Los cantautores

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Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, el Palacio de la Moneda fue bombardeado. De pronto, Chile pasó de la democracia de Salvador Allende a la dictadura de Pinochet. Sucedió que los dos grupos más representativos de la Nueva Canción chilena se encontraban al otro lado del océano. Inti llimani estaba en Italia y Quilapayún en Francia, llevando a Europa la cultura de su país, en nombre del Gobierno. Allí supieron que se había producido el golpe y que nada iba a ser lo mismo, a partir de ese momento. Ese día, el director artístico de Quilapayún, el cantautor Víctor Jara, tras escuchar las últimas palabras del presidente desde La Moneda, mientras los golpistas atacaban, se despidió de su esposa, realizó su ultimo trayecto a la Universidad Técnica del Estado y pasó allí la noche, junto a sus colegas profesores y con los estudiantes, con la intención de resistir, poniendo a la cultura en primera línea de batalla, como siempre ha estado a lo largo de la historia en los momentos más críticos. Los militares le arrestaron, al igual que a miles de ciudadanas y ciudadanos que luchaban por la democracia. Lo trasladaron al Estadio Chile, y, allí, escribió su ultimo poema:

Somos cinco mil.  

En esta pequeña parte de la ciudad.

¿Cuántos seremos en total en las ciudades y en todo el país?

Sólo aquí, diez mil manos siembran y hacen andar las fábricas.

¡Cuánta humanidad con hambre, frío,

pánico, dolor, presión moral, terror y locura”!

Le torturaron y acabaron con su vida de 44 disparos. A Quilapayún la noticia le cayó como un obús. Y desde entonces, junto a Inti Illimani, fueron los embajadores en el mundo de lo que pasaba en Chile y más allá. Supimos de América Latina, fuera de las supuestas gestas heroicas de los conquistadores que nos obligaron a aprender sesgadamente en la escuela. Gracias a ellos y en un país con 40 años de nuestra propia dictadura, que había entonado con sangre de trincheras en la guerra española el No nos moverán, aprendimos con La Muralla, que escribió Nicolás Guillén, que hay que cerrarla cuando llama el sable del coronel; supimos de la ingenuidad del marido que apremiaba a su esposa a caminar a Iquique, donde confiaba en que todo sería distinto. Y se nos hizo un nudo en la garganta cuando Amanda esperó sus eternos cinco minutos a que volviera Manuel, que nunca llegó, destrozado en la sierra.

Sin los cantautores no sé si hubiéramos entendido que el pueblo debe estar unido para no ser vencido o que la vida no vale nada “…si cuatro caen por minuto y al final por el abuso se decide la jornada», que desveló Pablo Milanés.

En Palestina ha muerto el hombre

Ahora ha llegado, de nuevo, el momento de los cantautores. Hoy, en Palestina, ha muerto el hombre y la idea de hombre de la que hablara Elie Wiesel, con referencia a Auschwitz. Desafortunadamente, no nos quedan más voces por la paz que la de los cantautores y poetas, la de los artistas y comediantes, la de los escritores y contadores de historias.

Las llamadas Sagradas Escrituras nos han mentido durante miles de años. Allí no mana leche y miel, ni es la tierra prometida. Desde el Monte Nebo, desde el desierto del Néguev, o el del Sinaí, no se ve otra cosa que espanto, ríos de sangre y actos criminales contra criaturas y ancianos. No encuentro palabras para describir el dolor y la náusea que me produce lo que está ocurriendo a la vista, ciencia y paciencia de todos. Todos somos culpables, unos más que otros, pero nuestro silencio y pasividad nos perseguirán y ensuciarán, siempre.

Todo es mentira. Yavhé no pudo elegir esa tierra para su pueblo. La Torá, el Corán y los Evangelios no predican el odio y el rencor, ni el secuestro, ni el asesinato, ni el terrorismo o el genocidio. Sin embargo, hoy son invocados, por unos y otros, para justificarlos. Por eso convoco a los cantautores y poetas del mundo entero a que levanten sus voces y nos guíen hacia la paz. Iniciemos una peregrinación por la esperanza de una justicia internacional, hoy inexistente. Callemos los cañones de las armas entregadas por manos criminales pero amparadas por gobiernos mentirosos, con palabras ciertas y certeras; convirtámonos en escudos humanos para proclamar la vergüenza de los terroristas y de unos políticos ineficaces y comprensivos con la barbarie que acontece en ese lugar maldito en que han convertido a Gaza e Israel.

