La Amnistía y las trampas de la historia

Juan Manuel Aragüés Estragués

Como la memoria es muy endeble, sobre todo cuando se alienta el olvido de lo que no interesa que se recuerde, será preciso advertir que la actual democracia española se construyó sobre la base de una Ley de Amnistía promulgada en 1977, por lo que cabe decir que nuestra democracia es hija de una amnistía. Repensada casi cincuenta años después, y en un contexto en el que nuevamente vuelve a adquirir protagonismo la cuestión de la amnistía, dicha ley se manifiesta como una de las muchas paradojas que caracterizan a nuestra democracia.

La amnistía de 1977 fue ampliamente reclamada por la izquierda y por los nacionalismos periféricos puesto que muchos de sus militantes poblaban las cárceles franquistas, en la mayoría de los casos condenados por el mero hecho de pertenecer a organizaciones políticas prohibidas por la dictadura, haber acudido a reuniones clandestinas, cuando el derecho de libre reunión no existía, o haber participado en protestas o manifestaciones, cuando la libertad de expresión estaba perseguida. Habrá nuevamente que recordar que muchas de las acciones sociales y políticas que actualmente acompañan nuestra vida cotidiana estaban prohibidas bajo el franquismo. Es decir, se pedía amnistiar actitudes que en ninguna sociedad democrática son constitutivas de delito

La izquierda quería que sus activistas recuperaran la libertad que nunca debieron perder y para ello entendió que la manera más rápida y eficaz de lograrlo era una ley de amnistía. Pero la enorme paradoja que de esa amnistía se desprende es que se reivindicó para sacar de la cárcel a los demócratas encarcelados pero sirvió, final y especialmente, para dotar de impunidad a quienes habían acabado con la democracia y, desde la dirección del régimen, habían cometido desmanes, torturas, robos y asesinatos. Es decir, que se ideó para que salieran de la cárcel quienes, a la luz de cualquier código democrático, no habían delinquido, pero lo que consiguió fue evitar que los delincuentes fueran juzgados. Pero en una Transición en la que la derecha tuvo siempre la pistola encima de la mesa de negociación, bajo la forma de constante ruido de sables, la impunidad del franquismo fue uno de los precios que se debió pagar para facilitar la vuelta de la democracia. 

La enorme paradoja que se desprende de la amnistía de 1977 es que se reivindicó para sacar de la cárcel a los demócratas encarcelados pero sirvió, final y especialmente, para dotar de impunidad a quienes habían acabado con la democracia

Una de la consecuencias de aquella Ley de Amnistía fue que escaparan a la acción de la justicia muchos dirigentes del régimen que luego pasaron a engrosar las filas de los nuevos partidos políticos. Probablemente, sin esa Ley de Amnistía, Manuel Fraga, fundador del Partido Popular, y otros muchos dirigentes de la derecha reconvertida en democrática hubieran debido rendir cuentas ante los tribunales

No voy a decir que me sorprende la actitud de nuestra derecha extrema y de nuestra extrema derecha con respecto a la posibilidad de una amnistía dirigida a los dirigentes independentistas catalanes. No voy a decir que me deja estupefacto que quienes se beneficiaron amplia e injustamente de una amnistía que dejó impunes delitos atroces se lleven ahora las manos a la cabeza por la posibilidad de plantear indultos para responsables políticos, nefastos a mi modo de ver, sí, pero cuyos delitos en modo alguno alcanzan la gravedad de los cometidos por nuestra derecha durante la dictadura. No lo voy a decir porque hace mucho tiempo que la derecha española, política y mediática, perdió todo suelo moral y se revuelca, día sí y día también, en la ignominia.

He de decir que la foto de Yolanda Díaz con Puigdemont no me ha gustado ni me ha parecido oportuna.  Una cosa es reunirse con Junts, como ha hecho el PP, que ha estado a un paso de volver a hablar catalán en la intimidad, y otra, en efecto, hacerlo con un prófugo de la justicia. He de decir que algunos sectores del nacionalismo catalán me provocan tan poca confianza como la que me produce la mayor parte del nacionalismo español. He de decir que me provoca una cierta incomodidad que la investidura dependa de la derecha nacionalista catalana. Aunque creo que todo ello pasa a segundo plano cuando se trata de evitar un gobierno de quienes hacen alabanzas del fascismo y actúan del modo que ya estamos sufriendo en algunas comunidades autónomas.

El cinismo de la derecha, que rechaza como antidemocrática una amnistía mucho menos gravosa que la que dio origen a nuestra democracia y de la que ella fue la mayor beneficiaria, alcanza estos días niveles repugnantes.

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Juan Manuel Aragüés Estragues es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.

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