El hombre visible

Todo lo que está sucediendo en estas últimas semanas refleja de algún modo lo que siente y vive la sociedad. No son casos aislados e inconexos, son síntomas de una sociedad que entiende la violencia contra las mujeres como una violencia ideológica machista, y que facilita que los hombres que se sientan más “amenazados” por los cambios que forman parte de la convivencia, la ejerzan para defender sus ideas y valores androcéntricos, con independencia de las decisiones que los lleven a votar a un partido o a otro.

En el momento actual existe una especie de doble estándar en la sociedad. Por un lado, una crítica clara, directa y objetiva hacia muchos comportamientos machistas que eran presentados como parte de la normalidad. Y por otro, una exhibición del machismo a través de la reproducción de algunas de esas conductas “normalizadas” y de otras más graves, como hemos visto con el beso de Rubiales a la jugadora Jenni Hermoso, tocarse los genitales como signo de celebración (lo vimos también en Rubiales y en el jugador del Zaragoza Mollejo, que lo hizo días después a pesar de todo lo que estaba cayendo), el chat de los estudiantes de Magisterio de la Universidad de La Rioja sexualizando a sus compañeras, compartir vídeos de relaciones sexuales como han hecho jugadores de las categorías inferiores del Real Madrid, tocarle el culo a una reportera de Cuatro, la terrible situación de la violencia de género con el incremento de homicidios que se ha producido este verano, y la violencia sexual con un aumento también de denuncias y violaciones grupales, como ha recogido la FGE en su Memoria… Una exhibición de las expresiones del machismo en toda su amplitud coincidiendo con el momento de mayor crítica a todo lo que representan.

Todo forma parte de la “refundación del machismo” y de las estrategias que han puesto en marcha para conseguirla. Si no somos conscientes de ello nos equivocaremos

Y la situación se apoya tanto en la normalidad social que no tienen ningún problema en negar la realidad caracterizada por esas conductas. Vemos que ocurre con la violencia de género, o como afirma Rubiales de su “pico”, o lo mismo que manifestó el agresor que tocó el culo a la redactora delante de la misma cámara que lo grabó al hacerlo.

Se está produciendo una inversión de elementos y estrategias, y del “hombre invisible” que habitaba camuflado entre la normalidad y actuaba desde ella, se está pasando al “hombre visible” que ha dejado el camuflaje de las circunstancias, no para cambiar la normalidad, sino para incorporar nuevas referencias que permitan reforzarla, pero con la conciencia de que deben simular su posición, es decir, mostrar en esa visibilidad aquello que no es, y disimular sus conductas para que no sean identificadas fácilmente.

El “hombre visible” es el hombre de toda la vida, un hombre que antes ejercía su machismo amparado por el silencio y la complicidad de la mayoría de la sociedad, a pesar de que se entendiera que dichos comportamientos no eran admisibles, incluso que eran violencia. Pero pesaba más la imagen y posición del hombre en cuestión, que se podía ver cuestionada por la crítica o la denuncia, que la reparación del daño causado a la mujer sobre la que actuaba. Por eso era importante introducir el criterio cuantitativo, para que la proporcionalidad introducida por el significado que daba el machismo a lo ocurrido siempre resultara favorable al hombre que agredía, incluso reconociendo que lo había hecho. Lo que se trataba de evitar es que él sufriera las consecuencias establecidas para dichas conductas, porque se entendía que eran “excesivas” ante la “poca importancia” que le daban a la conducta realizada.

Pero este hombre ya no encuentra tanta complicidad en el silencio ni distancia para desenvolverse, y su respuesta es la reivindicación. Una reivindicación que necesita de dos elementos, uno el contextual y otro el ejemplarizante.

La reivindicación contextual pasa por presentar las críticas a sus comportamientos como un ataque a los hombres y a la cultura que los presenta como tales por medio de la masculinidad. De manera que si se habla de violencia de género dicen que se cuestiona a todos los hombres, no a los hombres maltratadores. Si se critica la conducta realizada por un hombre, por ejemplo, el beso de Rubiales, agarrarse los genitales, tocar el culo a una mujer… se está cuestionando la manera que tienen los hombres de expresar su masculinidad, porque en esas conductas no “hay contenido sexual”, como decía Rubiales del beso, sólo expresión de su virilidad. Si se limita la difusión de imágenes de contenido sexual entre los hombres de un grupo, se está impidiendo la dinámica masculina que hace de su relación fratría o “manada”, como tristemente conocimos… Y así podríamos continuar.

La reivindicación ejemplarizante necesita de la acción. Ya no basta agazaparse entre los elementos para esperar el momento donde demostrar su virilidad, las circunstancias han cambiado con esa crítica social hacia los comportamientos normalizados, y con la toma de conciencia de su significado. Ahora hay que pasar a la acción y demostrar que “se es hombre” por decisión y determinación, no porque los elementos te han llevado a esa situación. Y es bajo esa referencia donde surge el machismo exhibicionista que se refleja en las conductas comentadas, para que otros hombres sigan esos pasos y se reivindique la masculinidad que los define, tal y como luego se continúa en las redes sociales.

El componente cultural androcéntrico es el que permite integrar los dos elementos, el contextual y el ejemplarizante, para reforzarlos, tanto en la minimización de las conductas al quitarles trascendencia o al hacer a las mujeres directamente responsables de lo que les sucede, como en la defensa del orden que los integra, hasta el punto de presentar la crítica a la normalidad machista como una guerra cultural que ataca los valores del orden establecido, y a los “hombres visibles” que dan la cara al defenderlo y reivindicarlo con sus conductas como víctimas de esa guerra.

Siempre habrá casos graves para actuar contra esos hombres y demostrar que no se defiende a los hombres ni a su sistema androcéntrico, pero al mismo tiempo tampoco se hará nada para cambiarlo y que parezca que esos casos demuestran que el modelo no es malo, y que el problema se debe a que hay “unos pocos hombres” que sí son malos.

Todo forma parte de la “refundación del machismo” y de las estrategias que han puesto en marcha para conseguirla. Si no somos conscientes de ello nos equivocaremos en la forma de afrontar los problemas que caracterizan la realidad.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

Todo lo que está sucediendo en estas últimas semanas refleja de algún modo lo que siente y vive la sociedad. No son casos aislados e inconexos, son síntomas de una sociedad que entiende la violencia contra las mujeres como una violencia ideológica machista, y que facilita que los hombres que se sientan más “amenazados” por los cambios que forman parte de la convivencia, la ejerzan para defender sus ideas y valores androcéntricos, con independencia de las decisiones que los lleven a votar a un partido o a otro.

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