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Nochevieja desde la redacción

El año del cansancio

Me gusta salir de los bares perdiendo el control, gritando a los que quiero que les quiero, dejando de calcular absolutamente todo. Sí, parecía que lo recuperábamos hace unos meses y ahora lo hemos vuelto a perder, ya sea por restricción o por prudencia. Estoy muy cansado de la pandemia, más ahora que no se ve una línea de meta clara en el horizonte. No lo fue la inmunidad de grupo, no lo fueron las vacunas y ahora, lo siento, tampoco creo en lo de "ómicron es un resfriado" –ojalá me equivoque–. Me machaca, física, mental y emocionalmente, abrazar a una madre con miedo. Es una mierda abrazar a una madre con miedo.

El impacto de la pandemia ha vuelto a marcar 2021. No solo cansan las medidas, el conteo de positivos a nuestro alrededor o el tener que reevaluar con quién, cómo y dónde compartimos nuestro espacio y nuestro tiempo. Cansa también una comunicación política nefasta, que explica cambios importantes en nuestro día a día de manera poco rigurosa, aún menos científica y tratándonos de gilipollas; o una incapacidad absoluta para abandonar el populismo –en el peor de los sentidos posibles– a la hora de gestionar la crisis. No solo me refiero a la defensa criminal de la libertad capitalista de la presidenta madrileña. Hablo de que Sánchez presuma de "unidad institucional" cuando su Gobierno y las comunidades no han llegado a un acuerdo decente en meses de emergencia sanitaria; hablo de que las autonomías lamenten sus manos atadas, como si la justicia fuera un lastre y no un contrapoder, el día previo a volver a apretar las tuercas.

La historia se repite, primero como farsa y después como tedio, decía estos días en Twitter Jónatham Moriche. No es solo el año de la marmota en cuanto a la pandemia, sin una luz mínimamente tenue al final del túnel, volviendo a cometer los mismos errores y desmantelando las posibles salidas estructurales. También escribo de cambio climático en este periódico, otra amenaza invisible, complejísima, infravalorada por los reaccionarios; otra lucha en la que estamos perdiendo. La militancia tiene un límite de fracasos en el campo de batalla antes de que decaigan las fuerzas. A pesar de que hay avances constatables en el diálogo multilateral de las cumbres del clima, el discurso derrotista coge vuelo por la naturaleza implacable del proceso y las urgencias, cada vez mayores. También por la nueva evidencia científica, que apunta a que el reto es aún mayor de lo que creíamos, y el dolor que generan unas economías del Norte Global dispuestas a arriesgarlo todo en complejas transiciones pero cerradas en banda a darle un duro, o más vacunas, a los países pobres.

Yo no hago periodismo objetivo, ni quiero hacerlo. Sí que intento escuchar a todas las partes y me obligo a ser riguroso, honesto y justo. Pero creo que hay causas por las que merece la pena manchar la página y que el diario no solo está para consultarlo, también para blandirlo. Por eso mismo las ganas se pierden cuando los artículos climáticos se reciben con desánimo y un escepticismo al límite de lo cínico. Para regocijo, claro, de los que van de neutrales y a la hora de la verdad son Queipo de Llano, también (o sobre todo) dentro de la profesión. Da miedo cuando se evidencia que la acción climática necesita de una revolución en el modelo productivo y en nuestros hábitos de vida, pero que aun así no es blanco o negro, no es una victoria incontestable o una derrota flagrante, no es un gol en el 93. Podemos hacer que el futuro no solo sea un poco menos infernal, sino un poco mejor, porque esta pelea no va solo de sacrificios sino de una vida buena.

El cansancio se abraza con la resignación al sufrir un palo tras otro en un mundo laboral que, ingenuamente, dejamos que se convirtiera en nuestra identidad

Así, recuperar la alegría es un mandato vinculado con nuestra supervivencia. Nos la roban los burócratas, pero no solo. Yo sí considero que se ha puesto el trabajo en el centro en este 2021, también por los posmoqueers a los que algunos tienen tanto miedo. Nunca antes he oído tanto a mis amigos hablar sobre cómo el curro les hace perder el entusiasmo no solo por lo que llaman "vocación", también por el día a día. El cansancio se abraza con la resignación al sufrir un palo tras otro en un mundo laboral que, ingenuamente, dejamos que se convirtiera en nuestra identidad. Lo que asumíamos como normal ya no nos lo parece tanto: las alusiones a la "familia" mientras no te pagan las horas extra, la violencia en espacios autocráticos donde la productividad va por encima de la vida. La legislación como broma de mal gusto, el maltrato y la miseria como normas del elemento tristemente central de nuestro paso por el mundo, del lugar donde nos fuerzan a entregar lo mejor de nosotros mismos.

No es solo un plural generacional, es un plural de clase. Mucho cuidado. Aviso a navegantes y, sobre todo, a los patrones del barco: puede que nos guste el oficio, pero estamos dejando de aceptar que la vocación abra la puerta a la humillación y al menosprecio. Lo más exasperante de este cansancio que nos atraviesa es que no moviliza, solo paraliza. Pero 2022 puede ser el año de la chispa adecuada, porque nos sobra combustible. 2022 podría ser el año del descubrimiento; también de la rabia, de la movilización, de la venganza. Para ello no tendremos que estar necesariamente enfadados. El plato frío puede ir acompañado de una sonrisa, porque contentos somos mejores. Y peligrosos, cuando estamos juntos.

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