Que alcen también su voz los Nobeles de la Paz, de Literatura, (añorado y llorado, José Saramago) de todas las ciencias y las artes; que se comprometan en la lucha por los derechos humanos

 Música, protesta y poesía

Los cantautores, en momentos históricos concretos, en cualquier lugar del mundo, han denunciado las injusticias y se la han jugado siempre, hasta el punto de dar sentido al rompecabezas de lo que vivíamos, al puzle de una sociedad en la que faltaban piezas para entender lo que te ocultaban. El 27 de septiembre de 1975, a poco menos de dos meses de la muerte del dictador Franco, tuvieron lugar los cinco últimos fusilamientos del régimen. No sirvieron de nada los ruegos internacionales, incluido el del Santo Padre. Luis Eduardo Aute cantó en Al Alba, el espanto envuelto en la dulzura del amor, cuando la noche más larga se hizo realidad y la palabra asesinato brilló en el horizonte de ese día que vino con hambre atrasada. Estábamos aún atados a una Estaca de la que, si tirábamos entre todos, podríamos liberarnos, como nos dijo Luis Llach. De la mano de Paco Ibáñez y Rafael Alberti entendimos que teníamos que “galopar”, hasta enterrar a los fascistas en el mar. Ahora, de nuevo, os necesitamos para que en un acto supremo de entrega demostréis, y os seguiremos, que este mundo no es un fracaso. Que todavía hay esperanza.

Vosotros sois los únicos y últimos en los que podemos confiar. La música, el poema y las líneas rectas de vuestro pensamiento en este torcido mundo, nos dan vida y la seguridad que nos quitan las armas asesinas.

Víctor Manuel, Ana Belén, Miguel Ríos, Elisa Serna, Marina Rossell, Luis Pastor, Hilario Camacho, Labordeta, Dylan , Springsteen, Lennon, Noa, Khaleb, Salif Keïta, Ismâel Lö… fuisteis y sois la avanzada y vanguardia para hacer frente a esta locura bélica. Todos gritamos, en su día, el ¡No a la guerra!, ante la invasión ilegal de Irak. Hagámoslo otra vez. Que la voces se hagan oír en la frontera de Gaza y Cisjordania, en el corazón de Jerusalén, en cada uno de los hospitales, territorios ilegalmente ocupados y casas destruidas de Palestina, en todas las iglesias, sinagogas y mezquitas. Que derrumben, otra vez, los muros de la vergüenza que oprimen a los pueblos en cárceles inhumanas, como Josué lo hizo con las murallas de Jericó.

Juntos, demostremos que otro mundo distinto es posible. ¡Que desaparezcan de nuestras vidas los Hamás y Netanyahu del mundo!, pero también que les estallen los tímpanos por el clamor a los Biden, Putin, Xi Jinping, Ursulas Von der Leyen y presidentes de los consejos de administración de las grandes corporaciones, especialmente, de las armamentísticas. Sus beneficios están manchados de sangre.

Que la UE, la ONU, la Liga Árabe hagan algo o desaparezcan. Que el Papa, el Gran Rabino y el Mufti de Jerusalén encabecen, siguiendo los acordes, la marcha por la paz. Y, llegado el caso, se sacrifiquen por todos los inocentes que han caído y caerán, a causa del gran pecado de la humanidad: la indiferencia. Que alcen también su voz los Nobeles de la Paz, de Literatura, (añorado y llorado, José Saramago) de todas las ciencias y las artes; que se comprometan en la lucha por los derechos humanos, de forma franca, decidida y no solo para aparentar.

