parece—. No se entendía que en España la violación no entrañase un elemento tan consustancial a la libertad individual como es el consentimiento. Años después, no sé si la autora de este libro mantendrá esta tesis, pero la pregunta resiste. ¿Por qué nos cuesta tanto como sociedad aceptar la idea de consentimiento sexual?
Y sin embargo las cosas han cambiado. España no es la misma hoy asistiendo indignada al caso Pelicot en Francia que como espectadora de la película Kiki el amor se hace, donde se reproduce con gracia el mismo tipo de violencia sexual. Y aun con todo, es ingenuo apostar por una sola razón por la cual no avanzamos al ritmo que queremos en la lucha contra la violencia sexual. Pero hay una que tiene especial relevancia y sobre la que no podemos perder el foco. Cuando hablamos del consentimiento sexual como un elemento relativo a la libertad individual, lo hacemos pensando en la libertad sexual que las mujeres no tenemos. En lo relativo a nuestra libertad sexual, las mujeres seguimos sin poder cambiar de idea. Porque ¿qué significaría que podemos cambiar de idea? Decir que sí y luego que no. Decir contigo no. Decir así no me gusta, así no me corro, con hombres no follo o con la penetración no llego al orgasmo. Significaría mucho más que la ingente tarea de definir en el Código Penal un delito de libertad sexual. Por ello, pienso que lo que aplaudimos de Nevenka, 20 años después, fuera de su ciudad, no fueron sus logros judiciales, sino que pudo cambiar de idea, aunque pagó un precio muy alto. Cambiar de idea es ser libre. Y parece que eso aún sigue siendo un atributo reservado a los hombres, que afortunadamente sí pueden cambiar de idea. ¿Os imagináis a un político cambiando de idea? Eso sí enmendaría la historia. Eso y no solo la ficción. España aún puede hacer de la libertad sexual una política pública. Y lo mejor de todo, por si algún amigo del presidente me lee, parece que hacerlo da premios en la ONU, y todos sabemos lo bien que resulta esa foto.
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Ángela Rodríguez es exsecretaria de Estado de Igualdad.
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