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Cuando te tocan el culo en televisión sin tu consentimiento

La reportera está trabajando, en una conexión en directo, en plena calle. Un hombre se acerca por detrás y le toca el culo. ¿De qué canal sois?, le pregunta. La periodista intenta seguir con su discurso hasta que el presentador del programa le dice: ¿te ha tocado el culo? Ella encoge los hombros e incómoda dice que sí. El sobón suelta un par de frases y se larga, tranquilamente, tocándole el pelo con cierta condescendencia. Ella vuelve a mirar a cámara, y con cara de resignación y risa nerviosa, termina disculpándose. Intenta restarle importancia a lo que ha ocurrido.

Es fácil reconocerse en esa mujer. Nos ha pasado en el metro, en el autobús, por la calle o en una discoteca. Una mano larga que toca donde no hay que tocar. Y esa cara de apuro, que en algún momento hemos puesto todas, incapaces de alzar la voz, de recriminarle a ese hombre a ese baboso que nos estaba metiendo mano. Actitudes y agresiones machistas habituales pero menos evidentes y que hasta hace poco se consideraban normales. No seas exagerada, es una broma, no tiene importancia. ¿Cuántas veces nos han avergonzado con estas frases? Lo cierto es que no son tonterías ni gestos inofensivos. Tocar a una mujer sin su consentimiento es atentar contra su libertad sexual. Tratar de imponer superioridad. Demostrar dominio masculino. Un delito. Y quien lo justifica, fomenta la cultura de la violación.

Lo que muestran imágenes como estas es que hay hombres que ven a las mujeres como mercancías. Como objetos y no como sujetos. Como cuerpos disponibles para ellos, cuando quieran y como quieran. En un programa de televisión o en la final de un Mundial de fútbol. Hacerlo frente a millones de personas da buena cuenta de la impunidad con la que algunos creen que pueden comportarse. Si actúan así en público, ¿Qué no creerán que pueden hacer en la intimidad?

Hay hombres que ven a las mujeres como mercancías. Como objetos y no como sujetos. En un programa de televisión o en la final de un Mundial de fútbol. Si actúan con esa impunidad en público, ¿Qué no harán en la intimidad?

Lo que demuestra la rápida respuesta social, institucional y policial –unos agentes detenían al tipo pocos minutos después de la agresión– es que el tiempo de esa impunidad también ha terminado. Antes nos callábamos y ahora no. Y ahí radica la importancia de gritos colectivos como #SeAcabó que han conseguido que el presidente de la Federación dimita y que un juez le cite a declarar esta misma semana.

En poco tiempo hemos avanzado mucho. Hace unos años empezamos a contar lo que nos pasaba. Rompimos el silencio. Fue la época del #MeToo. Ahora, es momento de actuar. De poner patas arribas todas esas estructuras que permiten que nos agredan. El feminismo ha demostrado que es el movimiento más potente y transformador que hay en la actualidad. Capaz de impulsar leyes que nos protegen y que señalan las violencias machistas que sufrimos. De los feminicidios a los besos sin consentimiento. Leyes que buscan castigar a los agresores pero que ponen el foco en la importancia de reparar a las víctimas. En ellas hay que centrarse. Respetando su silencio, como ocurrió con Jennifer Hermoso durante los primeros días cuando prefirió no pronunciarse, o tratando de buscar la mejor forma de ayudarlas. No hay un solo camino porque cada víctima es diferente. Pero resulta bastante obvio que promover que una mujer se encare en directo con el hombre que la acaba de agredir –como ha ocurrido en ese programa de televisión– busca más la banalización y el espectáculo que el apoyo o la reparación.

En una conexión posterior, el hombre se acercaba de nuevo a la periodista y le pedía que dijera la verdad, insinuando así que no le había tocado el culo. ¿Les suena? Lo mismo le pidió Luis Rubiales a Jennifer Hermoso obviando que todos habíamos sido testigos de la agresión a la que él llamó pico consentido. Es una vieja estrategia patriarcal la de acusar a las mujeres de mentir. A lo mejor, antes colaba. Ahora, ya no. Se acabó. 

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