En estos tiempos brumosos en los que parecemos zombies de la inteligencia artificial, mutantes de las plataformas, de las apps, de los enlaces electrónicos e influencers de lo absurdo, hagamos algo verdaderamente útil. Pero necesitamos vuestra guía, porque la de los políticos está fracasando estrepitosamente. Demos un paso al frente y señalemos, con el paso firme de Antonio Machado, la valentía de Miguel Hernández, la trágica voz de Federico García Lorca, segada por los fascistas, con la cavernosa de Leonard Cohen, la suavidad de Rosalía de Castro, el tono rasgado de Chavela Vargas, y tantos otros, los agujeros feos de esta sociedad nuestra y de los desastres que sufre el mundo. Recuerdo el punto y la raya del venezolano Aníbal Nazoa que difundieron Soledad Bravo y Rosa León, dejando claro que las grafías en los mapas que establecen fronteras están pintados a propósito, para separar las hambres entre las personas. Qué bien se entienden así las guerras.

Albanta al revés

Los cantautores nos han puesto siempre frente a nuestro propio reflejo, en lo externo, pero, además, en lo más personal, en lo más íntimo y callado. Lo dice muy bien Joan Manuel Serrat:

De vez en cuando la vida. Nos besa en la boca.Y a colores se despliega como un atlas. Nos pasea por las calles en volandas. Y nos sentimos en buenas manos…

Ellos me han acompañado a lo largo de mi existencia, han sido testigos de mis momentos más difíciles, pero, también, de los más tiernos y emocionados. Cuando asistes a la aventura de un bebé estrenando cada día, es imposible no emocionarse. Escucho Albanta y pienso en el próximo nacimiento de mi nieta Mai (nombre que significa, según el origen, María, pequeña gacela, esplendor, danza, querida o flor). En esa canción, ya saben, las ciencias no son exactas, la infancia es eterna y el tiempo jamás lleva reloj.

Con esa imagen, la injusticia es más severa y sientes una puñalada que te taladra las entrañas, al contar el número de niños masacrados por las bombas o las armas del calibre o clase que sean, conscientes de que asesinamos diariamente, por acción u omisión, el futuro de la humanidad pues, como bien lamenta Aute, aquí, ya lo ves, es Albanta al revés… Por eso precisamente, para resolver esa catástrofe cotidiana que se agranda cada día y no da tregua, para que la expliquen y nos enseñen a denunciarla, necesitamos con urgencia que vuelvan los cantautores.

Llamo a los artistas; a los actuales y a los que no están, pero siguen presentes… a León Gieco, Carlos Cano, Pablo Guerrero, Ramoncín, a Vetusta Morla, Miguel Poveda, Juan Peña el Lebrijano, Enrique Morente, Georges Moustaki, Raimon, Camarón, Mercedes Sosa, Violeta Parra; El Cabrero, Silvio Rodríguez, Ismael Serrano, Cesária Évora, Lila Downs, Joan Báez, Amancio Prada, Sabina, Sting… Esta convocatoria es interesada. La hago, porque todos estamos comprometidos en la lucha, por respeto y honor a los que se fueron y a las víctimas, que siempre son las que pierden en todos los conflictos armados y crímenes terroristas. Pido perdón por mi silencio a quienes sufren la violencia y a los cantautores, si es que alguna vez no he dado la cara por ellos.

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Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, del ensayo 'Los disfraces del fascismo' (Planeta).

Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, el Palacio de la Moneda fue bombardeado. De pronto, Chile pasó de la democracia de Salvador Allende a la dictadura de Pinochet. Sucedió que los dos grupos más representativos de la Nueva Canción chilena se encontraban al otro lado del océano. Inti llimani estaba en Italia y Quilapayún en Francia, llevando a Europa la cultura de su país, en nombre del Gobierno. Allí supieron que se había producido el golpe y que nada iba a ser lo mismo, a partir de ese momento. Ese día, el director artístico de Quilapayún, el cantautor Víctor Jara, tras escuchar las últimas palabras del presidente desde La Moneda, mientras los golpistas atacaban, se despidió de su esposa, realizó su ultimo trayecto a la Universidad Técnica del Estado y pasó allí la noche, junto a sus colegas profesores y con los estudiantes, con la intención de resistir, poniendo a la cultura en primera línea de batalla, como siempre ha estado a lo largo de la historia en los momentos más críticos. Los militares le arrestaron, al igual que a miles de ciudadanas y ciudadanos que luchaban por la democracia. Lo trasladaron al Estadio Chile, y, allí, escribió su ultimo poema:

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