En los últimos años los movimientos feministas de todo el mundo han conseguido poner las violencias machistas en el centro de las agendas públicas. Han desvelado su carácter estructural y han creado una conciencia colectiva frente a ellas.
Seguir reivindicando su estructuralidad y la responsabilidad compartida para acabar con las violencias machistas es ahora más vital que nunca. Nos jugamos mucho: nuestras vidas, nuestra libertad y el modelo de sociedad al que aspiramos.
La derecha y la ultraderecha –cada vez más indistinguibles en esto– llevan tiempo usando varias estrategias en torno a esta cuestión: bien, directamente negarla, como hace Vox con la violencia de género; bien justificarla: un “divorcio duro”, “una mala decisión, un colapso personal que acabó en tragedia”, expresiones literales de dirigentes del PP; o bien, la construcción de un relato que culpa de estas violencias a la acción de unos hombres malos –los “bad hombres” de Trump, los otros, los de fuera–.
Por supuesto, además, para ambas, la parte de la violencia machista que reconocen, la que instrumentalizan, se resuelve tan solo con más policía y más cárcel. De hecho, hace poco, escuchamos cómo el señor Feijóo exigía "más pulseras y policía y menos talleres de masculinidad".
Movimiento Sumar reclamó desde el minuto uno que se llevase a cabo una investigación y una reparación del daño causado a cualquier mujer que se hubiera visto afectada por el fallo en el sistema de pulseras. Ahora bien, también nos posicionamos en contra del uso partidista de esta cuestión y, sobre todo, defendimos que este dispositivo de protección no puede estar en manos privadas. No puede depender de una lógica de beneficios empresariales. Algo que, por desgracia, ocurre cada vez más en este ámbito, con empresas que obtienen las licitaciones para gestionar recursos de atención y acogida a víctimas de violencias machistas en base al abaratamiento de los costes. La receta: peores condiciones para las mujeres y sus criaturas y precariedad para las trabajadoras.
Esto, los recortes, la privatización y la precarización de los servicios y dispositivos contra las violencias machistas, es precisamente uno de los objetivos del discurso punitivista de la derecha y la ultraderecha. Según ellos, no hacen falta, no los necesitamos. Basta con endurecer el Código Penal y aumentar los efectivos policiales.
Pero, no es este su único objetivo. Hay más. Por ejemplo, volver a naturalizar el modelo patriarcal de la masculinidad y la feminidad. Ese en el que los hombres han de cumplir un mandato –autoritariamente protector– basado en la dominación y la agresividad y las mujeres, el rol de víctimas sumisas. Por eso, Feijóo dice aquello de que no son necesarios cursos de masculinidad. Como si fueran una cuestión absurda, ridícula, woke. En su propuesta no hacen falta los de masculinidad, pero, en realidad, tampoco los de igualdad, ni de diversidad sexual, ni de buenos tratos, ni de corresponsabilidad, ni de gestión democrática de los conflictos… Juegan a ridiculizar todas las herramientas de educación feminista al mismo tiempo que las persiguen por su potencia transformadora para todas, también para los hombres. Y, si no, que se lo pregunten a las educadoras y activistas a las que se prohíbe el acceso a las aulas, allá donde gobiernan el PP y Vox.
Juegan a ridiculizar todas las herramientas de educación feminista al mismo tiempo que las persiguen por su potencia transformadora para todas, también para los hombres
Otro objetivo es reforzar una concepción del Estado, en la que su función no es social, sino meramente represiva. Es decir, un Estado securitario y no un Estado de Bienestar. Unas instituciones que castigan, pero no previenen, acompañan y reparan. Ese modelo de Estado, por supuesto, está basado en una idea individualista de la sociedad, en la que las violencias machistas solo son un asunto de quienes agreden y quienes son agredidas, y no una responsabilidad común, en la que todas las personas podemos y debemos jugar un papel importante en su prevención y reparación.
Y junto a todo esto, se hace explícita también, cada vez más, una instrumentalización de las violencias machistas para sus fines racistas. Así, construyen relatos en los que estas se producen tan solo en las calles, de noche, y a manos de manadas de desconocidos, extranjeros. Como si nuestras experiencias y todas las estadísticas y estudios no demostrasen que las violencias machistas, incluida la sexual, se dan mayoritariamente en entornos íntimos y por hombres cercanos. Buscan criminalizar a los migrantes y buscan generarnos terror sexual a las mujeres –y a todas aquellas personas que no encajan en la norma sexual o de género– para que renunciemos a aquello que llevamos años reivindicando, que las calles y las noches también son nuestras.
Los movimientos feministas de base llevan décadas tejiendo alianzas, aprendiendo unas de otras, construyendo puentes y rutas de saberes y experiencias entre países, comunidades y pueblos. Y en ese caminar juntas, nos han enseñado que las violencias machistas y el sistema patriarcal que las sustenta comparten estructuras con el racismo, la lgtibifobia, la desigualdad y la explotación. Y también que los proyectos políticos del neoliberalismo autoritario de nuestros días se enraízan en todas ellas.
Por eso, en Movimiento Sumar no vamos a permitir que nadie convierta la legítima reivindicación de vivir vidas libres de violencia en un puntal para mayores dosis de autoritarismo patriarcal y de control fronterizo. Todo lo contrario, vamos a seguir defendiendo que, frente a las violencias machistas, sumamos todas. Vamos a seguir reivindicando aquello que nos define y nos da sentido: exigir más feminismo. Interseccional, inclusivo, de clase y antirracista. Más recursos, más presupuestos. Más avances culturales y sociales. Más implicación y compromiso de toda la sociedad. También, por supuesto, de los hombres.
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Amanda Andrades es secretaria de Feminismos de Sumar.
En los últimos años los movimientos feministas de todo el mundo han conseguido poner las violencias machistas en el centro de las agendas públicas. Han desvelado su carácter estructural y han creado una conciencia colectiva frente a ellas.