La paja en el ojo ajeno

El templo de Debod fue el lugar elegido por el PP para concentrar a miles de seguidores ávidos de escuchar a su líder. De ese modo, más de 2.200 años contemplaron el domingo 30 de noviembre a Alberto Núñez Feijóo arengando a militantes y simpatizantes a los que había convocado, una vez más, para reclamar que Pedro Sánchez deje el Gobierno o que convoque elecciones, o ambas cosas a ser posible. Ubicado de origen en la localidad nubia de Debod, veinte kilómetros más allá de la primera catarata del Nilo, el templo fue un regalo de Egipto en 1968 a nuestro país, como agradecimiento por la ayuda en la preservación de monumentos que la construcción de la presa de Asuán había puesto en peligro.

¿Conocía Feijóo la entidad del lugar desde el que lanzaba sus consignas? ¿Era consciente de que cientos de faraones, escribas, comerciantes, esclavos y ciudadanos de a pie habían pisado antes que él las vetustas piedras? No hay crónicas en ese sentido. Sólo sabemos que allí acudió el presidente popular acompañado por otros colegas del partido: dos expresidentes del Gobierno, José María Aznar y Mariano Rajoy; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida.  

No muy lejos, en la calle Ferraz, unas decenas de jóvenes cavernícolas y protofascistas de organizaciones del entorno de VOX dejaban oír sus improperios de grueso calibre, dirigidos al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez: “traidor”, “corrupto”, así como alusiones a su familia. Hubo cargas policiales y algún detenido. La violencia de la ultraderecha asoma sus fauces en cuanto tiene ocasión.

Ajeno a tal actividad, Núñez Feijóo anunciaba su programa político para el momento en que pueda acariciar el poder. Se resume en cinco medidas a adoptar en los cien primeros días: auditoría para conocer en profundidad el saqueo del gobierno; limpieza total de las instituciones para barrer el sanchismo; bajar los impuestos; desbloquear las leyes en materia de vivienda, ocupación o inmigración y, como colofón y resumen de todo, “medidas para mejorar la democracia”. ¿Cómo lo hará? ¡Ah! Eso es de momento un misterio, un enigma tan profundo como el del propio templo en el que resonaban sus palabras. Los manifestantes asentían, bajo el lema que motivó la convocatoria: “Efectivamente: Mafia o democracia”.

De entre todas las propuestas, la que me da más miedo es la última. Es decir, cómo puede conseguir tal propósito un partido que puede presumir históricamente de algunas cosas, pero no, desde luego, de mejorar la democracia. Casi todas las leyes y avances de consolidación y mejora de aquella se han impulsado por gobiernos que no han sido liderados por esa formación, como leyes de igualdad, memoria, seriedad del sistema fiscal, sanidad pública, subida de las pensiones, del salario mínimo, protección de los derechos de los migrantes, medioambiente (véase el pacto entre PP y VOX en Valencia) etc.

No convence

El discurso del Sr. Feijóo se centró en la corrupción en los últimos meses. Los argumentos son muchas veces débiles, al hilo de la instrucción errática de algunos jueces, como puede ser el asunto de las acusaciones contra la esposa del presidente Sánchez, Begoña Gómez. Hay causas que resultan peligrosas y aparentemente parciales como la del caso contra el fiscal general del Estado que ha dado lugar a un fallo condenatorio, pero sin que, semanas después de publicarse, conozcamos todavía la motivación. Entre tanto, las dudas sobre la imparcialidad de algunos de los jueces sentenciadores crecen por momentos. 

Y tenemos también aquellas en las que el fondo, presuntamente, parece más consistente, como sucede con el ex ministro José Luis Ábalos o el misterioso y plenipotenciario Koldo, o con el que fuera también, como Ábalos, secretario de organización del PSOE Santos Cerdán. 

Aun así, Feijóo no resulta convincente. ¿Por qué? Trato de explicarlo: cuando una acusación se vuelve repetitiva se convierte en una especie de plegaria desesperada para llamar la atención de quienes ni saben, ni quieren saber lo que ocurre en su organización, sino en la contraria. A su perorata repetida hasta la saciedad como una letanía o mantra cansino, denunciando acciones incluso delictivas de su oponente, sin más razones que las que afectan a colaboradores del mismo, le falta un componente esencial que el Partido Popular quiere silenciar, pero que es difícil de obviar para la ciudadanía: No es otra, sino que el PP tiene su propia y enorme historia de corrupción y una larga lista de imputados y condenados por tal motivo.

Cuando una acusación se vuelve repetitiva se convierte en una especie de plegaria desesperada para llamar la atención de quienes ni saben ni quieren saber lo que ocurre en su organización, sino en la contraria

En mi opinión, una manifestación en este sentido, denunciando la corrupción y exigiendo escarmiento, tendría credibilidad si los convocantes reconocieran los propios pecados.  Es decir, si empezaran los discursos de esta guisa, proclamando, por ejemplo: “Nosotros también caímos en esa dinámica de corrupción y reconocemos que lo hicimos mal.” “Incluso somos protagonistas actuales de casos de corrupción en el sur de España o aquí en Madrid o en Valencia”. Y si, una vez expresado el pecado y tras el ejercicio de necesaria contrición, añadieran: “A partir de ahora vamos a sumar todos y vamos a hacerlo bien”.

