Cuando falta el pan, bueno es el circo: la muerte de Isabel II y el 'business'

Algunos lectores de infoLibre que me premian con su atenta lectura, saben de mi debilidad por los aforismos clásicos. La realidad más inmediata, la de la reacción en los medios y en algunos círculos políticos ante la muerte de la reina Isabel II, me ha sugerido la actualidad de dos de ellos: panem et circenses de un lado y el no menos sabio ne quid nimis, de otro.

El bombardeo mediático a propósito de una muerte

Ne quid nimis, es la traducción latina de uno de los preceptos grabados en el templo de Delfos, Μηδὲν άγαν: nada en exceso. Su oportunidad me parece evidente ante la avalancha de información –más bien habría que hablar de propaganda o publicidad– a propósito de la muerte de Isabel II y de la obvia operación de promoción de Carlos III, su sucesor que, evidentemente, carece del perfil institucional de su madre

Isabel II es una figura de innegable relevancia histórica, aunque conviene no exagerar. Digamos que no es una verdadera protagonista de la historia, como Churchill, Mandela o Gorbachov: ella no ha cambiado el mundo con sus decisiones. De ella se ha destacado habitualmente su sentido del deber y de la dignidad institucional, lo que parece fuera de duda. Pero no está exenta de claroscuros, como cualquiera. Comprendo que su muerte es una noticia triste y de gran envergadura para los ciudadanos británicos e incluso de la Commonwealth, y por eso entiendo que se le preste una atención destacada. Pero otra cosa es el despliegue, más apologético que informativo, insisto, al que estamos asistiendo, con retransmisiones en directo de los desplazamientos de la comitiva fúnebre, que algunos medios de nuestro país presentan como ejemplo de "servicio informativo”.

Recordaré algo obvio: la monarquía británica, como todas, se asienta en su utilidad, pero sobre todo en su capacidad para hacer creer a la opinión pública que está dotada de una legitimidad especial: una suerte de combinación de las que Weber llama la "legitimidad carismática", y “legitimidad tradicional”. No basta, pues, con la tradición: es preciso desplegar seducción, más incluso que ejemplaridad. Por eso, los fastos, las ceremonias rituales, llenas de solemnidad y color, son elemento clave y en un mundo regido por la necesidad de vender "marca" y en el que la política es cada vez más espectáculo, es obvio que los Windsor comprendieron bien que su existencia se justifica por ese "valor" que añaden a la marca Reino Unido. Todo ello se resume en el apelativo con el que se conoce a los Windsor, The Firm. Cabe recordar que Windsor como nombre de familia para la dinastía se escogió para disimular su origen germánico: Sajonia-Coburgo, del mismo modo que se cambió el del consorte de la reina Isabel, Felipe de Mountbatten (también de origen alemán: Battenberg). De ahí que los Windsor y, sobre todo, Isabel y Felipe –no tanto, ni mucho menos, sus descendientes– sean maestros en el boato ceremonial, con la complicidad de los medios de comunicación, un negocio en el que una y otra parte se retroalimentan y que ha desbordado ampliamente los dominios de la prensa de corazón según el modelo Hola, para invadir todos los espacios mediáticos.. Lo explican muy bien Antoine Perraud en un artículo en Mediapart, reproducido por infoLibre, y David Gallardo, que ofrece datos sobre el business.

Por todo ello y sin ignorar la relevancia histórica de la figura de Isabel II, cabe preguntarse por qué este exceso de noticias en torno a su muerte, sus funerales, su entierro, su sucesión.

Si no hay pan, dales circo

Creo que no es nada difícil entender que una de las razones de este sobredimensionado despliegue es la que nos ofrece el otro aforismo que mencioné al principio: lo que vivimos en estos días es una muestra de cómo el espectáculo sirve para distraer de la falta de pan, en una vuelta de tuerca del panem et circenses, expresión que aparece en las Sátiras de Juvenal. Sin ninguna intención cínica, diré que esta muerte le ha venido muy bien a las políticas que debe afrontar Liz Truss, la nueva premier británica, del mismo modo que le viene bien a quienes quieren entretener al público, al menos por un rato, frente al elenco de dificultades que los ciudadanos europeos deben afrontar en esta rentrée. Es aquello del show must go on, entronizado como santo y seña de los medios de comunicación y también de la política como espectáculo y como cortina de humo para distraer de asuntos más penosos.

Me parece un exceso el abrumador despliegue al que asistimos en estos días, páginas y páginas, minutos y minutos en los telediarios, e incontables especiales informativos

Por supuesto, siempre hay quien se recrea en el exceso. El ejemplo de algunos gobernantes autonómicos que han dispuesto luto oficial en sus comunidades, luto oficial por la muerte de una monarca extranjera, mientras se niega el duelo oficial –no digamos la investigación– por las miles de muertes en eso que seguimos llamando "residencias de la tercera edad", es particularmente llamativo. Pero también me parece un exceso el abrumador despliegue al que asistimos en estos días, páginas y páginas, minutos y minutos en los telediarios, e incontables especiales informativos. Uno tiene la impresión de que, en la mayoría de los casos, se trata de apología, más que de información, ante el cúmulo de ditirambos, ad nauseam.

Entiendo que en los medios privados esta es una forma de hacer caja, una vez que se ha impuesto por tierra, mar y aire el formato en el que fue precursor el espacio Tómbola, en el que lo importante no es la noticia, sino cómo aportar un escándalo más entretenido y, si es posible, con imágenes. Es lo que vende, según ese tribunal supremo que es el share.

Lo que me parece menos justificable es que los medios públicos de nuestro país se apunten a esa propuesta informativa. Aunque puedo entender los motivos para ese desvarío: el primero, que quienes los gestionan se han rendido asimismo a la dictadura del share y por tanto se trata de alimentar  y alargar el espectáculo que la muerte, funerales, entierro y coronación van a proporcionar. Y podría ser también que haya otro motivo en el caso de los medios públicos en España: una operación de imagen de la monarquía que, a todas luces, va más allá de la británica, porque quizá no le viene mal a la española, ahora que en algunos medios se difunde una serie documental (Salvar al rey, HBO Max) sobre las tropelías que practicó a diestro y siniestro el anterior titular, que estuvo a punto de mandar al garete la institución. Es difícil exagerar la gravedad de su pretensión de estar por encima de la ley y de la justicia, mientras por navidad nos amonestaba a hacer lo contrario de lo que él practicaba, por no hablar del hecho de que se sirviera de los servicios del Estado para sus fines particulares. Todo ello, por cierto, con la complicidad de la inmensa mayoría de los medios de comunicación, que le fueron demasiado tiempo serviles, aunque ahora hagan leña del árbol caído. A lo peor, esta ración extra de lo bien que vende la monarquía tiene el objetivo de servir de contrapunto. Pero el hartazgo es, más pronto que tarde, contraproducente.

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Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de València y senador del PSOE por València.

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