Pero no parece que los tiros vayan por ahí. Hasta ahora, los disparos solo son de fogueo y se concretan en ruido, alboroto e insulto. Añadiendo la pertinente acción de la Justicia a ver si, con la ayuda de todos, hacemos sitio y es posible el retorno al paraíso del que el PP, según su propia lectura, fue ilegítimamente expulsado mediante una moción de censura fake ideada por una maldita hidra de múltiples cabezas, todas ellas de Sánchez, que corrompió a todos: nacionalistas interesados, izquierdistas marginales, chavistas irredentos y demás morralla parlamentaria. Lo consiguió con falsas promesas, amnistías varias, abrazos terroristas, desmembramientos territoriales hispanos o fondos espurios, conformando una mafia que solo se puede destruir con la democracia de diseño auspiciada por el Partido Popular. 

Doble moral

La doble moral siempre radica ahí. Una doble moral más extendida de lo que pensamos. Sería bueno recordar los planteamientos de Nietzsche en su obra La genealogía de la moral que explica el origen de los valores morales y cómo distintos grupos humanos crean morales opuestas según su posición y su fuerza. Lo bueno, lo noble, lo correcto es lo mío, lo que yo hago desde una posición de poder y no necesito justificarlo porque es un valor en sí mismo; por el contrario, lo malo, lo perverso, lo sucio es lo que hacen aquellos que son mis oponentes.

Cierto es que muchos nos hemos sentido abochornados, ante la certeza que facilita la hemeroteca, con el a todas luces poco edificante José Luis Ábalos, que en nombre del PSOE defendió la moción de censura contra el PP en el Parlamento. Fue aquel día cuando echó en cara a sus rivales la realidad aplastante de la sentencia Gürtel. ¡Quién nos iba a decir entonces que veríamos al orador entrando en la prisión de Soto del Real bajo acusaciones de parecido tenor! Y luchando con uñas y dientes por no perder su aforamiento y mantener su papel de diputado. 

Probablemente, si hubiera renunciado a esta cualidad propia de quienes representan a los ciudadanos, es posible que ahora no estuviera en la cárcel, contando con diversas instancias a las que recurrir antes de que una sentencia se hiciera firme. Sus motivos tendrán para no haberlo hecho. Desde luego, no seré yo quien lo despoje, ni a él ni a nadie, del derecho a la presunción de inocencia, pero, la del caracol o la del calamar, en este caso, no son buenas estrategias. Por cierto, no olvidemos que las únicas sentencias firmes hasta la fecha son las de Gürtel, entre otras la referente a la condena del PP a título lucrativo por las reformas de la sede central del partido en Génova 13.

Es la paradoja del aforamiento que a nada conduce si ya estás en prisión; peor aún, recorta las posibilidades de defensa porque en el Tribunal Supremo –donde se instruyen y enjuician los casos de aforados– no hay más instancia que la de la Sala que juzga. De este modo, lo que en apariencia es una garantía cuando el parlamentario nacional está en activo, se transforma en losa de piedra colgada al cuello que, en el peor de los casos, conduce al aplastamiento por condena sin posibilidad de apelación.

Habría sido bueno que en ese ideario de propuestas populares apareciera la de acabar con los aforamientos; o la de no instrumentalizar la justicia; o la de proponer mecanismos de transparencia en las estructuras partidistas. No, no es de recibo que un partido con tan alto porcentaje de imputados y penados y tanto juicio por delante por presuntos delitos de este calibre señale con el dedo al de enfrente acusándole de corrupto. O que en este concilio sobre el suelo de un recinto que un día fue sagrado se hubiera prescindido del sesgo partidista al denunciar una mafia que, de ser cierta su existencia, también incluiría a los que la denunciaban en la soleada, fría y otoñal mañana madrileña. 

Ver la paja en el ojo ajeno es una costumbre inveterada, de un cinismo y una desfachatez solo comparable al tamaño de la viga propia que se pretende disimular. No hay señales de contrición o redención en este partido, ni existe en él propósito cristiano de la enmienda, ni tampoco interés alguno por servir a la ciudadanía. El PP no anuncia un programa de proyectos para el bien común, ni la intención de mejorar la vida de las personas. Sólo demuestra el ansia por alcanzar unas cotas de poder que permitan a sus responsables atender a los intereses de aquellas entidades que les apoyan. Y quién sabe si, quizás, a volver a las andadas.

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Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo'.

El templo de Debod fue el lugar elegido por el PP para concentrar a miles de seguidores ávidos de escuchar a su líder. De ese modo, más de 2.200 años contemplaron el domingo 30 de noviembre a Alberto Núñez Feijóo arengando a militantes y simpatizantes a los que había convocado, una vez más, para reclamar que Pedro Sánchez deje el Gobierno o que convoque elecciones, o ambas cosas a ser posible. Ubicado de origen en la localidad nubia de Debod, veinte kilómetros más allá de la primera catarata del Nilo, el templo fue un regalo de Egipto en 1968 a nuestro país, como agradecimiento por la ayuda en la preservación de monumentos que la construcción de la presa de Asuán había puesto en peligro.

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